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ONG y política

Las propuestas de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG) se caracterizan por una mejor adaptación a la realidad de nuestras sociedades y a las preocupaciones de nuestros ciudadanos que las propuestas de los partidos políticos. Con un estilo nuevo, conectan con una sensibilidad ciudadana que prefiere asociarse antes que militar, participar, ahora y aquí, antes que votar mañana. O sea, cada cuatro años en un congreso de partido o en una convocatoria electoral. Una cultura cívica que valora los compromisos concretos e individuales, más que las promesas abstractas de palabras retóricas. Una nueva generación de ciudadanos que prefiere la postal reivindicativa o el e-mail solidario, a la asamblea previsible o la reunión conspiradora. En definitiva, la creatividad y la innovación a la repetición aduladora de liderazgos tan repetitivos y previsibles como ausentes.Pero no es sólo cuestión de estilo. El cómo es importante y determinante. Son también los temas que tratan los que preocupan a muchos ciudadanos sensibles. Ausentes o poco creíbles los políticos y los partidos, las ONG han ocupado en parte el protagonismo ciudadano como interlocutores sociales ante los retos del racismo, las libertades individuales, la ecología, los desafíos sociales o la solidaridad internacional. Pero también nuevos espacios, como lo tecnológico o el consumo, se abren a la fórmula asociativa de ciudadanos que quieren participar y organizarse alrededor de sus retos, emociones o necesidades. En síntesis: se preocupan de lo que debería ocuparse la política. La distancia entre la representatividad social que se ganan cada día las ONG entre los ciudadanos y la representatividad política de los partidos y los políticos reducida, más y más, a la confirmación electoral, puede provocar una desconfianza de todos con todos. O bien, una instrumentalización mutua, caracterizada por la gestión de la influencia política por parte de los actores sociales.

Así, mientras la mayoría de los intermediarios corporativos o económicos se han concentrado en la eficaz -y rentable- tarea de conseguir cambios en la legislación en beneficio de sectores o corporaciones, las ONG han centrado sus esfuerzos más en el diálogo institucional con las administraciones, antes que en el diálogo político con los partidos y sus representantes. No es ajena a esta realidad la fuerte dependencia económica que la mayoría de las asociaciones tienen de las subvenciones públicas. Legítimo y necesario, pero creo, sinceramente, que insuficiente.

La revitalización de nuestra democracia nos obliga a que avancemos en una creativa corresponsabilidad de protagonismos y representatividades. Necesitamos incorporar a una visión más amplia y más transversal, colectiva y política, a todos los que desde sus organizaciones representan y lideran las energías más solidarias y sociales de nuestra ciudadanía. No hay que tener miedo. Pero empieza a ser insuficiente la influencia en la política desde una cuidada y estética posición "apolítica" y "exclusivamente sectorial". Así, podríamos ir dando la batalla por reintroducir, en las políticas y en la política, acciones y discursos que hablaran de valores (no sólo de los de las bolsas) olvidados por demasiadas opciones, excepto para uso contra el adversario y cuando vienen bien. Y esta renovada capacidad de influencia, de cambio, de transformación, sólo será posible si articulamos mejor nuestros esfuerzos e iniciativas. Si superamos nuestras desconfianzas y si, en definitiva, el movimiento solidario y asociativo madura en una concepción más política (que no necesariamente partidaria) de sus planteamientos y modifica prioridades e indicadores en aquellos espacios en donde una centésima de punto significa algo más que matemáticas o pura estadística.

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Quizá es hora de abrir caminos, de tender puentes y consolidar diálogos para frenar el supuesto antagonismo de lo solidario frente a lo político, que sólo sirve a los que no quieren cambios, y hacerlo reivindicando otra política más solidaria, diferente y transformadora, que se rebele contra todas las miserias de un sistema que no tiene fronteras. Porque estamos hartos de posibilistas, de gestores que consideran que enfrentar lo necesario, que los cambios, son un riesgo.

A los que gozan de la credibilidad de los ciudadanos en lo concreto habrá que pedirles una mayor corresponsabilidad en lo general. Que se contaminen de nuevos estilos y sensibilidades las estructuras que se han quedado rancias y obsoletas. Imaginemos nuevas fórmulas, al tiempo que empujamos por la regeneración, transformación y democratización de los partidos políticos que son un bien público. Pero no dejemos en manos de los profesionales o los oportunistas lo que nos preocupa. Seguir influyendo sin mojarse ni ser vistos es más propio de los que defienden intereses que de los que representan a ciudadanos.

A los que desde el movimiento asociativo se reclaman progresistas y aspiran a nuevas justicias sociales a través de la transformación de la realidad, hay que recordarles que es desde la política y desde sus estructuras de representación y de participación, desde donde articulamos todo lo público y bastante de lo privado. También sus límites y sus obligaciones, sus derechos y sus deberes. Y que la política democrática no puede ser ni olvidada ni obviada. A riesgo de lo peor.

Entramos en una fase decisiva de la vida política española. Una agenda electoral sin precedentes en nuestra cortísima democracia nos espera. Elecciones municipales, autonómicas, generales y europeas van a generar una interesada etapa de permeabilidad en las formaciones políticas. La elaboración de los programas electorales o de las candidaturas expresará, entre otros datos, el grado de sensibilidad democrática de los partidos. Quienes estén más abiertos y más cercanos a los ciudadanos pueden, en principio, gozar de mayor confianza electoral. Se van a poner a prueba declaraciones y hechos. Se abren también oportunidades. Pero ojo. Algunas opciones marcarán la distancia entre las oportunidades para todos o sólo para algunos.

En este escenario, las ONG serán un referente de credibilidad. Y la credibilidad será importante para decidir con quién y cómo queremos entrar en el siglo XXI en los ayuntamientos, en los parlamentos y en los gobiernos. Los retos a los que nos tenemos que enfrentar exigen de liderazgos serios y preparados. No necesitamos contables con manguitos que hacen lo que les mandan. Necesitamos líderes creativos capaces de conseguir imposibles necesarios.

Los progresistas tenemos oportunidades si asumimos retos y responsabilidades. Es cierto que la tentación a la resistencia ética y estética desde la trinchera asociativa se impone ante tanto desconcierto y desconfianza. Muchos defraudados pueden preferir la comodidad de la indefinición. U optar por las coherencias coincidentes con los conservadores. Pero no podemos dejar pasar esta oportunidad de consolidar nuevos y ambiciosos (sí, ambiciosos) proyectos y a los que los lideran con un nuevo estilo y contenidos. Demos una oportunidad al nuevo compromiso político. Y sólo será mayoritario si lo hacemos también nuestro compromiso. Y es posible, os lo aseguro.

José María Mendiluce es eurodiputado.

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