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Renovemos el sueño

La cumbre entre Europa y América Latina que comienza hoy, en Brasil podría convertirse en un inmejorable escenario para sentar las bases de nuestra relación de cara al siglo XXI. Pero, por el contrario, ofrece también el peligro de protocolizar unas distancias que en las últimas décadas se han venido haciendo cada vez más perceptibles. Que se dé un paso adelante o dos atrás dependerá básicamente de la capacidad que desplieguen los mandatarios de las dos regiones, reunidos por primera vez en muchos años, para iniciar un auténtico diálogo político que oriente sus relaciones en el próximo siglo. El hecho predominante, y así debe tenerse en cuenta, es que América Latina enfrenta, como otras regiones, su inserción en el escenario prometedor pero asimétrico de la denominada globalización. Esta posibilidad de internacionalización está supeditada a sus posibilidades de responder a cuatro desafíos: la gobernabilidad, la equidad, la competitividad y la identidad.

La gobernabilidad no está completamente asegurada en la región. Es verdad que en las últimas décadas América Latina consiguió recuperar la democracia y superar así el movimiento pendular que la mantuvo durante muchos años, en los términos de Touraine, entre la "palabra" de los movimientos populistas y la "sangre" de las dictaduras militares. Sin embargo, las democracias latinoamericanas se hallan aún en periodo de convalecencia y siguen amenazadas por problemas como el narcotráfico, el terrorismo, el renacer del armamentismo y una pérdida creciente de legitimidad como consecuencia del daño social que ocasionó la apertura brusca de sus

economías al terminar el decenio de los ochenta.

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Construir nuevas redes de gobernabilidad de la región es una tarea inaplazable que empieza por el rediseño de los Estados a fin de que puedan asumir sus nuevas responsabilidades como negociadores internacionales, administradores de los efectos sociales de la apertura internacional y garantes de los procesos que están surtiendo para fortalecer los entes territoriales locales.

La región -y éste es el segundo gran reto- debe mejorar sustancialmente las condiciones de equidad de sus habitantes. La tercera vía latinoamericana es la que permite superar nuestro irresoluto problema de cómo conjugar unos niveles aceptables de crecimiento con unas mejores condiciones de reparto. Aunque no somos la región más pobre del planeta, sí somos el área del mundo donde la riqueza está peor repartida. Basta con mencionar que el 33% de los trabajadores apenas reciben el 8% de los ingresos laborales debido a la distancia entre las escalas salariales vigentes.

Los viejos sistemas asistencialistas que nos permitieron en el pasado ampliar los niveles de cobertura de los servicios sociales básicos de educación, salud y vivienda social están agotados. Se requieren políticas fiscales más progresivas, sistemas de seguridad social diseñados más para la protección de riesgos que para el reparto de beneficios y programas que lleguen, con eficiencia y transparencia, a los 98 millones de ciudadanos más pobres dentro de los pobres.

La competitividad es el tercer desafío de la región y el más importante con miras al porvenir. En América Latina superamos, afortunadamente, las épocas en que el crecimiento se hizo a costa del equilibrio fiscal. Nadie duda hoy de que, sin defender la estabilidad macroeconómica, no hay propuesta de desarrollo que valga. Pero, además del indispensable equilibrio, se necesitan nuevos proyectos productivos nacionales, la formación de cadenas industriales o agroindustriales regionales y la celebración de alianzas estratégicas entre gobiernos y empresarios, nacionales y extranjeros.

También es preciso desarrollar nuestro equipamiento tecnológico. A pesar de tener el 8,3% de la población del mundo, América Latina apenas participa en el 1,3% del presupuesto mundial destinado a investigaciones para el desarrollo. Las posibilidades de investigación científica en materias como la biodiversidad -pues las mayores reservas genéticas de la humanidad se encuentran en la región amazónica- son formidables en la medida en que contemos con mayor apoyo de los países industrializados a través de recursos financieros, tecnológicos y humanos.

También es indispensable invertir en infraestructura si queremos "fabricar" las ventajas competitivas para el próximo siglo de que habla el profesor Porter. Llegar a la meta mínima del 22% de inversión respecto al PIB obliga a encontrar recursos por 135.000 millones de dólares para proyectos de modernización de la infraestructura de desarrollo.

La tarea que tenemos por delante sólo podrá acometerse a partir del cuarto desafío: 1a identidad. Necesitamos de una reflexión profunda y sincera sobre aquello que nos une como latinoamericanos, algo que nosotros mismos no tenemos suficientemente claro, tal vez por un exceso de ideologismo, ese mal endémico que Octavio Paz define al afirmar que en América Latina las ideas son utilizadas como máscaras para encubrir la realidad...

Somos, además, una forja étnica. En América Latina las razas no conviven, se funden; se fundieron conquistadores e indios para que nacieran los mestizos, y éstos, con los negros para que aparecieran los mulatos. En América no hay distinción entre vascos, gallegos o castellanos: sólo hay españoles, aunque en algunos países se les llame a todos "gallegos". El idioma que nos une, inclusive con los brasileños, nos hace miembros de una gran comunidad alrededor de una lengua integradora que, según vaticinios, será una de las tres principales al terminar el próximo siglo, junto con el chino y el árabe.

Europa encuentra en América Latina la región donde están concentradas las mayores posibilidades de progreso para el comienzo del próximo siglo. Un espacio geográfico donde el crecimiento de las exportaciones en los años noventa ha sido tres veces superior al incremento en los países desarrollados, donde se encuentra la mano de obra más calificada de los países en desarrollo, el 33% de los recursos hídricos del mundo y el 13% de las tierras cultivables; donde hay sistemas monetarios y financieros institucionalizados y esquemas politícos representativos que garantizan la existencia de reglas de juego claras para negocios financieros y comerciales. Finalmente, América Latina ofrece las perspectivas de un mercado regional de ochocientos millones de personas que se está integrando a diferentes velocidades, pero en la misma dirección.

La relación reciente entre Europa y América Latina, aunque fructífera en muchos campos, no ha sido una relación orgánica. Europa, en conjunto, es ya el primer socio comercial de casi todos los países latinoamericanos y sus inversiones en la región han crecido cuatro veces por encima de la evolución de los flujos provenientes de Estados Unidos y Asia. Centroamérica y el Caribe gozan de preferencias arancelarias muy generosas gracias al Pacto de San José y al apoyo recibido de la Unión Europea por los países andinos como compensación a sus esfuerzos en la lucha contra las drogas.

No todo, sin embargo, es color de rosa. Las exportaciones latinoamericanas están afectadas con todo tipo de restricciones arancelarias, que van desde simples reglamentaciones administrativas hasta la imposición de cuotas, como en el caso del banano. La cooperación económica hacia el nuevo continente ha perdido importancia respecto a otros países, en particular los de Europa del Este. La xenofobia, mal disimulada, ha mostrado su feo rostro en la restricción del ingreso de inmigrantes latinoamericanos y en materias sensibles como la homologación de títulos profesionales.

Con excepción de las cumbres iberoamericanas y el permanente interés de España, los escenarios de interlocución política entre las dos regiones se han venido limitando a algunos temas específicos, como el de los derechos humanos, la lucha contra las drogas y 1a defensa del medio ambiente.

La Cumbre de Brasil ofrece una oportunidad inmejorable para trazar un rumbo a las relaciones entre los dos continentes al comenzar una crucial etapa. Su objetivo no debe ser tan sólo, como se ha planteado, el de crear las condiciones para llegar a un acuerdo de libre comercio en los próximos años. América Latina necesita un socio político fuerte que lo respalde cuando se siente a la mesa de las grandes definiciones de integración con los Estados Unidos. Europa, por su parte, debe entender que su relación con Iberoamérica no puede seguir inscrita en el obsoleto modelo histórico-reivindicativo de los últimos años y que, al contrario, puede ser altamente rentable una nueva forma de relación que involucre elementos como tecnología, capital, infraestructura, reformas políticas y aumentos del capital social.

La historia latinoamericana es la historia de las ironías. El continente donde vivimos fue descubierto por Colón, pero se llama América. Los generales que ganaron las guerras de independencia fueron preparados en las filas de los ejércitos que más tarde derrotaron. La nueva ironía consistiría en que Latinomérica, la región del mundo con mayor capacidad de soñar, quedara ausente del sueño del siglo XXI y excluida de la ilusión que nos ofrece el escenario de la globalización: la utopía de una nueva realidad.

Ernesto Samper es ex presidente de Colombia.

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