Las claves del viejo arte

Scapin es un personaje permanente en el teatro: es el criado que es la verdadera inteligencia de su amo, la clase condenada al puntapié y el hambre, pero próxima al poder, que sabe deshacer los enredos -más que crearlos- provocados por la estupidez de los grandes, y sabe también vengarse, exprimirles, engañarles y a veces hasta apalearles. Es el gran personaje de la comedia italiana que llega y se expande en Francia, y que es uno de los recursos de Molière, que le da toda su grandeza y deja destilar en ella su segundo pensamiento. O el primero.

En ese juego de situaciones y de idiomas, la traducción es esencial: Mauro Armiño, que es un especialista en Molière -sus ediciones prologadas y anotadas del autor francés son de primer orden- tiene, además de la fidelidad, el lenguaje de la teatralidad; y el director de la obra, Adrián Daumas, da a la obra la movilidad, le saca el partido más que posible en una producción sin mucho dinero, pero no pobre en la extensión cultural de la palabra.

Hacía falta, claro, un Scapin, un Arlequín, y Santiago Nogués llena el personaje: es joven, no tiene la experiencia ni la gimnástica de los arlequines que andan por los teatros europeos, con su parte de mimos y de fingidores de voces, pero da la gracia y la intención necesarias al pícaro.

Los demás actores forman con él un conjunto muy estimable, y Daumas les enriquece. Hay aquí un filón de teatro que, si se mantiene unido y estudioso y decidido a trabajar el cuerpo y la voz sin descanso, puede llegar a mucho.

El público joven del estreno lo apreció así y no se acababa de ovacionar a los actores cuando terminó la representación.