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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Experimento "abertzale"

EL INTENTO de última hora entre Ibarretxe y Redondo fracasó, y habrá Gobierno nacionalista en Euskadi con apoyo exterior de Euskal Herritarrok (EH). De lo que se trata ahora es de conseguir que este experimento sin precedentes sirva para afianzar la incipiente paz sin que el precio sea la libertad.Se trata de una fórmula de alto riesgo. Por lo que puede suponer de acatamiento por parte del PNV de la única condición expresa planteada por ETA respecto a la tregua y por la previsible radicalización del nuevo Gobierno en determinados terrenos muy sensibles. El candidato nacionalista hubiera preferido repetir el tripartito (con los socialistas). Pero su partido estaba atado por el compromiso de Estella, cuya esencia, como ha explicado el portavoz del PNV, Joseba Egibar, es la aceptación del "ámbito vasco de decisión". El sector del PNV partidario de un Gobierno nacionalista, mayoritario en la dirección, ha pretendido zanjar el dilema estableciendo negociaciones con los socialistas, como quería Ibarretxe, pero planteando como condición ese principio, como quería Egibar. El resultado no podía haber sido diferente del que ha sido. El PNV acata así la condición de ETA, pero ello le coloca en situación de debilidad ante futuras exigencias de EH, socio exterior pero imprescindible.

El otro riesgo es la huida hacia adelante del Gobierno vasco ante esas exigencias. El documento aprobado el sábado por HB es un bodrio considerable, pero no habría que descartar que pretendan comprometer al PNV en proyectos como el de esa asamblea de municipios que se plantean impulsar como alternativa al Parlamento vasco; o en programas de nacionalización forzosa, por vía lingüística, como los propuestos en su propia plataforma electoral. Son riesgos serios, y de ahí el temor de Ibarretxe y el interés de la dirección nacionalista en cubrirse de forma que puedan argumentar que no tuvieron más remedio que pactar con Otegi ante la negativa de los socialistas.

Habrá, pues, Gobierno nacionalista, y ello puede no ser tan malo en al menos dos aspectos. Por una parte, situará al nacionalismo no violento ante sus responsabilidades. No es posible que un partido que lleva 18 años gobernando y que administra un presupuesto de más de 700.000 millones de pesetas sea a la vez una fuerza desestabilizadora, que cuestiona el marco autonómico y desacredita las instituciones. Desde hace años, la presencia de los socialistas no ha servido para impedir que el componente nacionalista del Gobierno funcionara por libre, sin que nadie le pidiera cuentas. La normalización política es también que haya una oposición real.

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Por otra parte, el experimento ofrece una oportunidad para la maduración de HB. El texto aprobado por su Asamblea el pasado fin de semana demuestra que el cauteloso abandono de la referencia armada no es todavía garantía de actitud democrática. Es posible que, acostumbrados al estilo militar de los comunicados de ETA, crean que esos latiguillos sobre la construcción nacional son argumentos. Pero es sólo palabrería. No basta un par de metáforas baratas para que los navarros tengan que aceptar su integración en Euskadi, ni jurar que el Estatuto de Gernika fue impuesto a los vascos para borrar 20 años de autonomía.

Su posición como apoyo externo necesario para la continuidad de un Gobierno nacionalista, y en situación de tregua indefinida de ETA, es óptima para que HB-EH se familiarice con la política democrática. Sobre todo, para que comprenda que los demás partidos y ciudadanos pueden considerar sus convicciones tan sagradas como los abertzales consideran las suyas; y que aceptar el pluralismo es algo más que perdonar la vida a los que piensan diferente.

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