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Cuba capital Managua

Un personaje busca la muerte. El otro se la está buscando. Pero es común el destino inexorable que les han trazado Eliseo Alberto y Sergio Ramírez, ganadores ex aequo de la primera edición del Premio Internacional de novela Alfaguara. Están tan compenetrados en esta gira que Margarita se da un chapuzón en Caracol Beach, una playa que Eliseo Alberto, 47 años, cubano en el exilio mexicano, imagina en algún punto de Florida. Uno tocó la revolución con las manos; otro salió por pies. No hay problemas diplomáticos entre Alberto y Ramírez, dos balseros de la novela que ayer llegaron a puerto en un barquito del que era timonel José Manuel Caballero Bonald, jerezano de Sanlúcar, español de Camagüey, maestro de ceremonias de estos nombres del big bang que transcedieron el boom, que rompieron los diques de un realismo mágico que el autor de Ágata, ojo de gato ve como un sancocho de Sandokán y Alicia. Los cuatro abuelos de Eliseo Alberto eran españoles. Uno de ellos llegó a escribir una novela sobre Infiesto, el pueblo asturiano en el que nació. Sergio Ramírez es reincidente: vuelve a ambientar su novela Margarita, está linda la mar, en León, el destino vital de Rubén Darío en 1907, el destino mortal de Anastasio Somoza padre en 1956. La ciudad en la que Ramírez escribió el prólogo de la revolución sandinista formando parte de una junta revolucionaria en la que estaban Daniel Ortega y Violeta Chamorro, que llegaron a presidir el país. Huyen de los corsés generacionales y sonríen ante la metáfora de grupo literario de Contadora. "Cuba tampoco estuvo en Contadora", dice Eliseo, "Cuba no está en nada, pobre Cuba". Decidió hacerse novelista de verdad el día que un español le robó a la bailarina por la que se había hecho un novelista de mentira. Hace poco vio en un panel de novedades diez novelas cubanas. "Cuba no ha sido un país de novelistas. Se nos daba mejor el cuento, porque somos un país de chismosos". Eliseo Alberto, hijo del poeta Eliseo Diego que le descubrió los versos de Caballero Bonald, recuerda el discurso "maravillosamente reaccionario" de Álvaro Mutis cuando defendía las óptimas condiciones de un príncipe forjado en las mejores escuelas. "Pero qué carajo sabe un dentista para gobernar a un país". A Ramírez sí le fue útil la política, al menos para paladear la ficción. "En la revolución me encontré en un estado de gracia similar al que ahora he encontrado en la literatura". Volverá a ese período para escribir una novela sobre una familia desgarrada por la revolución. Hijos de Valle-Inclán y de Rubén Darío, el nicaragüense admite que le fue imprescindible el magisterio del dramaturgo gallego para construir el retrato de Somoza. Fidel le teme más a los poetas que a los novelistas, "que somos escritores de segunda clase", dice Alberto. En estos viajes se ha producido el hermanamiento entre Rigoberto López Pérez, el asesino de Somoza, y Beto Milanés, el desertor de la guerra de Angola que quería suicidarse escuchando Yolanda. Eso sí que es eutanasia, diría Carlos Fuentes, presidente del jurado, al descubrir este arrebato suicida y compararlo con la sentencia del Gringo Viejo que deserta de los Estados Unidos para combatir con Pancho Villa. Juan Cruz y Rosa Regás completaron la mesa literaria de dos autores unidos por una palabra que invade los periódicos: Mundial. En el caso de Ramírez, ásí se llamaba la revista que llegó a dirigir Rubén Darío; en el del cubano, las ganas que tiene de sentarse ante el televisor para ver fútbol. "Yo voy con Jamaica".

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