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La escena del crimen

Es de sobra conocido lo que nuestras tropas van a descubrir en Kosovo: escenas dignas de un cuadro de Goya: ciudades desoladas, puentes caídos, civiles desesperados en las carreteras. Sabíamos desde hace tiempo que estábamos llegando -demasiado tarde- a la escena del crimen. Al menos durante el último mes, ha estado saliendo humo de una mina de cromo de Trebca, al noreste de Kosovo. Los refugiados que llegan a Macedonia y Albania dicen que allí está ocurriendo algo terrible. Nadie lo ha visto con sus propios ojos, pero creen que los serbios están quemando los cuerpos en las galerías subterráneas de la mina.

Esos cuerpos son los hombres y los jóvenes kosovares en edad militar que fueron rodeados, disparados y enterrados en fosas comunes en abril y mayo. Unos destacamentos especiales los han estado desenterrando y llevándoselos a la mina de cromo, para reducirlos a cenizas y esparcir éstas por las entrañas de la tierra.

Los investigadores de la fiscalía del Tribunal Penal Internacional de La Haya confirman estas historias, de las que también se ha informado en el periódico The Observer de Londres. La quema ha estado en marcha durante meses: 100 cuerpos al día, según dicen los refugiados.

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Demos por hecho que algunos detalles -como el número- pueden no ser ciertos. Neguémonos a creer lo que los refugiados cuentan de oídas. No tengamos nada en cuenta hasta que lleguen las tropas de la OTAN con los equipos de expertos forenses. Incluso entonces resulta difícil dudar que descubriremos algo terrible en los conductos de la mina de Trebca.

El acta de acusación de La Haya contra Milosevic cita concretamente los nombres de 340 personas que han muerto a manos de los paramilitares y la policía. Es imposible dudar de que hay muchos más.

Es imposible dudar que las fuerzas serbias han estado escondiendo las pruebas lo más rápidamente posible. Se negaron a firmar el acuerdo militar con los mandos de la OTAN en la frontera con Macedonia para ganar tiempo y poder terminar de esconder sus rastros.

Si la historia de la mina de Trebca es verdad, los escuadrones serbios de ejecución han cambiado su modus operandi desde los días de las guerras de Croacia y Bosnia. Entonces no quemaron los cuerpos: simplemente los arrojaron en fosas con la esperanza de que nunca los encontraran.

Con lo que no contaban era con la tenacidad de la ciencia forense. Porque los equipos occidentales consiguieron encontrar la fosa, sin signos externos, de Ovcara, a las afueras de Vukovar, y pudieron descubrir cuál fue el destino de los hombres, arrastrados desde el hospital de Vukovar tras la rendición de la ciudad ante los militares serbios en noviembre de 1991: les dispararon en la nuca. Algunos murieron con la bata del hospital y la vía intravenosa en el brazo.

Entonces descubrimos la verdad. Este conocimiento nos reconforta. Todos queremos creer la vieja fábula de que la depravación siempre acaba por descubrirse. Pero puede que en Kosovo la verdad nunca venza. Porque se están quemando los cuerpos; los equipos forenses tendrán que trabajar con montones de cenizas, examinando botones, dientes, hilos de tejidos que no se hayan quemado.

En Kosovo, el equipo de la fiscalía de la juez Arbour quiere funcionar como investigadores policiales "en tiempo real": acudir a la escena del crimen antes de que se destruyan las pruebas, antes de que los autores se escapen. No repetiremos los primeros días de Bosnia cuando el comandante de la OTAN, el almirante Leighton Smith, se negó a autorizar que sus patrullas de la OTAN detuvieran a los sospechosos. Esta vez, las reglas serán: "Si les veis, detenedles".

Pero incluso ahora los funcionarios americanos admiten en privado que la mayoría de los criminales uniformados se escaparán a Serbia. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas ha confirmado el derecho que le asiste al Tribunal a acceder a Kosovo, pero la juez Arbour llegará demasiado tarde. Quedarán algunos de los criminales: serbios locales que delataron a sus vecinos albaneses, que se vistieron un pasamontañas y se involucraron en algunos actos de crueldad, robo o venganza oportunista. Pero los peces gordos estarán a salvo en Belgrado, y los rastros de sus crímenes, bien escondidos en las profundidades de las minas de Kosovo.

La amarga paradoja es que los que pueden castigar el mal que se ha hecho en Kosovo son los menos dispuestos a hacerlo: los ciudadanos serbios. Sólo ellos pueden juzgar a los criminales. Sólo ellos pueden purgar su país de esta fuente de desgracias.

Para hacerlo tendrán que librarse de la falsa comodidad de la negación. Durante una década han evitado la verdad. Han afirmado que ellos también eran las víctimas de la guerra y señalado a los cientos de miles de serbios que fueron expulsados de Croacia en agosto de 1995. Es cierto, pero no viene al caso. Muy pronto, otra corriente de refugiados serbios -desde Kosovo esta vez- comenzará el amargo viaje de vuelta a la madre patria. De nuevo, los serbios se quejarán de que el mundo desea castigarlos por la limpieza étnica, cuando ellos mismos son víctimas de ella. Esto tampoco viene al caso. ¿Desde cuándo puede uno negar su responsabilidad en un delito afirmando que el acusador también ha cometido otro?

La OTAN, dicen los serbios, es igualmente culpable de crímenes de guerra. Como si no hubiera diferencia entre las muertes accidentales de civiles como consecuencia de los ataques contra objetivos militares y las muertes deliberadamente infligidas como parte de una política de expulsión étnica.

Al final, cuando se agoten todas las excusas, los ciudadanos serbios se verán frente a frente con la dolorosa verdad. Aceptarla es difícil, pero se puede hacer. Los alemanes occidentales lo han hecho. También los surafricanos. No hay país en la Tierra cuya memoria histórica sea inocente. Cada nación debe elegir entre la negación y la verdad.

Los serbios no hacen más que negar. No están dispuestos a escuchar a La Haya. Creen que es un instrumento de la OTAN, una herramienta de la arrogante hipocresía moral de Occidente. Muy bien.

Muchos alemanes pensaron lo mismo sobre los juicios de Núremberg. Pero los alemanes occidentales hicieron sus propios juicios contra los guardias de los campos de concentración, llevados a cabo por fiscales y abogados defensores alemanes. Los historiadores opinan que fueron esos juicios, más que Núremberg, los que introdujeron la realidad del Holocausto en la mente alemana y ayudaron a liberarla del pernicioso pasado.

Ahora les ha llegado la hora de la verdad a los serbios. Librarse de Milosevic es sólo el primer paso. La verdadera prueba será librarse de Karadzic, Mladic, Arkan y los hombres de los pasamontañas.

Si los serbios no aceptan la versión de la verdad de La Haya, deberían crear su propia verdad. Y la forma de hacerlo es entablar sus propios juicios. Juzgad a Karadzic y a Mladic. Encontrad a los que mataron a los hombres de Racak, Mala Krusa, Bela Crkva y todos los demás pueblos de la letanía de dolor de Kosovo. Encontrad la verdad. Cread vuestra propia versión. Y eso os hará libres.

¿Es una utopía? Por supuesto. En su lugar tendremos acusaciones de La Haya y justicia de La Haya. Será algo. Pero no suficiente. Porque la verdad que realmente importa es la que los ciudadanos serbios acepten finalmente como propia. ¿Continuarán creyendo que han sido víctimas inocentes de la agresión occidental? ¿Ansiarán reconquistar su provincia perdida? ¿O aceptarán que lo que se ha ido, se ha ido, y lo hecho, hecho está? La futura paz en los Balcanes depende de cómo los serbios respondan a estas preguntas.

Michael Ignatieff es escritor, historiador y periodista canadiense, autor de El honor del guerrero: guerra étnica y conciencia moderna.

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