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Tribuna:CERTAMEN LITERARIO
Tribuna
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La lengua del Alma

"La pluma es la lengua del alma", Miguel de Cervantes "En un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor". Aturdido aún por los sucesos ocurridos en los días pasados, Miguel de Cervantes Saavedra levantó sus ojos de la hoja, contempló aquellas dos líneas y volvió a leerlas en voz alta. Lo que hasta ahora había sido sólo una idea, una imagen difuminada en su memoria, comenzaba a perfilarse en lo que sería el comienzo de su nueva novela. Junto a él, cientos de escritos, notas, papeles y, sobre todo, un propósito: ridiculizar esas obras disparatadas, escritas en un estilo falso y ampuloso, que eran los libros de caballería. Todo estaba en su cabeza: caballeros, criados, mesoneros, arrieros, esbirros y otros tantos pobladores de las polvorientas tierras manchegas, que acompañarían en sus aventuras y desventuras al ingenioso hidalgo que acababa de crear. Hasta ahora, sólo había encontrado problemas a la hora de bautizar a sus personajes: "Alonso Quijano y Sancho"; "Aldonza Lorenzo, Dulcinea", "Don Quijote y Rocinante". Había repetido esos nombres cientos de veces, hasta que los protagonistas fueron tomando forma. Mojó la pluma en el tintero y sonrió satisfecho. Hacía tiempo que no se sentía tan bien. Las frases se acumulaban en su pensamiento. Incluso la pluma parecía tener prisa por plasmar las palabras que él imaginaba. Se concentró de nuevo en la triste figura de su pobre héroe -tan viejo como las viejas armas que ceñían sus huesudos miembros-, alto, desgarbado, seco de carnes y enjuto de rostro. La del alba sería cuando el escritor bajó la cabeza y dejó que la pluma le guiara: "O God, I could be bounden in a nutshell and count myself a king of infinite space". La frase le sonaba bien -"Oh, Dios, podría estar limitado en una cáscara de nuez y creerme el rey del espacio infinito"-, pero había algo extraño, algo... El escritor se puso en pie de un salto y a punto estuvo de derribar el tintero sobre la mesa. "¡Voto a Dios! ¡Qué espanto es éste!", gritó, mientras un escalofrío recorría su cuerpo. Casi temblando, observó el papel de nuevo. Era cierto, allí estaban aquellos signos incomprensibles. Trató de imaginar qué había ocurrido. "Las aventuras y desventuras nunca comienzan por poco, aunque todo tiene remedio, si no es la muerte", dijo tratando de darse ánimos. "Seguro que algo me sentó mal. Come poco y cena más poco", bromeó, "que la salud de todo el cuerpo se fragua en la cocina del estómago". Vaciló unos instantes sin saber qué hacer. Volvió a sentarse y, temeroso, tachó aquellas palabras. "Más me vale olvidarlo", dijo. "Por dónde iba... Ah, sí..." Mojó la pluma y continuó. "Ay Sir; to be honest, as this word goes, is to be one man picked out of ten thousand". "¡Por Jesucristo vivo", exclamó, "qué lengua es ésta y por qué la entiendo!". "Ay, Señor", leyó en voz alta, "ser honesto, tal como va el mundo, es ser un hombre escogido entre 10.000". "El caso es que no suena mal, pero ¿dónde demonios está mi hidalgo?". Lo intentó por última vez. Aferró la pluma con fuerza y escribió: "Something is rotten in the State of Denmark". No podía ser. Allí estaban otra vez aquellas palabras. "Voto a Dios, ¿pero qué es lo que huele a podrido en Dinamarca?". La pluma se partió en dos. Temblando de pánico, rompió la hoja en 10 pedazos y corrió hasta su catre para esconderse bajo las mantas. "En tanto que duermo", pensó, "ni tengo temor, ni esperanza, ni trabajo; y bien haya el que inventó el sueño, capa que cubre todos los humanos pensamientos. Sólo una cosa tiene mala el sueño, y es que se parece a la muerte..."

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Lejos de allí, a muchos kilómetros de distancia, otro escritor acababa de imitarle. En sus hojas a medio escribir, un joven, príncipe de Dinamarca, trataba de sobreponerse a la desesperación. Tras mojar la pluma en el tintero, William Shakespeare había escrito en perfecto castellano: "En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como Don Quijote los vio, dijo a su escudero: "La ventura va guiando nuestros pasos". En aquel momento,la pluma se quebró. Aterrorizado, oculto bajo sus mantas, el escritor inglés repitió hasta quedarse dormido: "Morir es dormir. ¿No más? Morir es dormir... y tal vez soñar".

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