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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Alemania normal

LA DECISIÓN alemana de enviar tropas a Bosnia marca un giro histórico: Alemania normaliza su posición militar. Y con ella, Europa también. Uno de los grandes interrogantes que pesaba sobre el nuevo sistema de seguridad que se está forjando en Europa era, justamente, el encaje del país más central, más poblado y más rico. El problema de la nueva Alemania no era un exceso de actívismo internacional o militar, sino todo lo contrario: una cierta abulia, producto de la reacción pacifista a un pasado belicista, y que llevó a que hace cinco años, Alemania, recién unificada, se negara a participar en la guerra del Golfo.Es la primera vez desde 1945 que tropas de combate alemanas van a salir de sus fronteras para una misión militar, de paz en esta ocasión. La nueva Fuerza de Estabilización (SFOR) en Bosnia va a contar con 2.000 soldados de tierra alemanes, más otros elementos que aumentarán hasta los tres millares los efectivos germanos sobre el terreno; es decir, el cuarto destacamento nacional en tamaño. Anteriormente, Alemania se había limitado a enviar a Croacia unidades de logística, sanitarias y de apoyo, y a participar en operaciones aéreas. Las fuerzas alemanas quedarán encuadradas bajo un mando francés, junto a las de otras naciones. La decisión ha sido aprobada por una mayoría aplastante en el Bundestag, y marca, como afirmó el ministro de Asuntos Exteriores, Klaus Kinkel, el final del "papel especial" de este país que en tiempos se calificó de gigante económico y enano político.

Hoy existe la oportunidad de que esta nueva actitud alemana se enmarque en una política europea. Es más, la política europea no sería posible con una Alemania ensimismada. Alemania ha pactado con Francia un "concepto común" en materia de seguridad y de defensa, tras las tensiones surgidas a raíz del anuncio francés de profesionalización total de sus Fuerzas Armadas. Alemania, en razón del pasado hitleriano, se niega a dar el paso hacia un ejército profesional, aunque comienzan a apreciarse algunos impulsos en esa dirección. Alemania y Francia constituyen el eje sobre el que debe girar una política exterior y de seguridad común.

Bonn ha sustituido a Londres como interlocutor privilegiado de Washington, pero marca sus distancias con Estados Unidos. Alemania defiende que la OTAN se dote de una auténtica dimensión europea, y por eso aparece con el báculo principal de Francia a la hora de reclamar que sea un europeo el que encabece el mando aliado para el sur en Nápoles, incluso a sabiendas de que esta identidad europea en la OTAN estará bajo la supervisión de los americanos.

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La normalización de la situación internacional de una Alemania que aspira a un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU se refleja también en los acuerdos firmados con sus vecinos sobre la base del reconocimiento, en algunos casos mutuo, de las culpas pasadas y de las fronteras presentes.

Kinkel y su homólogo checo rubricaron una declaración de reconciliación de sus dos países, que ha costado dos arduos años de negociaciones y que han de ratificar sus respectivos Parlamentos. Si este texto lamenta las atrocidades cometidas por los nazis, también reconoce las brutalidades que tuvieron lugar con la posterior expulsión de los alemanes de los Sudetes, la región que la Alemania nazi invadió en 1938. Se crea un fondo para compensaciones a los damnificados, suscrito en su mayor parte por Alemania. Pero, sobre todo, se sientan así las bases para un nuevo diálogo entre Alemania y una República Checa deseosa de entrar en la Unión Europea y en la OTAN. A retazos, poco a poco se va firmando lo que va constituyendo una especie de tratado de paz de la II Guerra Mundial. ¡Lo que ha llovido entretanto para hacerlo posible!

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