_
_
_
_
_
Reportaje:

Catarinos contra Saramagos

De cómo los ancestros del premio Nobel se vieron envueltos en una pelea mortal por una cabra y emigraron desde su aldea a Lisboa

Esta historia comenzó hace 75 años, en un día de invierno de mala o buena fortuna. Era la época de la aceituna y los hombres eran quienes la vareaban, del olivo al paño de cosechar y de allí al lagar de los señores. João Sousa, apodado Saramago, amigo de sus amigos, cosechador de aceitunas, tuvo a bien obsequiar a su cuñado Catarino con una cabrita como muestra de estima. Sin embargo, en pleno trabajo, el mal carácter del amigo le hizo maltratar a la cabrita que había sido de João. Unas palabras siguieron a otras -"la chiva me la has regalado, así que ya no es asunto tuyo que la golpee o no"- y estalló la guerra entre los Saramago y los Catarino de Azinhaga do Ribatejo.El domingo en el que empieza la historia, después de dos semanas de "provocaciones", se encontraban los hombres en la plaza de la aldea, en las lentas horas de la satisfacción de quien se había hecho con un patrón para la semana y de la desesperación de quien se había quedado sin trabajo -era la "subasta de personal" de aquel tiempo en el que los pobres "no tenían más que las calles para caerse muertos"-, cuando se armó una gran confusión. Los palos volaron sobre las cabezas y los Catarinos se pegaron con los Saramagos. Todo a causa de una cabrita.

João Sousa, que venía de una finca arrendada donde había estado escardando fresas, recibió este aviso: "João, no vayas por ahí que no llevas contigo ningún palo". Poco después, entre gritos y ruidos de tallos de junco herrados - armas temibles que utilizaban los salteadores de caminos y también los hombres honrados de la ribera-, al llegar frente a la casa del Marqués de Rio Maior, a unas decenas de metros de la plaza, João Sousa caía en medio de un charco de sangre. Y el Catarino de la cabrita le siguió en su desgracia.

Transportados en carro a Golegã, los dos cuñados tuvieron distinta suerte: João murió horas después y Catarino, con la circunstancia atenuante de haber resultado también gravemente herido, acabó pasando 18 meses en la cárcel. En los restos de la disputa quedaron una viuda con dos hijos al cuello -Maria da Piedade y João- y dos familias separadas por un odio mortal.

La viuda, pobre como todos los jornaleros de Azinhaga, tuvo que buscarse el sustento en Lisboa. Maria da Piedade creció, se hizo costurera y vivió en Parede hasta volver a su tierra a los 50 años.

João aprendió el oficio de encuadernador y todavía sigue en Lisboa.

Pero no fue éste el único "exilio" que marcó la década de los 20 para los Saramago. Poco tiempo después, uno de los dos hermanos de João de Sousa decidió también huir de los desacuerdos con los Catarinos y la escasez de trabajo del pueblo. Se llevó a un hijo de cerca de dos años, el único miembro de la familia a quien el padre dio el apodo como apellido, y se fue a la capital. El padre llegó a ser subjefe de policía de la Seguridad Pública y el hijo obtuvo hace tres días el Premio Nobel de Literatura.

Orgullosa, como toda la aldea, tanto la mitad comunista como la mitad socialista, la antigua costurera Maria da Piedade (su apellido de casada es Damião) confirma la guerra de los Catarinos contra los Saramagos, relatada al diario Público por su pariente Fernanda Pereira, y añade un punto fundamental: "Esa disputa fue la razón de que mi tío, el padre de José Saramago, se fuera a Lisboa".

Si nos remontamos más en la genealogía del autor de Levantados do Chão , encontramos a sus abuelos, Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinhas, criadores de cerdos que entraron en este siglo sin tener tierra propia y con unos animales que comían las bellotas de unos alcornoques que nunca fueron suyos. En el recuerdo de la gente de Azinhaga, donde ya casi ha desparecido el galardón salazarista de "aldea más portuguesa de Portugal" que se concedió a la zona a mediados de siglo, queda poco del niño y el joven que disfrutó allí de sus vacaciones de verano casi hasta ser adulto.

Vecinos del Almonda, que pasa junto al caserío, del Tajo, que corre a menos de un kilómetro, del Paúl de Boquilobo, y de la tierra que le da nombre y que vio nacer al general Humberto Delgado, a seis kilómetros de allí, los habitantes de Azinhaga hurgan ahora en su memoria en busca del pasado de su ilustre paisano.

"Era muy atrevido para las bromas -recuerda un hombre de 75 años, bautizado Manuel Catarino, por cierto-. "¿No íbamos a estar contentos?", se sorprende ante la pregunta más disparatada que podía hacerle alguien a última hora de la tarde del jueves.

Dueño de recuerdos más recientes es António Mendes Gomes, un azinhaguense de mediana edad que preside la Filarmónica local y que fue presidente de la Asamblea de Freguesia del pueblo. "La última vez que vino fue para la Fiesta de Mayo, hará tres años. Entonces me preguntó quién era el dueño de la casa en la que nació y le respondí que era yo. Fuimos a verla, la reconoció de cuando era niño y me pidió que no tocara nada y que le diera un precio. Quería comprarla para hacer un museo o para venir de vez en cuando". Hasta ahora no ha habido otra oportunidad de hablar del asunto, pero la casa está a la espera de quien nació en ella. Pobre, como eran los Saramagos, en mitad de la calle que atraviesa el pueblo, ha llegado hasta el día de hoy sin una sola ventana, ni delante ni detrás, y con la puerta hundida medio metro respecto al nivel que tiene ahora la calle.

Allí vivían aquellos Saramagos que no quisieron más guerras con los Catarinos, y en ese universo ribatejano de hombres que "se hacían con un patrón en la subasta de trabajo" iba a estar situada, sin duda, la novela a la que el más célebre hijo de Azinhaga dio título hace una década pero que nunca escribió: O Livro das Tentações.

©EL PAÍS/PÚBLICO

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_