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El Festival de Bergen busca en el campo y los fiordos la esquiva identidad noruega

Visita a las casas de Ole Bull, violinista casanova, y de Harald Saeverud, músico tristón

Mientras se agotan las entradas para El camino de los gitanos (músicos de Egipto, Hungría, India y Rumanía, más la voz de la cantaora Esperanza Fernández), y mientras María João Pires hace dedos para su cita con Schubert, Brahms y Grieg, el Festival de Bergen vivió ayer un día movido, con salidas al campo y al mar embravecido incluidas. Se ve que el festival noruego también tiene su corazoncito local, así que tocó excursión a la búsqueda del esquivo espíritu nacional. La cosa resultó muy poco patriotera. Hubo mucho humor, ironía, buen gusto y respeto a los maestros.

Cumpliendo con una vieja tradición y siempre atento a los detalles pequeños, el Festival Internacional de Música y Teatro de Bergen celebró la Fiesta Nacional saliendo en barco a los fiordos, y el capitán llevaba pendientes hasta en las cejas. La otra salida, en autobús a la bucólica casa de Siljustol, donde el músico Harald Saeverud vivió 50 años de contacto con la naturaleza y triple matriarcado casero (con su madre, su suegra y su mujer), resultó más tranquila. En el pequeño saloncito de madera donde Saeverud (1897-1992) componía su música árida y tristona, el violinista vasco Ricar-do Odriozola y el pianista local Enar Rottingen rindieron homenaje a esta oculta gloria noruega.Odriozola, que enseña violín en la Academia Grieg, llegó aquí hace 12 años para hacerse discípulo del compositor. Cuenta que suele tocar en España una vez al año, pero dada su calidad y su prestigio no estaría mal que alguien le invitara algo más.

El recital (Beethoven y Saeverud) arrancó bravos y aplausos de numerosas niñas y mujeres de este país protestante y riquísimo donde un café cuesta 900 pesetas y un paquete de tabaco rubio no baja de las 1.200.

Un poco más lejos, en los fiordos, hay un islote llamado Lysoen. Allí murió en 1880 el gran Ole Bull, violinista virtuoso que se presentaba diciendo: "Soy noruego de Noruega".

Alto y guaperas, políglota y dandi, Bull fue una megaestrella de la música pop del XIX. Rendido venerador de Mozart, improvisaba piezas capaces de desmayar a las damas, y además tuvo tiempo de embestir contra 400 años de dominación danesa y denunciar el protectorado sueco tras las guerras napoleónicas.

Recuperando aires y canciones populares noruegos, Bull levantó el espíritu y la identidad de un pueblo sojuzgado. Con el violín triunfó en media Europa, Rusia y Estados Unidos; sin él, sedujo a reinas y emperadoras, ayudó a Edward Grieg y se inventó a Henrik Ibsen, al que contrató como primer director del Teatro Nacional noruego, creado por él mismo en Bergen en 1850. Ibsen aceptó el cargo a cambio de estrenar una obra cada año.

Todo esto lo iba contando en noruego y en inglés la irónica y dulce señorita Mari Lindstrum, a lo largo de un magnífico concierto-conferencia en el que el público vestía unas babuchas de bolsa de basura sobre los zapatos para no manchar el salón de música de la "pequeña Alhambra" de Bull, una disparatada síntesis de estilos (bóveda rusa, columnas árabes, adornos judíos...) construida bajo sus instrucciones en 1873: se hizo su primera casa sólo siete años antes de morir.

Sin prisa, a su estilo airoso y cosmopolita, un violinista y un pianista iban tocando los instrumentos originales de Bull (una fídula antigua, un violín italiano): obras de Mozart, de Liszt (el gran enemigo del noruego), de Grieg, del propio Ole Bull... Entre pieza y pieza, la muchacha contaba la historia: "Al fracasar en su intento de estudiar teología, sus padres aceptaron por fin que fuera músico. A los 21 años, era ya el mejor violinista de Bergen, así que se fue a París. Y como era de Bergen, se presentó directamente en la Ópera. Le pidieron que tocara una pieza de Paganini, pero lo echaron a la calle antes de empezar". Bull había preguntado si debía empezar por el principio o por el final.

Al precio que quiera

Sólo cuatro años después tocó en Bolonia y un periódico escribió: "El señor Bull puede tocar lo que quiera, ante quien quiera y al precio que quiera". Lo hizo sin pudor alguno, mientras su leyenda de casanova crecía sobre todo en España, donde Isabel II le ofreció ser general y le nombró caballero. Republicano, Bull dio calabazas a la reina y siguió ruta. Tocó encima de las pirámides de Egipto, ante el zar... Su competencia con Liszt fue durísima. Como el francés, Bull le metía mano al folk, cosa que Grieg le agradeció siempre: "Fue el salvador que me abrió los oídos a la belleza de la música noruega".

Mientras suena su romántica obrita La melancolía, empieza a llover. Y la vieja identidad sale de su escondrijo cuando la señorita Lindstrum dice: "Discúlpenme si he sido demasiado noruega".

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