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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un salto en tierra de nadie

Dos mujeres solas. Una, el caos; la otra, el sereno parecer, con algo de madre también en sus maneras. Dos excelentes bailarinas se entregan a un ritual íntimo de amor donde la comunicación y la exploración de sus comportamientos juegan el papel de eje conductor. Saó es un bello y elegante fresco de pasión, arropado por una puesta en escena donde no sobra nada. Y no por ello es menos duro: cualquier obra artística que se inspire en el desamor, por fuerza, tiene que ser dura, intranquila, perturbadora. Es el efecto de un espejo convexo en el que no apetece mirarse siempre.Las dos bailarinas son muy diferentes entre sí, desde su formación y sus respectivas técnicas personales, hasta sus fortísimas individualidades sobre la escena, y las dos han dado sobradas pruebas desde muy jóvenes de su valía. María Muñoz da un toque silvestre al asunto; en ella no hay reposo ni pausa, se expresa dolorosamente, arrastra al espectador hasta su mundo donde hay más riscos que arena fina, y su personaje se pega como una lapa a la esperanza de la compañía, de tener en ese viaje de ansiedades un soporte moral que es al mismo tiempo alimento.

Compañía Mudances

Saó: coreografia y baile: Angels Margarit y María Muñoz; música: Joan Saura; espacio escénico: Llorenç Corbella, A. Margarit y M. Muñoz; vestuario: Paulette Boschung; luces: Ferran Capella. Cielo Danza en Diciembre. Sala Olimpla, Madrid. 11 de diciembre.

Angels Margarit intenta ordenar la vida que hay en su derredor, se mueve a compás como las manecillas de un reló imaginario, desplegando las artes amables de quien sabe de verdad dónde acaba ese trigal ingrato y qué rango puede darse a la fantasía en nuestras vidas; su personaje ejercita la iluminación en un paisaje nocturno: no quiere que la loza se rompa.

El abrazo final

El poético diálogo es de sordos, porque las dos partes amantes hablan de cosas distintas: el llano y el precipicio, el descanso y la carrera, el grito y el susurro. Las dos mujeres saltan a la tierra de nadie donde se ponen a prueba y se extenúan en una búsqueda de unión que las separará para siempre en un abrazo final, definitivo. Ambas sabe que lloverá de nuevo y la línea del horizonte adquirirá otro dibujo al segarse los campos: no son metáforas gratuitas sino aciertos estéticos conmovedores (los dúos, el solo de María Muñoz, el paseo cenital de Margarit por la arena, el arropo del sueño).El exterior, el espacio abierto, es también convertida en una amplia habitación vacía para probar una vez más, el gran salto. Hay mucha buena literatura sobre esto, pero básicamente se piensa en una especie de esfuerzo de conversación entre dos personas, tal como reza el conocido poema, y en tantos fragmentos desconsolados de las caracterizadas chicas de Djuna Barnes, errantes sobre sí mismas. La música de Joan Saura ayuda lo suyo, con un saxo lacrimoso a veces en exceso, lo mismo que sucede a veces con los materiales coreográficos, extendidos fuera de sus límites y restando a lo repetitivo su razón de ser. Pero la partitura logra alzarse en los momentos corales con un aliento melódico poderoso que da el empaque justo al producto. El público militante de la danza actual casi llenó el patio de butacas de la Olimpia y recompensó a las artistas con un caluroso aplauso, preguntándose qué pasará en 1997 con este ciclo tan necesario.

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