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Los 'mandamientos' del holocausto

Las Leyes de Núrenberg, base de la discriminación racial nazi, se exponen por primera vez en Los Ángeles

Es uno de los documentos más aterradores del siglo, un auténtico manifiesto de crueldad y estupidez humanas. Las Leyes de Núremberg, elaboradas y firmadas por Adolfo Hitler y otros dirigentes de su Gobierno en 1935, son tristemente conocidas por todo el mundo, pero ahora puede verse públicamente, por primera vez, su texto original. Los documentos se exponen desde hace algunas semanas en el Centro Cultural Skirball, de Los Ángeles. Las disposiciones que arrebataron a los judíos alemanes su nacionalidad y sus derechos, teorizaron las bases de la discriminación racial y prepararon los campos de concentración y exterminio en los que murieron millones de personas han estado olvidadas durante 54 años en un pequeño museo de Pasadena, en California.Los tres decretos -Ley de Garantías de la Sangre y el Honor Alemanes, Ley de Ciudadanía del Reich, Ley de la Bandera del Reich- ocupan cuatro folios: se elaboraron a toda velocidad, durante el fin de semana del 14 y el 15 de septiembre, en una comisaría de policía de la ciudad alemana de Núremberg. Tenían que estar listos para la reunión de la dirección del partido nazi el domingo por la mañana. Las leyes llevan la firma de Adolfo Hitler y otros tres dirigentes del partido y del Gobierno, entre ellos, el ministro de Justicia, y el sello -con tinta roja- de la esvástica. En ellas se excluye legalmente a los judíos de la nacionalidad alemana y se plantea la necesidad de garantizar la "pureza de sangre alemana", con lo que se prohíbe el matrimonio o la cohabitación con judíos, con amenaza de trabajos forzados para los alemanes que desobedecieran la ley y con la orden de anulación inmediata para las parejas ya establecidas.

¿Cómo han llegado los documentos a California? En abril de 1945, el general estadounidense George Patton avanzaba sobre Alemania con su Tercer Ejército. La capitulación nazi estaba próxima. Sus soldados le trajeron un baúl que habían encontrado en la toma, cuerpo a cuerpo, de una casa en Eichstaett, al lado de Núremberg, en el norte de Bavaria. Dentro había un ejemplar de lujo de Mein kampf, la biblia del Führer, y unos papeles. Patton reconoció el valor de la edición especial del libro y guardó el baúl entre sus trastos. Cuando volvió a California, pensó que aquello le podría interesar a su amigo y vecino Henry Huntington, un magnate del ferrocarril que tenía un museo de arte y antigüedades y una biblioteca en Pasadena. En una colección orientada básicamente hacia la cultura y la investigación anglo-americana, los documentos pasaron inadvertidos, durmiendo un largo sueño.

Y habrían seguido durmiendo de no ser porque el director de la Biblioteca Huntington, Robert Skotheim, que había echado una ojeada a los documentos regalados por Patton, pero que no sabía muy bien qué hacer con ellos, visitó en 1996 una exposición sobre historia judía en el Centro Skirball, de Los Angeles. Skotheim desarrolló una cierta amistad con el presidente del centro, el rabino Uri Herscher. Con el paso de los años, pensó que aquellos papeles podrían interesarle.

En marzo pasado, la Biblioteca Huntington recibió a una comisión del Centro Skirball, encabezada por Herscher. El choque con la historia fue dramático: el rabino cogió el Mein kampf y, al darse cuenta de lo que era, lo dejó caer y, llorando, fue a lavarse las manos. El libro, con broches de bronce y cubiertas de piel blanca con una esvástica dorada, pertenece a una edición de 100 ejemplares para utilizar en ceremonias y manifestaciones. Tiene en sus páginas las señales de los líderes nazis que lo ojearon. Después, al identificar los documentos, una nueva oleada de emoción sacudió al grupo. Herscher lo contó así a The Washington Post: "Era algo importante para mí, porque 18 miembros de mi familia murieron en campos de concentración. Al ver con mis ojos el original, y no una copia, de aquellas leyes, el mal se hace aún más real". No menos impresionado, Skotheim, protestante de origen escandinavo, escribió poco después a Herscher para anunciarle el préstamo indefinido del libro y las leyes de Núremberg y proclamar que el alcance del horror nazi no conoce fronteras ni religiones: "El holocausto nos asaltó a todos, espiritual e intelectualmente, incluso aunque muchos no fuéramos literal ni físicamente atacados".

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