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Filósofos españoles y latinoamericanos buscan su reencuentro en un congreso conjunto

Pedro Laín Entralgo pronuncia la conferencia inaugural

Más de 150 ponencias, dos tercios de ellas presentadas por pensadores del otro lado del Atlántico, junto a unas 400 comunicaciones, a las que hay que añadir diversas sesiones especiales y mesas redondas, forman el programa que se encontrará quien desee seguir el I Congreso Iberoamericano de Filosofía que se inaugura hoy en Cáceres y será clausurado el próximo sábado en Madrid. Los asistentes buscan, según su coordinador, Reyes Mate, encontrarse y superar un largo aislamiento entre quienes trabajan con un mismo instrumento: la razón, en forma de lengua española.

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Un programa itinerante y denso

La lección inaugural del congreso la pronunciarán un español, Pedro Laín Entralgo, y un mexicano, Luis Villoro. El primero tratará sobre la evolución de la filosofía y la ciencia desde el siglo XVIII hasta nuestros días; el segundo reflexionará sobre la posibilidad de una comunidad filosófica iberoamericana.El intento de reencontrarse entre los filósofos de España y de América, objetivo del encuentro de Cáceres, tiene su origen en el desencuentro que se agudiza tras la guerra civil. El pensamiento español y el de los países iberoamericanos se dieron la espalda en 1939. Allí quedaron los exiliados y en la Península iniciaron una difícil convivencia quienes pretendían que había un único pensamiento (y aquél sí que era absolutamente único) y quienes trataban de ir abriendo ventanas y fronteras. El aparente vacío en el que cada cual daba sus gritos sin esperar más respuesta que el eco hizo que las historias del momento tendieran a describir el panorama como un yermo que, por algún motivo ignorado, se convirtió en tierra fértil a finales de los años sesenta y principios de los setenta. En esos años empezaba a hablarse de escuelas del pensamiento en España. Así, en Barcelona había tres núcleos: el formado en torno a Manuel Sacristán, el que se agrupaba en torno a Josep Calsamiglia y el que trabajaba siguiendo en parte las directrices de Emilio Lledó.

La segunda escuela en sentido relativamente fuerte era la de Oviedo, cuyo líder e inspirador era y es Gustavo Bueno. Discípulos suyos fueron un bloque de pensadores que se disgrega por el resto de España: el malogrado Alfredo Deaño, que falleció en Madrid; Isidoro Reguera, hoy en Cáceres; y otros.

Paralelamente, en Madrid estaba Carlos París y más tarde se incorporaron otros pensadores como Javier Muguerza, Fernando Savater, Jacobo Muñoz o Ángel Gabilondo, por citar sólo unos pocos. En Granada, estaban Pedro Cerezo y Juan José Acero, mientras que en Valencia, en torno a la revista Teorema, se forjaba un potente grupo interesado especialmente en la lógica y la filosofía de la ciencia.

Los más jóvenes empezaron a viajar a América, sobre todo a la América Latina, a partir de los años setenta. Los primeros contactos se produjeron por la vía de los exiliados: Juan David García Bacca, Adolfo Sánchez Vázquez, Eduardo Nicol, Joaquín Xirau y su hijo Ramón. Aquellas relaciones iniciales fueron cuajando poco a poco y hoy, como recordó Reyes Mate, citando a otro emigrado, José Gaos, España ya no es la última colonia del su propio espíritu imperial.

Parte de este encuentro de España consigo misma, que es a la vez el encuentro con el resto de los países, es lo que se va a debatir en Cáceres y en Madrid durante esta semana. No es que se busque el espíritu de lo hispano, hoy los historiadores de la filosofía tienden a pensar, como decía hace unos días Javier Muguerza, miembro del comité organizador, que la filosofía no tiene patria, aunque el idioma común forje vínculos evidentes.

Los trabajos realizados en torno a la Enciclopedia iberoamericana de filosofía, núcleo organizador de las jornadas, han sido además de interesantes por lo que aportan, por lo que han tenido de comunicación entre un lado y otro del océano, según recuerda Reyes Mate, quien añade que hay representantes de todos los países americanos de habla hispana, así como de Portugal y Brasil, además de los propios españoles. Todo ello configura, opina, un congreso abierto a la reflexión común, con tantos ámbitos de trabajo como hay en el día a día, de forma que éste sea el reflejo de lo que hacen unos y otros, y lugar de intercambio y comunicación entre quienes trabajan conjuntamente, quizá sin saberlo.

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