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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Película libre, loca, escurridiza

Al viejo y eminente Shohei Imamura le conocemos aquí por La balada de Narayama, a estas alturas convertida en una película insoslayable cuando se hace un recuento de la permanencia en la evolución del cine japonés moderno de las constantes y estilos construidos en la página impar de su etapa clásica.

La anguila obtuvo hace dos años, compartida con la escueta y estremecedora El sabor de la cereza, de Abbas Kiarostami, la Palma de Oro del cincuentenario del Festival de Cannes. Pareció, y es probable que así fuese, una componen da del jurado este reparto del máximo galardón a que puede aspirar un filme entre el genial y austero poema del cineasta iraní y esta excelente obra de transición de Imamura.

La anguila

EE UU, 1980 (95 m.). Dir.: Jonathan Kaplan. Int.: Richard Hatch, Kay Lenz.

Dirección y guión: Shohei Imamura

Intérpretes: Koji Yakusho, Misa Shinizu. Japón, 1997. Estreno en Madrid: cine Renoir Plaza de España (en versión original subtitulada).

Si se cotejan ambas, la balanza se desequilibra a favor de aquélla, aunque ésta sea por sí misma merecedora de cualquier regalo. Pero La anguila, junto a un enloquecido equilibrio en la combinación entre comedia y tragedia (mezcla cuya receta sólo está al alcance de unos cuantos, muy pocos, príncipes del oficio de hacer películas), carece del aliento de los trabajos excepcionales, fuera de norma.

Da la impresión de que la maestría de Imamura es tanta y tan adueñado está su despliegue por su poseedor, que éste juega a placer, en regates de burla, con el espectador, le somete a virajes y vaivenes emocionales tan elegantes como bruscos, y le obliga a irse a su casa o a quedarse y aceptar un zarandeo entre la sonrisa relajadora y el horror del latigazo.

Es La anguila de esas películas que dan sensación de haber sido construidas con tanta facilidad y sagacidad en el empleo de los recursos de enganche, que parece hecha por Shohei Imamura con los ojos ven dados.

Mecanismo exacto

El funcionamiento de sus mecanismos es exacto y de exquisito acabamiento. La transición desde la violencia desata da y la explosión mortífera hacia la placidez en que su sacudida inicial desemboca, asombrará a los que sienten curiosidad por lo que ocultan los andamios que sostienen la bondad de una buena película.

Y quienes se desentiendan de indagar en esos recovecos y busquen, sin meterse en líos, un espectáculo relajante, quizás no disfruten tanto como aquéllos con la capacidad de prestidigitación del maestro japonés, pero en La anguila están ante la materia de un relato insólito y cautivador, no destinado a multitudes pero reconfortante para los degusta dores de cine refinado.

La película se estrella aquí después de casi dos años de espera. Imamura ha hecho en este tiempo otra película, Doctor Akagi, que es tan milagrosa como la cuadratura de un círculo, a la altura de lo más libre del espíritu de John Ford y Jean Renoir, para entender nos. Por esto, Doctor Akagi condiciona la visión de La anguila, porque tras verla se descubre que Imamura abrió el camino en ésta su penúltima obra a los bellísimos, formidables horizontes que acaba de atravesar en la última.

Pero que lo más vivo de La anguila sea lo que tiene de antesala de Doctor Akagi, no le impide ser en sí misma una película hermosa y hermosamente libre, audaz e inteligente, luminosa y al mismo tiempo de fondo oscuro y no fácil de descifrar del todo, si es que es posible hacerlo sin dejar no esclarecido algún rincón de su misterio, ese que gente tan guapa como la que mueve Imamura deja caer en las trastiendas de sus personajes, escurridizos como anguilas y rotundos como viejas presencias de pronto recordadas.

Merece la pena cruzar este umbral, aunque sólo sea para preparar los ojos a la inundación de talento que nos proporcionará Akagi cuando se estrene, en el hueco de alguna grieta de programación que dejen libre las venideras hollymemeces, y los amos americanos de las pantallas españolas permitan colarse entre ellas otro trozo de gran cine.

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