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Aranjuez se vuelca en un multitudinario adiós al maestro Rodrigo

Largas colas ante el féretro del músico

La villa madrileña de Aranjuez demostró ayer su nobleza y su bonhomía volcándose en la despedida al maestro Joaquín Rodrigo. Largas colas de gente muy formal y aseada, parejas maduras, grupos de quinceañeras y hombres anónimos y afectados rindieron tributo al músico que extendió por todo el mundo el nombre de su pueblo. Junto a ellos, políticos, compositores, miembros de la Sociedad General de Autores y Editores y algunos turistas despistados dieron el último adiós "al gran maestro, que es y será la mejor esencia de la belleza musical de España", según dejó escrito en el libro de pésames uno de los visitantes a la capilla ardiente.

"Ha muerto dulcemente, igual que había vivido, con mucha dignidad", eso dijo la hija del compositor, Cecilia -que estuvo acompañada por su marido, el violinista Agustín León Ara, y otros miembros de su familia-, en medio de una gran cantidad de gente que inundaba la capilla ardiente instalada en el centro cultural Isabel de Farnesio de Aranjuez. La tarde soleada y calurosa transcurrió de una forma plácida en esta ciudad que ha reconocido ya de diversas maneras a Rodrigo su contribución al desarrollo económico y sentimental del pueblo. Un busto de mal gusto, que los locales llaman el amo del calabozo, y una calle preciosa llena de plátanos frondosos son los testimonios de un agradecimiento que ayer se extendió entre los 40.000 habitantes de Aranjuez. Muchos de ellos acudieron a dar el último adiós al maestro, y, ordenados en una pulcra cola, pasaban a buen ritmo ante el féretro abierto o se paraban a dejar sus dedicatorias en el libro de pésames. "Para un gran señor" (Dolores G.). "Aranjuez siempre recordará a quien, con su obra más bella, ha contribuido a inmortalizar las bellezas de mi pueblo" (anónimo). "Siempre que visite el Jardín del Príncipe me acordaré de usted" (Cristina). Más expresivas incluso estaban Teresa Romero del Campo y Sandra Sánchez del Campo, dos primas de la raza calé que quisieron visitar el austero féretro del maestro, porque era "un clásico que te relaja, un compositor estupendo y una celebridad".

Por lo demás, todo fue sobrio y tan austero como había sido Rodrigo. Un Mercedes negro trasladó el ataúd desde la capilla ardiente hasta la capilla del Palacio Real. La banda de la Escuela de Música de Aranjuez le despidió a los acordes de la Marcha fúnebre de Chopin. En la capilla se celebró una misa cantada por el Coro de la Capilla Real de Aranjuez y tocada por la Orquesta de Cámara del maestro Rodrigo de Valencia, en la que se interpretó La zarabanda lejana.

El reparto de funciones ilustró también cuán disputada será la herencia del músico nacido en Sagunto en 1901 y fallecido el martes en Madrid. El ministro Rajoy declaró que el próximo Consejo de Ministros aprobará la constitución de la comisión para celebrar el centenario del compositor en el año 2001. El ministro añadió que la presidirán los Reyes ("que fueron quienes le dieron el título de marqués de los Jardines de Aranjuez"), pero no aventuró el nombre del comisario. Asistieron también la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá; el director general del INAEM, Tomás Marco; el presidente de la Comunidad de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón; el presidente de la SGAE, Manuel Gutiérrez Aragón, y varios consejeros (todos se negaron una vez más a dar las cifras que genera el autor clásico español más oído de la historia, pero sí dijeron que en el extranjero, en los últimos 25 años, sólo ha sido superado dos veces por Macarena, de Los del Río), aunque parece que Cecilia reprobó a algún representante valenciano que Valencia nunca había hecho caso a la música de su padre.

Tras la misa, el nutrido cortejo se dirigió hasta el cementerio de Santa Isabel; dentro todo era recogimiento y brillos. El monumento en bronce que hizo el escultor Pablo Serrano en 1984 había sido recién barnizado. La banda ribereña atacó entonces otra marcha fúnebre, la de Juana de Arco, de Gounod, y el gentilhombre de la música española fue depositado en el panteón junto a su esposa, Victoria Kamhi, cuyo epitafio dice así: "En ella puso su confianza el corazón de su marido".

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