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Tribuna:EL PRESENTE Y EL FUTURO DE EUSKADI
Tribuna
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El otro patriotismo vasco (con ocasión del Aberri Eguna)

El patriotismo primitivo y parcial, segun los autores, desboca la pasión nacionalista y se aviene mal con la democracia. El cívico, en cambio, cultiva la libertad común de los ciudadanos

No sólo el miedo y, por supuesto, el odio alimentan la división entre "nosotros'' y "ellos". La perversión de ciertos sentimientos es asimismo tanto producto como instancia reproductora de la violencia política que padecemos.Y, en primer lugar, la corrupción del natural sentimiento patriótico en una artificial y desbocada pasión nacionalista. El nacionalismo vasco se presenta como el único juez y la sola vara de medir el apego de los vascos a su patria. Además de exhibir su infundada pretensión de monopolio sobre el patriotismo de los vascos (abertzale se dice por "patriota"), se permite incluso extender certificados acerca de la condición misma de vasco a secas: vasco sólo sería el patriota vasco a la manera nacionalista. Pero hay que decir que no y ofrecer al ciudadano que hace ya tiempo abjuró de esa fe o nunca la tuvo el modelo de otro patriotismo.

Pues es verdad que para construir su identidad -y el ser humano no tiene tarea más propia- cada cual habrá de contar, entre otros, con los materiales que pone a su alcance la comunidad en la que vive. Esto es, con la tradición, los rasgos culturales y los modos de vida que le vienen dados por su lugar y su historia. Así que nacemos en un linaje o en una nación (de nascor, nacer), cierto, pero sólo crecemos como personas en la medida en que ensanchamos esas y otras fronteras naturales. Venimos al mundo insertos en la comunidad de los padres y nuestro sentimiento político más' ingenuo es ese patriótico inmediato, pero seríamos unos pobres ciudadanos como hoy nos conformáramos con él; o, por decir mejor, en el caso de que ese sentimiento fuera el único o el principal que políticamente nos conformara.

De ahí, que no merezca gran aplauso el individuo que trate de escapar de su responsabilidad de construirse a sí mismo para cobijarse bajo el manto de su nación; ¿hacen otra cosa aquéllos que, tal vez a falta de tronco más sólido, se deleitan escarbando en sus ancestrales e improbables raíces? La identidad personal habría quedado entonces diluida en la nacional o suplantada por ella, como si el ser vasco o español pudiera trazar el rasgo más excelso y definitorio de uno mismo. Y, después, nada más injusto para cada uno de los sujetos políticos que el verse privados de su libertad de escoger entre los aportes de su tradición particular y de la universal los elementos con los que edificar su presente y futuro común. En este caso, el ídolo-nación se arrogaría el derecho de dictar a los ciudadanos su destino colectivo. Ya es paradoja tener que forjar la independencia nacional al precio de la sumisión personal, pero es lo que de hecho propugna el patriotismo etnonacionalista vasco.

Son, pues, muchos y graves los peligros que entraña ese sentimiento político inmaduro. Desde él, las emociones pugnarán por prevalecer a costa de la reflexión, la oscura ley de la sangre sobre el uso de la razón, la comunidad de pertenencia sobre cualquiera otra escogida y adoptada, la solidaridad tribal por encima del sentido de justicia. De tanto complacerse en lo propio y peculiar, este patriota nacionalista tiende a menospreciar lo ajeno y lo común; a su juicio, el pueblo de los suyos y sus presuntos derechos colectivos han de imponerse sobre la entera sociedad de los ciudadanos y sus derechos individuales. Como mira más al pasado -es decir, a su mito- que al -presente, la supuesta voluntad de los muertos cuenta más que la real voluntad de los vivos; se diría que unos imaginarios intereses del territorio priman sobre el bienestar de sus habitantes. En suma, cuando el patriotismo es así de primitivo y parcial, lo probable es que se -avenga mal con el ideal democrático.. Pero podemos ser patriotas sin extraer las extremas consecuencias políticas de los nacionalistas.

Se ha escrito, y la historia se encarga de probarlo, que el nacionalismo exaltado induce con frecuencia al enfrentamiento civil. Antes que eso, y en aras de su "construcción nacional", es de temer que hasta el nacionalismo más moderado llegue a implantar diferencias civiles en una sociedad de sujetos políticos iguales. Pero entre nosotros hay otro riesgo todavía. Y es que, a la vista de la simplicidad en los dichos y hechos de algunos compatriotas o de la ferocidad plasmada en los rostros de otros, una buena mitad de vascos reneguemos de cuanto nos sea común con ellos. A fuerza de ver usurpados signos y paisajes, bastantes podríamos acabar por aborrecer lo que siempre hemos querido y sentimos extranjeros en nuestra tierra. Otros muchos conciudadanos, los inmigrantes, pueden sentirse forzados a simular adherirse a valores nacionales que están lejos de compartir. Se trata, pues, de liberar al patriotismo vasco de ese nacionalismo que hoy lo acapara en su exclusivo beneficio político; o, lo que viene a ser igual, de transformar el patriotismo como mero dato espontáneo en una reflexiva virtud pública.

Este nuevo amor a la patria ya no será el afecto incondicional hacia la soñada unidad cultural 9 étnica de un pueblo, sino el libre y plural cultivo de la libertad común de sus ciudadanos y las instituciones que la sustentan. A lo largo de los tiempos se le ha llamado patriotismo republicano o cívico. Es, por ejemplo, el talante que expresa Albert Camus: "Me gustaría poder amar a mi país sin dejar de amar la justicia. No deseo para él cualquier tipo de grandeza, y menos todavía la de la sangre y la mentira. Quiero que la justicia viva en él y le dé vida". Antes y por debajo del patriotismo nacionalista que nos separa, este patriotismo cívico es el que a todos los vascos nos debe unir. Seguro que entonces estará más cerca la paz.

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