_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Las dos morales

Acostumbrados como estamos al discurso fundamentalista de la derecha liberal que nos invade, empeñada en convertir las leyes del mercado en necesidades incuestionables basadas en oscuras razones de corte metafísico, no podemos menos que agradecer el artículo de Juan Antonio Rivera La izquierda y la escala (EL PAÍS, 31 de diciembre de 1996), en el cual la defensa del liberalismo y la crítica a la izquierda adoptan un tono civilizado y una argumentación inteligente, si bien creo -como trataré de mostrar- que su razonamiento sigue aceptando algunos supuestos que es necesario discutir.Sabiendo que todo resumen constituye una traición, la tesis de Rivera viene a decir lo siguiente: los valores morales más caros a la izquierda, como la solidaridad, la igualdad, la participación política directa (lo que él llama valores cálidos), sólo son aplicables a comunidades de tamaño reducido. Las civilizaciones extensas y superpobladas en que vivimos exigen otro tipo de valores, como la libertad, el respeto, la democracia representativa (valores fríos), que están perfectamente adaptados a la gran dimensión de nuestras sociedades actuales. De modo que "el principal enemigo de la izquierda es la demografía": sus valores tradicionales no pueden mantenerse en las actuales condiciones, en las cuales los valores liberales se muestran mucho más eficaces. La izquierda ha tratado de resolver este desacoplamiento de varias formas, algunas utópicas, otras claramente autoritarias, siendo la más inteligente la que propone la socialdemocracia, que, según él, consistiría en un compromiso factible entre los valores fríos del macrogrupo y los valores cálidos de la cultura tribal, compromiso en el cual los valores liberales se llevarían la parte del león.

La moral siempre ha resultado políticamente molesta. Su permanente empecinamiento en no aceptar los hechos sin crítica, su negativa a conformarse con la situación existente en nombre de un deber ser a menudo enfrentado con aquello que ha dado en llamarse la realidad, le han merecido frecuentemente la calificación -o descalificación- de utópica. Y este término ha sido aplicado ante todo al pensamiento de izquierdas, como una de tantas maneras de neutralizar sus pretensiones de transformar la realidad. La izquierda, se dice, propone metas inalcanzables, sueña con un mundo de igualdad y fraternidad universal tan hermoso como imposible. Y es precisamente esta inadecuación con el mundo real lo que la lleva a construir brutales sistemas autoritarios cuando consigue el poder: la más sublime utopía se convierte en un siniestro totalitarismo cuando se enfrenta con una naturaleza humana a la que hay que forzar para que se adecue a sus pretensiones angélicas.

La tesis de Rivera que atribuye a la izquierda los valores cálidos del microgrupo, reservando para el liberalismo "los valores fríos que la civilización favorece", constituye una versión moderna de este viejo argumento. Y si bien hay que reconocer que no faltan ejemplos que han respondido y responden a esta caricatura (véase, por ejemplo, el mesianismo político -religioso de ETA), es necesario negar que este utopismo estéril constituya un componente de la izquierda en su conjunto.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

De hecho, y aunque sea políticamente incorrecto citar a Marx en los tiempos que corren, hay que recordar que el pensamiento marxista nace precisamente como una reacción contra los utopismos moralizantes que proliferaron en el siglo XIX, ellos sí basados en valores morales de tipo tribal y contra los cuales arremete Marx. con inclemencias que hoy se nos antojan demasiado duras. "Los comunistas no predican ninguna moral", dijo Marx, "no imponen a los hombres la exigencia moral: amaos los unos a los otros, no seáis egoístas, etcétera". Lo cual no significa, por supuesto, que la dimensión moral esté ausente de ese discurso, sino que -por usar el lenguaje de Rivera- no son los valores de tipo "cálido" los que motivan la necesidad de transformar la sociedad, sino la necesidad de superar un estadio de la historia que se ha convertido en un obstáculo para el desarrollo de la humanidad. La izquierda -la mejor izquierda- no pretende basar sus propuestas en una mera compasión sentimental con los oprinmdos ni en un regreso a la solidaridad de la tribu: sus propuestas se dirigen a construir una sociedad en la cual, las relaciones de dominación y explotación de unos hombres por otros dejen paso a una con cepción del trabajo que revierta en la sociedad entera, antes que concentrarse en unos pocos privilegiados. Objetivo tan utópico como lo era el pensamiento ilustrado a los oídos de los defensores del ancien régime.

"El principal enemigo de la izquierda es la demografía", dice Rivera. Creo que se trata precisamente de lo contrario. Los valores liberales han tenido tiempo de demostrar que su vigencia conduce necesariamente a asegurar la prosperidad de una parte de la humanidad en detrimento de la mayoría, a aumentar la concentración de la riqueza en determinadas áreas del mundo mientras la mayor parte de sus habitantes van quedando progresivamente fuera de la historia. Y a repetir este esquema aun en el interior de los países desarrollados. Según el Informe sobre desarrollo humano del Programa de la ONU para el Desarrollo, las desigualdades entre el mundo desarrollado y el resto (la mayoría) del mundo no han cesado de crecer en los últimos 30 años, durante los cuales la riqueza se ha concentrado cada vez en menos manos. "El mundo está cada vez más polarizado", dice el informe, "y la distancia que separa a los pobres de los ricos se está agrandando cada vez más". "Los desequilibrios del crecimiento económico ocurridos en los últimos 15 años son bastante evidentes, pero si se permite que continúen hasta bien entrado el próximo siglo, el resultado será un mundo con monstruosos excesos y con desigualdades humanas y económicas grotescas".

Creo que la razón de este estado de cosas hay que buscarla en la misma raíz de los valores liberales. El liberalismo oculta, bajo su pretendida defensa de la libertad, una creencia más profunda en lo que se ha llamado darwinismo social, que algunos teóricos del siglo XIX, como Spencer y el mismo Darwin, expresaban claramente. Razonaban más o menos de esta manera: ya que en la evolución de la naturaleza la supervivencia de los organismos más aptos y la eliminación de los débiles ha contribuido al progreso de la historia natural, apliquemos el mismo esquema a la sociedad humana, de tal modo que los poderes públicos no interfieran en la lucha por la supervivencia, y de este modo los individuos más aptos alcanzarán altos niveles de desarrollo, mientras los débiles serán barridos por la historia. El discurso liberal actual -basado en los valores fríos de que habla Rivera- no puede desprenderse de estos supuestos, aun cuando sus defensores traten de suavizarlo con matices más o menos bienintencionados. Es por ello que la demografía constituye el principal enemigo del liberalismo: su discurso ético-político resulta incompatible con su pretendido alcance universal. Si establecemos como principio rector de la historia esta selección social, que hoy suele esconderse tras el eufemismo de la competitividad, nadie podrá evitar que en esa competencia unos ganen y otros pierdan, que es lo que está sucediendo. Y hablando de utopías, ninguna tan utópica como la de suponer que puede mantenerse a largo plazo una situación en la que unas pocas sociedades opulentas sobrevivan circundadas por una creciente masa de miserables rodeándolas por todas partes sin que ese equilibrio se rompa de modo trágico para todos. Sobre todo si tenemos en cuenta que el crecimiento demográfico del mundo subdesarrollado supera con creces la exigua tasa de natalidad de los países ricos.

Volvamos a la moral. Creo que las opciones políticas actuales no se mueven en la polaridad valores cálidos-valores fríos. Contraponer ambos tipos de valores implica recaer en la vieja dicotomía entre moral privada y moral pública, reservando para la primera los contenidos y dejando para la segunda las meras formas legales, compatibles en muchos casos con la explotación y la violación de los derechos humanos. Nadie -salvo grupos más o menos marginales- propugna la vuelta a los valores tribales del microgrupo o la recuperación del paraíso en que vivía el buen salvaje. Nadie -casi nadie- niega tampoco el aporte histórico de los valores de origen liberal, como la libertad, la tolerancia, la democracia o el pluralismo, convertidos hoy en patrimonio de la humanidad más sensata. Pero, ante la necesidad de construir unas relaciones racionales entre los habitantes del planeta que hagan posible una vida en condiciones dignas para todos los seres humanos de carne y hueso, los valores del liberalismo se muestran incapaces de dar una respuesta de validez universal, aun cuando se los sazone con algunos ingredientes socialdemócratas.

La moral liberal, por sí sola, es una moral construida a medida de "los que están sentados a la mesa", válida para la propia comunidad de vecinos o a lo sumo para el interior de naciones prósperas. Pero incapaz de enfrentarse con lo que constituye el verdadero problema político de este fin de siglo: la exclusión de la historia de la mayor parte de la humanidad. Los valores morales de la izquierda, aun cuando están necesitados de una profunda revisión que los salve del dogmatismo y la esclerosis- en la que frecuentemente han caído, recogen, sin embargo, una de las mejores herencias de la Ilustración: su pretensión de validez universal. La opción se plantea, en definitiva, entre proyectos políticos distintos y no entre diversas temperaturas morales.

Augusto Klappenbach es catedrático de instituto, autor de Ética y posmodernidad

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_