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Francia:¿estallido de la derecha o fortalecimiento de la izquierda?

Lo que aconteció el viernes 20 de marzo de 1998 en Francia ha conmocionado a la opinión francesa e internacional. Por primera vez, el Frente Nacional (FN), partido dirigido por fascistas, antisemitas y racistas, ha entrado a formar parte de una mayoría, y han sido unos barones muy alejados de la extrema derecha, como Charles Millon en Lyón o Jean-Pierre Soisson en Auxerre, los que se han aliado con el FN para mantener la presidencia de una región. ¿Cómo no pensar en todos los Von Papen que creyeron poder servirse del nazismo o del fascismo para mantener sus honores y sus privilegios y que prepararon la llegada de aquellas fuerzas totalitarias al poder? Esta reacción, por justificada que sea, no es convincente, pues fue la llegada de Hitler al poder la que hace que, retrospectivamente, nos parezca una locura la conducta de los grandes industriales y de los conservadores. A riesgo de ser acusado a mi vez de irresponsable, no creo que la llegada de Le Pen al poder sea probable, ni siquiera posible; lo que me lleva a proponer otra interpretación de los acontecimientos que acaban de conmocionar de forma evidentemente peligrosa la vida politica francesa. El problema principal de nuestros países no se define en términos de oposición entre una derecha y una izquierda. Radica, para todos los partidos, en combinar la aceptación de la apertura económica con la búsqueda de una reconstrucción de la sociedad, es decir, de una lucha contra la desigualdad y la exclusión. Tanto la derecha como la izquierda se enfrentan al mismo problema. Sus respuestas son evidentemente diferentes, pero más importante que las respuestas es su capacidad de comprender la necesidad de combinar los objetivos económicos con los objetivos sociales. Gana el partido que es más consciente de esta necesidad y que como tal es percibido. En Francia, Éduard Balladur tuvo ese discurso abierto y la opinión pública te apoyó con entusiasmo hasta que se dio cuenta de que no había hecho nada ni en el plano económico ni en el social. La derecha decidió entonces tener una política puramente liberal, lo que llevó a Alain Juppé y a Jacques Chirac a estrepitosos fracasos. Antes de esos Gobiernos de la derecha, la izquierda también había sido incapaz de formular correctamente los problemas y Mitterrand llevó a cabo una política europea liberal junto a una política social proteccionísta, lo que condujo al hundimiento del partido socialista en 1993 y en 1995. Fue en el último minuto, en el momento de las decisiones capitales, cuando la izquierda logró comprender y hacer comprender que había que aceptar el pacto de estabilidad a la vez que se llevaba una lucha activa contra la exclusión y el paro. Todavía no ha conseguido gran cosa; incluso ha decepcionado a la extrema izquierda al no comprender el movimiento de los parados, pero sigue contando con la confianza de una gran mayoría que sabe que hay que combinar apertura económica e íntervencionismo social.La derecha, por su parte, ni ha comprendido ni ha propuesto nada. La distancia entre una burguesía liberal y un pueblo atemorizado que se siente amenazado y pide la protección del Estado no ha dejado de aumentar. Esta reacción de miedo a todo lo que venga del exterior, miedo a la inseguridad y a la violencia, miedo del extranjero, miedo de la crisis de la nación, ha alimentado al FN, que, fundamentado en el miedo y en el rechazo, es por esencia autoritario y racista. Al principio se pensó que Philippe Seguin iba a aportar una solución: se había convertido al euro aunque manteniendo un vocabulario populista y nacionalista de inspiración gaullista. Pero lo que acaba de ocurrir demuestra su fracaso, y lo más siniestro es, en efecto, que los judas han salido de las filas de los liberales menos populares, aquellos que tienen, pues, menos posibilidades de orientar en su beneficio el miedo de la gente del pueblo que vota por el FN.

La izquierda se ha reconstruido en el último momento, justo cuando la derecha se ha descompuesto. El nacionalismo gaullista, tras un coqueteo con la extrema derecha en los años cincuenta, se había mantenido republicano gracias al propio general De Gaulle. Pero, abandonado a sí mismo, ese miedo sobre el que se construye la extrema derecha sólo ha encontrado expresión en Le Pen y su partido. ¿Quiere esto decir que la política francesa pueda verse recubierta por una corriente nacionalista de extrema derecha? Pensar así es olvidar que, de hecho, a partir de hoy, oficialmente dentro de dos meses y en la realidad en menos de un año, Francia entrará, como otros diez países, en la Unión Monetaria Europea y que el debate sobre el Tratado de Maastricht se habrá cerrado. Tanto a izquierda como a derecha, las tendencias antieuropeas, tan visibles hoy, habrán caído en el vacío. ¿A quién importará el gaullismo tardío de Régis Debray cuando el Tratado de Maastricht sea aplicado? ¿A quién seguirán interesando las opiniones de Charles Pasqua? Es evidente que el FN ha adquirido un peso mucho más importante, pero también su política perderá todo sentido y su única fuerza será la que le otorgue la impotencia de la derecha. Y esta impotencia no puede ser total, por dos razones. La primera, y más importante, es que la caída de la derecha trae consigo la recuperación de Chirac, cuyo discurso del pasado domingo fue bien acogido y que vuelve a sostener las riendas de la oposición. La segunda es que la situación económica, aunque todavía no mejora, ya no se deteriora y que las perspectivas para el empleo son más bien favorables, aunque no se crea en los efectos milagrosos de la ley de la semana de 35 horas. Desde 1991, Francia ha errado y se ha debilitado porque en lugar de combinar las imposiciones de la economía con las exigencias de la acción social se sumió en la idea suicida de que existía una contradicción total e insuperable entre el liberalismo económico -el pensamiento único- y el voluntarismo social que, en 1981, había dominado durante algunos meses antes de hundirse bajo el peso de la crisis económica. El hecho más importante no es, pues, la ruptura de la derecha, sino la recomposición de la izquierda. Es ella la que gobernará durante el período decisivo de la unificación monetaria. La derecha no tiene ninguna política que oponer a la del Gobierno de Jospin y sabe que una alianza general con el FN provocaría ante todo un giro al centro del partido socialista, que acogería a los electores moderados y, en el otro lado, perdería terreno a favor de la extrema izquierda. Vayamos más lejos: en un momento en que la alianza de una parte de la derecha con la extrema derecha parece dar a entender que el electorado francés es más de derecha que de izquierda, vemos cómo se crean las condiciones para que esa situación cambie, dado que la derecha nunca ha ofrecido una respuesta menos realista a los problemas del país y que rechaza en buena medida seguir a Le Pen. No es una muestra de ligereza ni de cinismo pensar que el estallido de la derecha fortalece al Gobierno de centro izquierda que es hoy, tanto para Francia como para la mayoría de los países europeos, la única solución posible.

Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París.

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