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Arte local y arte contemporáneo

El azar, nada inocente, ha permitido dar a conocer lo que en realidad son dos caras de la misma noticia. Por una parte, se dice, el Macba ha sufrido a lo largo de 1997 un descenso significativo de alrededor de 70.000 visitantes; por otra, desde que fue inaugurada la excelente exposición dedicada a Miquel Barceló, el mismo museo ha triplicado su media diaria de visitas. Las cifras siempre son sospechosas, pero cuando van aparejadas de este modo se convierten en venenosas. A pesar de todo, no pretendemos en absoluto enturbiar esta especie de gran reconciliación; suficientes brechas se mantienen todavía abiertas tras el gran espectáculo. Lo que en verdad nos parece oportuno es aprovechar estos datos para proponer una reflexión sobre el papel que el arte local -en caso de que sea necesario reconocerlo como tal- ha de desarrollar en el marco de una política cultural comprometida con la contemporaneidad. El tema, sin duda, es de apariencia enojosa, pero también es pertinente; basta recordar dos ejemplos de direcciones bien distintas. Por un lado, la desatención hacia el arte local ha sido un argumento popular esgrimido con mucho énfasis en la destitución de Gloria Moure en el Centro Galego de Arte Contemporáneo y, en el otro extremo, los cosmopolitas convencidos, a pesar de ello, se han visto obligados a interrogarse por las causas que han provocado una casi total ausencia de artistas catalanes -y españoles- en los grandes acontecimientos internacionales dedicados al arte contemporáneo a lo largo del último año (Kassel, Venecia, Lyón...). Si retomamos el ejemplo de partida, el asunto que apuntábamos aparece de inmediato. En efecto, en las celebradas explicaciones de este feliz reencuentro entre el Macba y la ciudad de Barcelona gracias al efecto Barceló, se ha invocado su condición de artista local, no como un simple valor añadido a su prestigio internacional, sino como uno de los pilares fundamentales para aventurarse a producir tal operación. Nada que discutir; sin embargo, cabe recordar que en la trayectoria anterior del museo -y al margen del papel de la colección- el arte local tampoco estuvo olvidado y que si ahora asistimos a una ruidosa fiesta se debe a la feliz pero episódica coincidencia de poder presentar el trabajo de un artista local avalado por el reconocimiento internacional y el consiguiente protagonismo mediático. Desde el propio museo se es consciente de que esta ventajosa situación es poco más que una anécdota. Por más que se incremente -y así ha sido anunciado- la atención al arte contemporáneo local, nada garantiza que se alcance el satisfactorio índice de audiencia de estos días. En definitiva, parece oportuno, en primer lugar, insistir en la necesidad de evaluar la eficacia de la oferta cultural desde criterios distintos al simple volumen del destinatario (ello permitiría incluso mantener el compromiso con el arte local sin mayores preocupaciones) y, por otra parte, plantearse con seriedad los mecanismos para abordar con eficacia el mismo arte local. Si este último frente se resolviera de un modo decidido -y me permito ahora este absurdo optimismo- podría incluso suceder que dejara de ser un problema o una cuestión de principios ya que, ante el posible descubrimiento de nuevos valores y con la promoción adecuada, los nuevos escogidos emergerían con capacidad para conquistar la escena internacional y, en consecuencia, trascendiendo su propia categoría de locales. Pero mejor nos olvidamos de la lechera y empezamos por el principio. Desde luego que no nos proponemos diseñar un breve manual de actuación para con el arte contemporáneo local. Al respecto, muy probablemente, lo más sencillo sería proceder en negativo y enumerar todo aquello -como dedicar lujosas ediciones a artistas locales de tercer orden por parte de las administraciones municipales de turno- que la sensatez más elemental desaconseja. Pero, con la mejor voluntad constructiva, sí que nos parece imprescindible subrayar unas cuestiones prioritarias. La primera de ellas consiste en algo tan simple como percatarse del menester de un estudio riguroso y sincero de nuestro pasado más reciente, único sustrato sobre el cual podrá sostenerse la exhibición y divulgación de la práctica contemporánea. Algo sucede cuando las exposiciones acogidas con agrado y reconocimiento general, sin discusiones sobre su oportunidad, dan el salto desde Rusiñol y Togores hasta Barceló. ¿Acaso no sucedió nada de interés entre estos polos tan distantes? La verdad es que, en rigor, casi nada sabemos. La cultura catalana contemporánea, heredera todavía de una instrucción muy literaria y poco dada a lo visual, es ahora mismo incapaz de pronunciarse con claridad respecto de qué episodios artísticos de los últimos 50 años han de ser considerados valores sólidos, sobre qué ejes vertebran unas líneas de trabajo que, quizá, hoy todavía perviven, o, más llano todavía, es una cultura la nuestra tan hipócrita que sin rubor continúa evocando a Picasso o Miró como patrimonio que sanciona un natural compromiso con lo moderno olvidando, en primer lugar, que ambos huyeron por piernas y, en segundo lugar, que estas referencias, sin cuestionar su valía, no pueden sostener por sí solas -y además sería una ficción- toda la complejidad del horizonte de nuestra contemporaneidad. Es imprescindible proceder a este estudio del pasado inmediato como primer paso para sostener el compromiso con el arte contemporáneo; de lo contrario, continuará como suspendido en una levitación hermética perpetua. De forma simultánea -y por ello es tanto o más ejemplar la inadvertida exposición paralela a la dedicada a Barceló-, esta prospección ha de ser capaz de resolverse en el contexto de una perspectiva internacional, de forma que pueda destacarse qué hay de auténtica aportación, de simple intersección o de copia banal. En estos compromisos, que exigen dedicación y no demasiado ruido, cada cual debe asumir sus responsabilidades y, hasta el momento, todos se inhiben. Las instituciones públicas porque se deben al éxito inmediato y la Universidad porque ya casi no recuerda que, en el uso que ha de hacer del pasado, hay contenido un compromiso con el presente. En fin, el consejo es sencillo: o nos olvidamos de la cuestión del arte local, o nos olvidamos de la cuestión del arte contemporáneo, o abordamos de una vez los deberes pendientes.

Martí Peran es profesor titular de la Universidad de Barcelona.

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