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La prensa "financia" la rebelión

Alfonso Armada

El aduanero ruandés observa con desgana al recién llegado y sella su pasaporte. Los soldados sentados junto a la barrera ni siquiera se incorporan: piden el documento y hacen un gesto con la boca que no admite dudas. A escasos metros, sobre un talud sobre el lago Kivu, que parece un mar incrustado en el centro de África, se levanta la aduana congoleña: los rebeldes parecen primos hermanos de los ruandeses. La antorcha zaireña que decoraba un muro de ladrillo ha perdido el rojo de su llama. Mientras que los ruandeses y congoleños que quieren cruzar la frontera son atendidos a través de una ventana, los blancos reciben trato privilegiado: dentro de la pequeña estancia son amablemente interrogados acerca de su profesión e intenciones por una funcionaria de intrincado peinado. Entonces empieza el saqueo: 60 dólares (más de 9.000 pesetas) por el visado. El pasaporte dormirá en el garito fronterizo mientras el periodista husmee en Kivu y aledaños con un salvoconducto, que habrá de compulsar en la oficina del profesor Étienne Ngangura Kasole (Departamento de Comunicación y Prensa) para obtener un permiso de trabajo por el módico precio de 100 dólares. Antes, la solícita aduanera mostrará las tarifas oficiales por introducción de material: 100 dólares por una cámara fotográfica, 200 por un ordenador, 250 por un teléfono vía satélite. Desde que empezó la rebelión, el 2 de agosto, innumerables periodistas han dejado miles de dólares en las arcas de la rebelión.

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