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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Forrado de patrias IMMA MONSÓ

La llegada a las librerías del Dietari de Gombrowicz (Edicions 62), en una excelente traducción al catalán de Anna Rubió y Jerzy Slawomirski, nos permite ahondar de nuevo en los asuntos preferidos de esta pluma descomunal y soberbia. Dejando a un lado que algunas de sus reflexiones sobre su Polonia natal son extrapolables a Cataluña (también Jordi Llovet apuntaba recientemente en este periódico que la Polonia del Dietari "sembla Catalunya, ves per on"), me centraré, es un decir, en la relación que, en cuanto escritor en el exilio, mantuvo con su identidad polaca. El tema de la identidad patria es una lata para los que escribimos novela en catalán, así como para los que escriben novela en castellano en Cataluña. Si escribes en catalán, cada dos por tres cae un entrevistador que no se acaba de enterar y te suelta la trasnochada pregunta "per a tu, escriure en català suposa alguna mena d"acte de resistènciaaaa?". Y en el resto de España jamás te liberas de la pregunta "¿no te has planteado escribir en castellano?", pregunta que no suele hacerse, por ejemplo, a un escritor holandés que escribe en su lengua cuando podría escribir en inglés. Ya lo decía Quim Monzó al mencionar en un artículo una de las preguntas que más tiene que oír cuando acude a Madrid: "Y usted, en el fondo, ¿por qué escribe en catalán?" (como si uno usara su lengua por una especie de fetichismo no abiertamente confesable). Al parecer, el asunto del fondo no se limita a Madrid, sino que tiene alcance universal: Amin Maalouf cuenta en su recién publicado libro que a menudo, tras haber reivindicado su identidad compleja y haberse negado a aclarar si se siente más libanés que francés o viceversa, siempre se le acerca alguien sigilosamente para preguntarle: "Pero en el fondo del fondo, ¿qué es lo que usted se siente realmente?". Así, parece una idea fija y bastante extendida que todos estamos divididos en fondo y superficie, y que inclusive el fondo tiene otro fondo, en el que guardamos esa pertenencia a una única patria o, por decirlo de otro modo, en el que yace una identidad única y determinada para siempre. Lejos de esta denuncia de la concepción tribal de la identidad que realiza Maalouf y otros, denuncia que aparece también en el diario de Gombrowicz, leo en El Temps unas recientes palabras de Clara Simó en las que, hablando de su encuentro con otro escritor, dice: "Estàvem d"acord, amb contundència, que un escriptor que escriu als Països Catalans en espanyol és un escriptor espanyol, no un escriptor català". Que el mercado editorial y los medios de comunicación se vean impulsados a etiquetar a los escritores en grandes paquetes con el fin de que eso que se considera el "lector medio" (?) pueda reconocer lo que compra, puede soportarse con más o menos estoicismo. Lo que me deja turulata es que haya escritores empeñados en aclarar (y no con cierta flojedad, sino ¡con contundencia!) su identidad patria y la de sus colegas. Por eso, los que nos veríamos en un aprieto para encontrar nuestra identidad si nos obligaran a buscarla, digamos que para afirmarla o para hacerle cualquier otra operación de fijación o plastificado, tal vez podamos gozar con los cabreos de Gombrowicz, que huía de semejante cosa como alma que lleva el diablo. Entonces, como ahora, los pelmas no cejaban en su empeño de identificar. Fue a veces tildado de escritor "muy polaco", contra lo que él se revela, igual que se revela contra un cierto "universalismo" vacuo que también aquí y ahora parece estar de moda. Cuando el crítico Pawlikowsky califica a Mackienwicz de escritor "universal" por el hecho de que su temática no es polaca, exclama Gombrowicz: "¿Qué tiene que ver el universalismo de un escritor con su temática? ¿Acaso el arte no consiste en elevar lo concreto a lo universal?". Gombrowicz insiste en su diario en que la fuerza del arte, su intransigencia y su perennidad provienen de que a través de él se expresa el individuo. Así, renunciar al arte sería "renunciar a saber lo que piensa y siente el hombre. El hombre singular". Escribe Gombrowicz que el arte está cargado de soledad y autosuficiencia (en el buen sentido, es decir, en el de bastarse a sí mismo), y por tanto encuentra su razón de ser en sí mismo. "¿La patria?", se pregunta, y se responde a continuación que todos los escritores que le han interesado "han sido extranjeros hasta en su propia casa". Pese a la multitud de adictos que su obra ha ido generando en el mundo entero, Gombrowicz siempre fue difícil de etiquetar (y por tanto de vender), siempre fue escritor hasta la médula, en el sentido de practicar la literatura como ese lugar donde la identidad se escurre y está en incesante construcción y en perpetuo devenir, de modo que difícilmente puede ser afirmada si no es para negarla acto seguido. Fue, sobre todo, un escritor en el exilio. Y hasta llega a preguntarse si no es ésta la mejor opción para un escritor. El exilio. El único modo de ser verdaderamente libre. Ésa es la cuestión: escribir para no encontrarte a ti mismo, para desdoblarte, dividirte y hasta multiplicarte. Leer del mismo modo: para abandonar tu dichosa identidad, para desplazarte de tu yo sin sucumbir (completamente) a la locura, para ir un poco más allá, en lugar de leer para identificarte del todo con la obra y quedarte, por tanto, parado en el mismo sitio.

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