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EL PERFILTHERESA ZABELL

La regatista de Estrasburgo

ALEJANDRO V. GARCÍAL as reseñas biográficas de un político y de un deportista de alta competición difieren en unos pocos detalles sustanciales. Por ejemplo, la biografía de un eurodiputado no suele incluir su peso ni su estatura y la de un futbolista no contiene datos sobre su sagacidad ni sobre su elocuencia. Uno vota a los candidatos sin conocer los límites de su resistencia física y aplaude a un campeón sin tener noticias de su coherencia ideológica. ¿Sería bueno conocer la talla de los aspirantes a las alcaldías y las debilidades sociales de un goleador? Quizá, pero lo más seguro es que sólo contribuyera a la confusión. Hay excepciones sin embargo. La regatista malagueña Theresa Zabell, sin ir más lejos, se convertirá en el mes de junio en una eurodiputada del Partido Popular de 170 centímetros, 55 kilogramos de peso, dos medallas de oro olímpicas y cinco campeonatos del mundo. Antes de que se conocieran sus inclinaciones políticas, Zabell había sido una estupenda deportista pero adornada en secreto con las virtudes propias de una eventual diputada o alcaldesa: rebelde, sin miedo, arrojada, elocuente y de ideas meridianamente claras. Si en la deportista, pues, ya se adivinaban valores de alta política, y en la futura eurodiputada permanecen inalterados los valores físicos. La deportista Zabell, de 33 años, mostró a las claras la calidad de su temperamento cuando se desmarcó de la federación y se preparó para ser campeona olímpica con un equipo propio, del que formaba parte su marido, Manuel López Camacho. No aceptó tampoco la dádiva de 700.000 pesetas que le ofreció la Asociación de Deportes Olímpicos porque, dijeron, creían que había abandonado la competición. "Si eso lo hacen conmigo ¿qué harán con las jóvenes promesas?", clamó con escándalo. Y añadió, como si ocupara la tribuna de oradores: "El problema es que en el deporte hay mucho miedica que no protesta por no quedar mal con las federaciones". Así las cosas, Theresa Zabell dio un portazo, abandonó su lugar de residencia, Barcelona, y se trasladó a Madrid el año pasado a trabajar en una fundación que se dedica a una tarea más lírica que competitiva: llevar los fines de semana a un grupo de niños a conocer el mar. Zabell, madre coraje, dijo: "Con unos ingresos tan inestables y ya con una hija debemos buscarnos la vida". Quizá entonces pensó seriamente en barajar sus valores deportivos con los méritos políticos. En 1993, un año después de que obtuviera la medalla de oro de Barcelona, tomó contacto con el Partido Popular. Fue durante el congreso del partido. Zabell descubrió que sus ideas tenían muchas similitudes con las que expresaban los dirigentes que preparaban el viraje al centro. Sin embargo, la decisión de entrar en la política activa, y figurar entre los diez primeros candidatos en las elecciones, la adoptó la pasada Semana Santa. Arenas telefoneó a la campeona de vela y le propuso aprovechar su ímpetu en Estrasburgo. Su respuesta tuvo la la cotundencia de las declaraciones de las viejas sufragistas: "El PP quiere a gente que esté dispuesta a luchar por el pueblo, y yo siempre he luchado por los deportistas, por sus derechos, y pienso que puedo representar a la mayoría". ¿Perderá el deporte a una campeona y ganará la política a una diputada inquieta? Todo parece indicar que su carrera como regatista ha entrado en su fase final, aunque ella se niega a aceptar la retirada. Aunque no acudirá a los Juegos Olímpicos de Sidney tiene la esperanza de acudir a los de Grecia, en el 2004. De hecho, unos días después de aceptar su incorporación a la candidatura del PP, se marchó a Barcelona a preparar una regata internacional, con Patricia Guerra, Cristina Poole y Lole Pardo. Antes advirtió que está dispuesta a trabajar doce horas diarias para compaginar su navegación por las aguas procelosas de la política con la competición de vela. Theresa Zabell nació en Ipswich, Gran Bretaña, en 1965, pero pronto se trasladó a Fuengirola, donde inició su carrera en el verano de 1979. Se asoció al Club Mediterráneo de Málaga y su primer gran triunfo internacional sucedió en 1985, en el campeonato del mundo de la Clase Europea en La Rochelle, Francia. Aunque su vida es un continuo ir y venir de un sitio a otro, sus raíces, afirma, están allí, en Fuengirola, donde tiene una plaza con su nombre y donde recibió el título de hija adoptiva. Otros datos colaterales: su acento es andaluz, le gusta la feria y baila sevillanas.

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