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Lecciones gallegas

Los análisis poselectorales deberían ser una de las ocasiones políticas para reflexionar. Las fuerzas políticas han presentado sus opciones; la ciudadanía, con sus votos, las ha confirmado o rechazado, entonces es necesario el debate y la rectificación. Desgraciada la fuerza política que ignora la decisión de la ciudadanía, pues por ahí se va a la marginalidad.Las elecciones gallegas creo que merecen, como mínimo, tres consideraciones. En primer lugar, la pobreza de la fácil excusa a justificar la victoria de Fraga por el carácter arcaico de la sociedad gallega, el neocaciquismo y el voto rural. Creo que es algo más complejo. Galicia está cambiando, puede que sea una sociedad lenta de reflejos, pero ya no es una sociedad atrasada, el gobierno de Fraga no puede ser descalificado a bulto (hay realizaciones innegables, como por ejemplo en infraestructuras) y una buena parte del voto PP es urbano.

La segunda consideración se refiere a la subida electoral del BNG. Esta fuerza era la única que había realizado una auténtica tarea de oposición en la legislatura anterior. Además, toda su propuesta y su campaña se centró en Galicia. Ambos factores, junto con una corrección centrista de su heterogénea composición interna, le han valido una mayor confianza electoral interclasista.

La tercera consideración, la que más nos incumbe a la gente de izquierdas, gira alrededor de las posibles causas de los malos resultados obtenidos por la coalición de izquierdas. La propuesta de ir en coalición creo que era positiva. Contenía novedades como la inclusión de las tres siglas al mismo nivel, como la elaboración conjunta de un programa con más de una treintena de capítulos, como la posibilidad de crear grupos parlamentarios separados, tal como ahora sucederá con el pase de los dos diputados de EU-EG al grupo mixto. La coalición, además, se formó tras el conocimiento, por parte de los socialistas, de encuestas que corroboraban una fuerte tendencia a la baja. Los socialistas gallegos habían desaparecido de aquel escenario, se les identificaba poco como oposición. En cualquier caso, la propuesta de coalición era positiva y conectaba con otras realidades de las izquierdas europeas.

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Los errores principales, los que a primera vista explican aquellos resultados negativos, son de órdenes diferentes. El primero: no se supo imprimir a todo el esfuerzo electoral la ilusión de un proyecto renovado de izquierdas. La propuesta de coalición, sus pactos, su programa eran de renovación, en cambio la forma y el contenido que se dio en la explicación pública no lo fueron. Modestamente, creo que se psoeficó demasiado la coalición. El PSOE hegemonizó erróneamente la coalición. Se trasladaron a la campaña cuestiones partidistas, del combate entre PSOE y PP. Y por su explicable sobrepeso mediático, esto lo protagonizaron Felipe González y Alfonso Guerra con sus apariciones en la campaña, las declaraciones sobre la no repetición como candidato, las alusiones al 23-F, etcétera, tapando desde el pasado, desde un excesivo recordatorio felipista, desde un protagonismo lesionado por historias tocadas, el posible efecto multiplicador de la coalición. Abel Caballero profundizó este error cuando pregonaba, que, como presidente de la Xunta, gobernaría cómo Felipe González. La renovación debe ser real, en discurso y en personas, y sobre todo en aquellas como González, que afirman su voluntad de retirarse.

El segundo error se dio en el no haber sabido fundamentar toda la propuesta en un espacio y en una alternativa gallega, desde Galicia y para Galicia. La coalición, o su dispositivo mediático, no supo proyectar el tratamiento de los problemas sociales de Galicia desde las izquierdas gallegas con contenido de alternativa. Se trata de la que yo denominaría pedagogía de la galleguidad.

Las izquierdas, en general, a nivel de Estado, adolecen de una reflexión seria sobre la realidad plurinacional del Estado español. Entonces se sorprenden cuando formaciones políticas de nacionalidad logran un importante apoyo electoral. Y ello provoca en algunos la aberrante ocurrencia de que cabría cambiar la ley electoral para disminuir el peso de las formaciones de nacionalidad (algunos parece que se olvidan del sobrepeso cuando intercambian favores partidistas para asegurar una investidura).

El tercer error fue la proyección de la crisis del espacio de IU-IC en toda España, crisis en la cual todos los implicados tenemos nuestra cuota de responsabilidad, y sobre todo la confusión creada a partir de la decisión de la presidencia federal de IU de presentar una candidatura, en contra de la voluntad de la gran mayoría de EU-EG.

La candidatura de Anguita (pues él ha protagonizado, como auténtico candidato, casi toda la campaña) ha conseguido unos resultados desastrosos; de hecho, su 0,9% (algo más de una cuarta parte del voto que consiguió en el 93) sitúa a la tercera fuerza parlamentaria del Congreso de los Diputados fuera del escenario gallego, sin ninguna capacidad de incidir. Pero, desde su visión sectaria, se ha conseguido su objetivo: contribuir a la confusión, sembrar división entre las gentes de izquierdas, o sea, fastidiar, por decirlo en palabras educadas. También IU ha podido comprobar que en unas elecciones autonómicas la sucursalización lleva al fracaso.

De todo lo anterior me atrevo a deducir algunas conclusiones para el debate a nivel de Estado:

a) El diálogo y la articulación de las fuerzas progresistas continúan siendo una necesidad, y antes incluso una expectativa social, para poder traducir en mayorías parlamentarias unas mayorías sociales y electorales.

b) Es imprescindible ofrecer nuevos y atrevidos programas y propuestas de gobierno desde las izquierdas, ante los retos de la sociedad como el empleo, el reequilibrio solidario, el medio ambiente o la igualdad de oportunidades.

c) El PSOE debe asumir la principal responsabilidad en esta tarea, pues es quien dispone de mayor apoyo social, pero debería hacerlo desde la renovación de discurso, y no puede ocultar políticamente sus asignaturas pendientes del pasado. La opinión pública progresista aún está esperando sólidas y creíbles explicaciones.

d) El resto de fuerzas de izquierdas debemos cultivar nuestro propio capital político, cada uno desde su identidad, aquel de las izquierdas alternativas, porque el diluirse en la sombra del más fuerte no aportaría nada a la suma. También debemos coordinar el rompecabezas que se ha generado desde la purga de IU, contando también con lo que se irá centrifugando desde aquella formación.

e) Quizá, como síntesis de los cuatro puntos anteriores, convendría una especie de autodisolución política para abordar de inmediato una reconstrucción fresca e imaginativa de los espacios de izquierdas.

f) No habrá alternativa de izquierda sin tener en cuenta la plurinacionalidad y sin ofrecer una verdadera perspectiva federal, en el marco de la UE. Se trata de no lamentarse de los nacionalismos (que, por cierto, existen en todas la casas, aunque sean de signo contradictorio) y de tener más en cuenta la diversidad desde la igualdad, informándose y dialogando. También así se dará respuesta a la legítima tensión de partidos de nacionalidad. Además, sin ello cada vez se dependerá más de su apoyo y de sus exigencias en el intercambio.

Rafael Ribó es presidente de Iniciativa per Catalunya.

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