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Banyoles quiere a su negro

Las presiones internacionales hacen que el museo municipal deje de exhibir un bosquimano disecado

Pocas piezas de museo han motivado amenazas de boicoteo de unos Juegos Olímpicos, han dado origen a conflictos diplomáticos o han suscitado crudas polémicas: el guerrero bosquimano disecado que se exhibe en el Museo Darder de Banyoles (Girona) es una de ellas. Para los vecinos de Banyoles es un factor de identidad del municipio y un motivo de orgullo casi tan apreciado como el lago de la población. Por ello, en Banyoles no se hablaba ayer de otra cosa -y con evidente indignación- que del repentino anuncio del alcalde, el socialista, Joan Solana, de que a finales de esta misma' semana dejará de exhibirse públicamente la figura humana disecada.Solana lo había manifestado la noche anterior, inmediatamente después de que el ministro de Asuntos Exteriores, Abel Matutes, amenazara con acciones judiciales contra el Ayuntamiento si permitía que "el cadáver embalsamado del negro continuara expuesto".

La posibilidad de que la exhibición del bosquimano desencadene un conflicto diplomático entre España y los países de la Organización para la Unidad Africana explica la contundencia de Matutes y que Solana, por primera vez, se mostrara dispuesto a ceder ante las presiones que ha estado recibiendo durante seis años.

Al alcalde, hasta ayer acérrimo defensor de la permanencia de la figura disecada en el museo, no le ha resultado nada fácil cambiar de actitud, sobre todo porque sabe que la gente de Banyoles no va a entenderlo fácilmente. El malestar ciudadano se ponía de manifiesto ayer en los monotemáticos comentarios que cualquiera podía escuchar por las calles de la población. "Espero que el Ayuntamiento no ceda, porque significaría que puede venir cualquiera de fuera y decirnos lo que tenemos que hacer", decía un vecino.

Solana insistía en que sí, en que a finales de semana cerrará la Sala del Hombre, en la que, junto a la vitrina en la que se halla el guerrero africano, se exhiben calaveras, fetos, momias y pieles humanas que jamás han provocado protesta alguna.

La decisión de clausurar la sala quizá suavice las relaciones diplomáticas de España con los países africanos. Pero no acallará la polémica que el médico Alfonso Arcelín inició a pocos meses de la celebración de los Juegos Olímpicos de 1992. Arcelín calificó ayer de "engaño inaceptable" el cierre de la sala y anunció que seguiría luchando para conseguir "dignificar al hombre disecado". "La solución que reclamamos es que sea devuelto a su lugar de origen -probablemente Botsuana- y enterrado o incinerado tras una ceremonia de desagravio", sentenció Arcelín.

Pero la retirada del bosquimano del museo no figura entre los objetivos del alcalde de Banyoles. Solana aseguró que el cierre de la Sala del Hombre no es definitivo y que con esta decisión el Ayuntamiento "cede- ante las presiones internacionales, que ya se habían hecho insostenibles, pero no da el paso como respuesta a la campaña irracional de Alfonso Arcelín". "El problema del negro disecado no es una cuestión de racismo y xenofobia, sino de una fijación de una persona y de todas las que le han apoyado", añadió el alcalde en alusión a Arcelín. Solana dejó claro que la clausura de la sala no significa la repatriación del polémico cuerpo disecado y agregó que la decisión final del Ayuntamiento sobre el futuro del guerrero disecado y del Museo Darder en general está condicionado al informe que el consistorio ha pedido a la Unesco. El alcalde se mostró convencido de que esta organización, de acceder ala petición del Ayuntamiento, no exigirá la retirada del bosquimano, aunque sí aconsejará que se deje de exhibir públicamente.

La historia del denominado negro de Banyoles tiene sus orígenes en 1830 en una zona próxima al norte de la frontera de la colonia inglesa de Ciudad del Cabo, donde unos naturalistas franceses -los hermanos Verreaux- desenterraron el cuerpo del indígena y lo disecaron. Lo llevaron a París y posteriorment e a Barcelona, hasta que en 1916 llegó a Banyoles junto con la colección del naturalista Francesc Darder, que cedió, las piezas a la ciudad. La figura ha permanecido desde entonces en el museo que lleva el nombre de Darder y nadie había cuestionado su exhibición hasta 1992.

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