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La venganza

Hace seis meses pasé por la puerta del teatro Español; representaban La venganza de don Mendo. Tres meses después volví a pasar y seguían representando La venganza de don Mendo. Hoy, La venganza de don Mendo continúa su arrolladora temporada de éxito en la cartelera del teatro Español.Programar en el emblemático teatro Español la más emblemática de las parodias que sobre el teatro español se han escrito hubiera sido, en otro contexto, un detalle de ironía, siempre de agradecer en una programación obligada al difícil, y tantas veces ingrato, arte de reverdecer las glorias del teatro clásico y reverenciar las obras y los nombres de los venerables padres de nuestra escena.

Tildada de obra menor, tópica clasificación que suele acompañar a las obras que hacen reír, por críticos y eruditos, la farsa de don Pedro Muñoz Seca es un monumento al ingenio y al lenguaje, un despilfarro de talento verbal y de recursos humorísticos que tienen como objetivo primordial hacer burla de los excesos y ampulosidades del teatro histórico, de los anacrónicos melodramas, de los falsos cronicones románticos y de las epopeyas rimadas.

Su falta de pretensiones, la sencillez, que no la simpleza, de sus juegos de palabras, y otras modestas virtudes, popularizaron enormemente sus versos más afortunados, incluso entre las gentes más reacias al teatro.

La venganza de don Mendo es, con todo merecimiento, una obra de éxito seguro, pero creo que hasta su propio autor se hubiera echado a reír con ganas si alguien le hubiera augurado que su jocosa sátira sería alguna vez base de la programacíón y mascarón de proa de la temporada del Teatro Español, después de haber sido exprimida hasta la saciedad en otros coliseos municipales.

De La venganza de don Mendo hizo en el cine el actor y director Fernando Fernán-Gómez una versión desternillante y definitiva, puesta en escena con una cutrez de medios que hacía de la necesidad virtud excelsa.

Hoy, la cutrez no está en los medios, sino en los fines, y la venganza de don Mendo parece vendetta del alcalde Álvarez del Manzano y sus adláteres contra los amantes del teatro en general y de este histórico coliseo en particular.

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Lo menos que puede pedírsele a un Gobierno municipal que se autodenomina conservador es que haga todo lo posible por conservar las tradiciones y las instituciones del territorio que administra. En este caso sería pedirle peras al Manzano; cabe esperar más bien que lo privaticen y lo reconviertan en discoteca.

Como complemento infantil de la programación anuncian en el Teatro Español, cuyos ilustrísimos espectros deben andar un tanto inquietos y sublevados en estos tiempos, una función dedicada a otro héroe histórico, ibérico y literario, el Guerrero del Antifaz, en una versión presumiblemente desmitificadora, o al menos políticamente correcta, de aquel energúmeno de la máscara, infatigable descabezador de infieles en su enconada y personalísima cruzada.

El Guerrero del Antifaz y don Mendo, contemporáneos en sus ficciones respectivas, son en estos momentos los húespedes privilegiados de este coliseo reconquistado y adocenado, que tendría que ser, así lo ha sido por los siglos, emblema de la cultura madrileña, santuario y refugio de un teatro necesario aunque, muchas veces, no muy comercial.

Todo lo contrario de lo que sucede ahora.

Cuando el nombre del Teatro Español aparece últimamente publicado en las páginas de los periódicos no lo hace por las excelencias o deficiencias de sus estrenos, ni por sus obras, ni por sus artistas, sino a causa de sus contratos polémicos, sus rencillas internas y sus conflictos burocráticos.

Lo que ocurre a telón corrido, detrás de las bambalinas, tiene más interés informativo que lo que acaece sobre el escenario.

Tales enredos tal vez serían suficientes para dar forma a una comedia picaresca, un sainete municipal y espeso nacido en las entrañas del teatro.

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