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Rubia, cochina, cocina

JUSTO NAVARRO Rubia, cochina, vete a la cocina, gritaban en Marbella 10.000 o 20.000 manifestantes, un partido en marcha, defendiendo masivamente a su líder sitiado por los jueces, según la nueva tradición democrática española: los partidarios, en un prodigio de imparcialidad, declaran el mejor a su partido y víctimas inocentes a sus líderes, que, en señal de agradecimiento, organizan manifestaciones, contratan autobuses, reparten banderas y cantos de hinchas. Pronto empezará la temporada de excursiones a la cárcel de Alhaurín si el juez no concede la libertad al político preso. Los cantos en Marbella riman: Queremos a Gil fuera de Alhaurín. Rubia, cochina, vete a la cocina. El lugar del hombre está en la calle; la casa y la cocina deben ser el castigo de la mujer cochina y rubia. La mujer es la concejal socialista García Marcos, que en 1996 puso la querella que ahora provoca la prisión del alcalde Gil por supuesta malversación de dinero público. No quieren la cárcel para García Marcos por malversación de palabras, calumnias o injurias contra el jefe del partido GIL: sólo la condenan a estar en su sitio. Que se meta en la cocina, de donde no debería haber salido si es que alguna vez la pisó. Rubia la llaman, y cochina. Y la canción de los manifestantes revive una historia de mujeres cabareteras y cinematográficas, fatales, mujeres falsas, teñidas, enmascaradas, maldad y curvas. Eran mujeres salidas, fugadas del hogar familiar, aventureras que sumaban sexo y brutalidad fría y soterrada, y descubrían la fórmula de la supersexualidad rentable. Tenían vocación de explotadoras de hombres, que siempre acababan desgobernados en manos de mujeres así. Las primeras palabras de Greta Garbo en una pantalla de cine fueron éstas, en 1930: - Tráeme un whisky, cariño, y no seas tacaño. Hay muchas películas de insatisfechas que se pintan el pelo y la cara para entregarse al mal, mujeres de bares y bandidos, o agitadoras políticas si son más modernas o más ambiciosas: siempre buscando el escenario y el resplandor, demonias y diamantes, rubias y rubíes. Son enemigas de la familia y han roto con el deber de servir al esposo, a los hijos, al horno y al microondas: prefieren oler a colonia que a cocina. Rubia, cochina, vete a la cocina: era el grito de guerra de 10.000 o 20.000 personas juiciosas e imparciales de Marbella. Así que todavía quedan 10.000 o 20.000 que piensan que las cochinas deben meterse en las cocinas, o que son cochinas las que no están en sus cocinas. Estos miles de jueces imparciales serán cada vez más imparciales, porque se alimentan de su ruido, de su entusiasmo, del ritmo de sus pies en marcha, de su canción inolvidable: - Rubia, cochina, vete a la cocina. Si no fuera un mundo negro, yo diría que es un mundo de cine negro: mujeres fatales que están pidiendo un escarmiento. Entonces suena a las cuatro de la mañana el teléfono en casa de la concejal, y en el contestador automático se graba un mensaje: - Te voy a matar. Te voy a pegar ocho tiros.

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