Bajo sospecha
Empezó la famosa feria de las Fallas de Valencia bajo sospecha. Empezó y la afición pudo confirmar que ciertos son los toros. Lo de toros es una forma de decir (no de señalar; perdone).Cuanto salió de los chiqueros, más que toro parecía, gato. Gato con cuernos, o mejor sería decir sin ellos. Lo que salió, aquello que llaman cuerno lo tenían convertido en grosero apéndice, pútrida piltrafa, que apuntaba hacia abajo y carecía de pitón.
No pasará nada por eso. La Comunidad Valenciana llegó a un acuerdo con los taurinos confederados que llaman CAPT y se comprometió a no abrir expediente de sanción alguno hasta que se celebren reuniones sectoriales, mesas, foros y los captianos acepten qué se debe sancionar, cómo, cuándo, y por cuánto.
Marca / Mora, Mariscal, Rafael
Novillos de José Luis Marca, chicos, flojos, gachos y desmochados, dóciles. Eugenio de Mora: estocada corta descaradamente baja (palmas y sale a los medios); pinchazo -aviso-, estocada y rueda de peones (aplausos y salida al tercio). Luis Mariscal: estocada muy trasera perdiendo la muleta, rueda de peones -aviso- y se echa el novillo (oreja); estocada caída perdiendo la muleta -aviso- y dobla el novillo (oreja); salió a hombros. Rafael de Foyos: primer aviso antes de matar, estocada trasera atravesada que asoma, seis descabellos -segundo aviso- y diez descabellos (algunas palmas); estocada trasera atravesada que asoma (oreja). Plaza de Valencia, 8 de marzo. 1ª de feria. Media entrada.
Largo me lo fiáis.
Con esta bochornosa claudicación, la Comunidad Valenciana consiguió que se celebren sus ferias y, de paso, que la plaza de toros de Valencia -un coso con larga e intensa historia- se convierta en un circo; su público, en víctima propiciatoria de la burla y de la estafa. Hacer un pan como unas obleas llaman a esta figura. Buen ridículo el de la Generalitat valenciana, merecedor de entrar con todos los honores en la antología del enjuague político y del disparate administrativo.
Y así están ahora los toros en Valencia: sin autoridad, sin reglamento, sin garantías para el público y a merced de los taurinos de la CAPT. Tiempos de tribulación se avecinan.
El festejo inaugural ratificó estos augurios. Salieron los novillos y con sus hechuras y con su comportamiento no pasaban de constituir una excusa para que los diestros les hicieran monerías. Ocurrió, sin embargo, que no fueron capaces de tanto. Cifraban su éxito en los derechazos, como siempre, y se pasaron la tarde pegándolos hasta la extenuación.
Hubo, no obstante, algún lance... Hubo, sobre todo, un capote providencial. Apareció cuando el segundo novillo revolcaba a un banderillero. El revuelo de cuadrillas no conseguía alejar el peligro y entonces se hizo presente Eugenio de Mora que adelantó el percal a los belfos de la res, la enceló y se la llevó en sus vuelos. Un torero se revela en estos detalles más que en los derechazos. Un torero de verdad sabe qué puesto ha de ocupar en el redondel, para qué sirven los instrumentos toricidas. Y Mora dio la sensación de ser uno de esos, sólo que le podía la obsesiva instrumentación del maldito derechazo.
Luis Mariscal esperó a sus novillos a porta gayola y le salió del revés el empeño. El primero de poco lo arrolla -llegó a darle con la paja del cuernecillo-, el segundo se le paró al iniciar la suerte. Empezó su primera faena con cambios por la espalda, la segunda mediante estatuarios y pegó cuantos derechazos cabían en los diez minutos largos que duraron sus respectivos trasteos.
Y el caso es que en sus escasas incursiones al natural le salía cuajado el toreo. La tanda que ligó tras los estatuarios aquellos cabría reseñarlos entre lo destacado de la tarde. Que no fue mucho, en las dos horas y media que duró la función.
Dos horas y media de novillos pequeñajos, docilones y desmochados es demasiado para personas normalmente constituídas y, lógicamente, la afición caía en un irresistible sopor. No toda la afición, en realidad. Media plaza se mostraba bulliciosa y apasionada. Media plaza había acudido a ver a Rafael de Foyos y aclamaba sus intervenciones. Llega Rafael de Foyos a acertar con el estoque y lo elevan al solio pontificio.
La sorpresa fue que Rafael de Foyos imitaba a Vicente Barrera, en general con acierto. A veces alcanzaba la perfección y parecía que Vicente Barrera estaba allí toreando. La misma lentitud, igual apostura, similar templanza. Si persevera, acabarán diciendo que es Vicente Barrera el que imita a Rafael de Foyos. Así que Rafael de Foyos estuvo bien -aunque mató fatal-, enardeció a su gente y esta gente -media plaza o más- salió harto complacida. El toro, la lidia, el reglamento le traían sin cuidado. Justo lo que pretenden los taurinos de la CAPT. triunfalismo a tope, afición ninguna, y la autoridad, a la valenciana. Y olé.
Babelia
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