La máscara funeraria de un rey
ENRIQUE MOCHALES Es curioso lo majos que son los muertos. Ya lo dice el Libro de las Reglas Sociales: "Si quieres que hablen bien de ti, muérete". Uno ha podido ser un cabroncete durante toda la vida, que no faltará un panegírico a su salud, aunque sea a su falta de salud. Cuando se murió el rey de Jordania pudimos ver a la realeza del mundo volcada en el funeral. Y cuando muere alguien como el rey Hassan uno no puede menos que sorprenderse ante los comentarios elogiosos hacia el difunto que nos caen cual avalancha imprevista. Joé, no sabíamos que el rey de Marruecos era tan majetón. Haberlo dicho antes. Nosotros creíamos que el rey Hassan II era un tipo que mantenía a su país anclado en un régimen cuasifeudal, que tenía las cárceles llenas de presos políticos, que le sentaba fatal el simple atisbo de un barco pesquero español en lontananza, que no quería ni oír hablar de entregar el Sáhara a los saharauis, y eso entre otras cosas. Eso sí, como persona, extraordinaria. Un buen tío, cuyos enemigos, por lo que se dice, desaparecían sin dejar rastro. Y es que los muertos son gente muy respetable. Los funerales dicen mucho del nivel de respetabilidad del individuo. No es lo mismo que le lleven a uno a criar malvas entre los sones de una banda de jazz de Nueva Orleans, a que le entierren a uno de noche y sin público. Ya que uno sólo se muere una vez, hay que celebrarlo. Y ante todo, si uno no tiene nada bueno que decir del muerto, es mejor que se calle. No estamos para tonterías. Hassan siguió lealmente la política de los Estados Unidos, y eso, según todos los indicios, le convierte en un pacificador, un moderado, un amigo de Occidente. Y no hay que olvidar que frenó el integrismo islámico que amenazaba con joderle el turismo. Dicen que una vez terminado el juego, el rey y el peón vuelven a la misma caja. La muerte une mucho. Cayo Julio César opinaba que nada es más fácil que censurar a los muertos. Pero no hubiera quedado demasiado elegante que algún jefe de Estado le dedicase algún epitafio realista a Hassan. En esta sopa de relaciones internacionales, aderezada por el Bovril concentrado estadounidense, lo interesante es darle palmaditas a su hijo Mohamed VI en la espalda y repetirle que todos los jefes de Estado y la realeza del mundo estamos aquí para ayudarle en este momento difícil, y en lo que venga después. Sin embargo, no puedo evitar estremecerme al escuchar las poéticas elegías que le han dedicado los líderes mundiales al difunto Hassan. No las asimilo del todo. En mi ignorancia barrunto que tal vez sea lo adecuado en el panorama político internacional, pero ni aún así. Sus exequias me han recordado a aquellos funerales donde algún individuo locuaz sube a la palestra y desgrana una amalgama de anécdotas babosas, de auténtico carácter kitsch, sobre la vida del difunto, a quien, en el fondo, todo el mundo consideraba un cabrón. Hay lágrimas sinceras, llantos y lamentos que sin duda se habrán vertido como mares, y como mares palabras, alabanzas sobre ese hombre astuto que declaraba que gobernaba con mano férrea porque era lo único que entendía su pueblo. Era sólo otra manera de decir que su pueblo era gilipollas. De todas formas, mientras un hombre de a pie es condenado por un asesinato, un robo, una violación o un secuestro, hay otros hombres a los que nunca se les condenará por crímenes similares. Hombres que, dado su poder, su posición y su rango están por encima del bien y del mal. Nadie puede decir que los hombres son todos juzgados con el mismo rasero sin incurrir en mentira. Todos los hombres somos iguales, pero hay algunos que son más iguales que otros. Así que pasémosle por alto a Hassan las torturas, las violaciones de los derechos humanos, las muertes. Hagamos de tripas corazón. Se ha demostrado que reyes y peones no están jamás en la misma caja, diga lo que diga el refranero. Hassan, por lo visto, tiene enchufe para entrar en el Paraíso y pasaporte para la gloria. Y a él ya no le importa que la Historia le absuelva.
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