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"El Ejército no es el intérprete de la Constitución"

El adiós de José Faura, el general que ha mandado durante más tiempo al Ejército español desde la muerte de Franco

Miguel González

Durante los últimos cuatro años y medio, más de lo que duró cualquiera de sus antecesores desde la muerte de Franco, José Faura Martín ha sido el jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, una de las instituciones a las que en otro tiempo se aludía bajo el eufemismo de poderes fácticos.Y, ciertamente, podría pensarse que este general, cuyo nombre desconocen la inmensa mayoría de los españoles, es el paradigma del poder en la sombra: ha mantenido el cargo con tres ministros (Julián García Vargas, Gustavo Suárez Pertierra y Eduardo Serra) y dos presidentes (Felipe González y José María Aznar), sobreviviendo incluso al cambio del partido en el Gobierno.

Sin embargo, el general Faura afirma que fue el primer sorprendido por su nombramiento, en febrero de 1994, pues ni siquiera era el candidato preferido del generalato, y atribuye su larga permanencia "a las circunstancias, más que a las personas".

Algo habrá influido su excelente relación con los tres ministros, sin que quiera decantarse por ninguno, con los que ha mantenido idéntica actitud: "Yo creo que se puede hablar de todo cuando se hace con franqueza y respeto. La lealtad al superior consiste en manifestar lo que tú piensas y, una vez tomada la decisión, aplicarla". Las relaciones entre el Gobierno y los militares, asegura, están absolutamente normalizadas. "Ya no existe la tensión de otros tiempos. El Ejército es una balsa de aceite".

Su estancia en el Palacio de Buenavista, el mismo donde murió el general Prim, uno de los espadones más populares del siglo XIX, no ha sido sino la última etapa de una carrera militar de casi 50 años que atraviesa la más reciente historia de España.

Nacido en Ceuta en 1931, hijo, nieto y hermano de militar, admite que nunca se planteó ser otra cosa y que, por su origen, quizá su sentimiento hacia las dos ciudades españolas del norte de África no coincida con el de muchos de sus conciudadanos. "Comprendo que un señor del norte tenga una sensación más difusa, a mí me toca en mis raíces y mis entrañas".

La guerra civil, que vivió en Tetuán siendo niño, es un recuerdo borroso que se va perfilando más tarde, cuando la aprende de sus mayores. "Nosotros somos militares formados por militares que ganaron la guerra y eso nos parecía algo natural, incuestionable, pero, al menos yo, nunca tuve ningún sentimiento de odio hacia el bando que la perdió".

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En varias ocasiones, asegura, ha sido consciente de estar viviendo un cambio histórico. La primera fue en Alcazarquivir, en 1956, cuando asistió como teniente de regulares a la independencia de Marruecos. "Había una desinformación casi absoluta, se cruzaban órdenes y contraórdenes, gente que te había sido fiel hasta el día anterior cambiaba sus lealtades, pero en medio de la confusión te dabas cuenta de estar presenciando el despertar de un pueblo y eso es algo impresionante, aunque fuera en contra de nuestros intereses".

Con la faja de Estado Mayor y tras un periplo por Ceuta, Granada y Canarias, su carrera militar dio un giro en 1971, cuando aceptó el requerimiento de un compañero para incorporarse al Seced (Servicio Central de Documentación de Presidencia del Gobierno), el servicio secreto organizado por San Martín a las órdenes de Carrero Blanco. "Sé que puse pegas, aunque no muchas. Y eso que un amigo me advirtió: "Pepe, Madrid es como el cielo, que hay que ir, pero lo más tarde posible".

Incorporarse al Seced fue colocarse en el ojo del huracán, justo cuando se desataba. "El atentado de Carrero fue como un mazazo. El almirante era un hombre bondadoso, serio, muy trabajador, de convicciones firmes". Ante la pregunta de qué hubiera pasado si Carrero no muere, se encoge de hombros: "¿Qué hubiera pasado si España en vez de ir a América va a África?".

Aunque ahora cueste creerlo, asegura, los del Seced "éramos gente progre, en el sentido de que teníamos conciencia de que iba a venir algo nuevo y había que ayudar a traerlo". En 1976, ya con Andrés Cassinello como jefe del servicio y antes de la legalización de los partidos, participó en dos reuniones trascendentales.

"La cita fue en un hotel. Cassinello y yo llegamos al aparcamiento y subimos directamente a la habitación. Allí nos esperaban Felipe González y Alfonso Guerra. Llevábamos el encargo de Adolfo Suárez de tender puentes y atraer a esta gente, que también eran España, para que participara en lo que se estaba preparando. Estuvimos tres o cuatro horas y tengo que decir que nos entendimos muy bien, quizá porque los cuatro éramos andaluces. Había un punto de afinidad, no ideológica. Salimos de allí con la impresión de que habíamos dado un paso muy importante".

No podía sospechar que 18 años después, aquel joven sevillano que se hacía llamar Isidoro, del que ya entonces le impresionaron su "moderación y don de gentes", le nombraría jefe del Ejército. "Cuando volví a verle, siendo presidente del Gobierno, hablamos de aquel encuentro".

De esa época recuerda, sobre todo, al general Gutiérrez Mellado, a quien tuvo la satisfacción de proponer para el ascenso a capitán general honorífico antes de que falleciera en accidente de tráfico. "Aunque actuara en ocasiones en contra de lo que pensaban la mayoría de los militares, siempre lo hizo buscando lo mejor para España. Para ponerse enfrente de la gente, hay que estar muy plantado, muy serio y muy convencido".

Faura se marchó del servicio secreto, ya entonces llamado Cesid, en 1979, a la llegada a la dirección del general Mariñas, y el 23-F le sorprendió en el curso de estados mayores conjuntos. "Yo creo que no cuajó, aunque no se haya reconocido, por la sensatez y prudencia de los militares, que se resistieron a secundarlo. No digo que no hubiera gente proclive, pero una cosa es simpatizar y otra capitanearlo. Siempre que se produce un cambio hay quien no se adapta".

Mirar al futuro, sin renegar del pasado, es la actitud característica del general Faura. Tuvo que ponerla a prueba en 1989, cuando murió Lola, su mujer, dejándole solo con siete hijos, el menor de 12 años. "Yo soy huérfano de padre, pero los huérfanos de verdad lo son de madre. Su ausencia no puede suplirse. Cuando ella faltó me di cuenta de cuántas cosas ignoraba. Por ejemplo, que tenía un hijo con los pies cavos. Hice lo que pude, con la ayuda de mis hijos, por mantener unida a la familia y creo haberlo logrado".

Como jefe del Estado Mayor le ha tocado afrontar la mayor transformación del Ejército en el último siglo: la reducción del Plan Norte, la intervención en el exterior, la integración de la mujer y, por fin, la profesionalización y la supresión de la mili. "Socialmente era inevitable y, además, responde a una corriente mundial de la que no podemos quedar al margen. Partiendo de esa base, creo que hemos ido oportunamente a ese envite".

Católico practicante y optimista impenitente, el general Faura no cree que en España pueda producirse una situación parecida a la de la antigua Yugoslavia, que tan de cerca conocen los militares españoles, "porque aquí tenemos una capacidad de diálogo que allí falta". Pero no olvida una lección: "Hay que cuidarse de los ayatolás de cualquier signo".

Aunque le produzcan "cierta inquietud" algunas declaraciones nacionalistas,no pierde la confianza. "No diré que España va bien... pero creo que ha entrado en una senda de progreso y veo el futuro con esperanza".

Considera "un sofisma" que se cuestione la democracia española por el hecho de que el artículo ocho de la Constitución encomiende al Ejército defender la unidad de España. "Nosotros estamos pa-ra cumplir lo que nos manden, pero a las órdenes del Gobierno constituido. El Ejército no es el intérprete de la Constitución. Yo puedo interpretar el artículo ocho, pero lo que no puedo es, con mi interpretación, echarme a la calle. Quien debe interpretar el artículo ocho, y la Constitución entera en lo que a las Fuerzas Armadas se refiere, es el Gobierno".

A su último presidente, José María Aznar, lo conoció en 1995, cuando era jefe de la oposición y el ministro García Vargas le organizó una comida con la cúpula militar. "Me pareció una persona seria, preparada, como demostró con sus preguntas, de mucha altura. Tengo la sensación", agrega cuestionando la imagen de frialdad del presidente, "de que me aprecia y quizá por eso yo también lo aprecio".

Menos inescrutable es el carácter del Rey, quien el pasado día 15 se presentó sorpresivamente a almorzar con los generales del Consejo Superior del Ejército, reunidos por última vez bajo la presidencia de Faura. No dijo que viniera a despedirse, pero al marcharse saludó efusivamente. "Como siempre pasa en estas reuniones, se habló de temas profesionales y militares, anécdotas... Le conocemos hace mucho tiempo y cada uno tiene un recuerdo con Su Majestad".

En un acto emotivo, en la Academia de Zaragoza, se despidió el pasado martes de la bandera de España, que juró hace 49 años. A la otra enseña de su devoción -la rojiblanca, que sigue desde que siendo niño viera jugar al entonces llamado Atlético Aviación en Tetuán- no tiene intención de decirle adiós.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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