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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El alarido de Trotski

Hace 80 años, a finales de octubre (según el viejo -calendario ruso; 7 de noviembre, según el occidental) de 1917, se desató en San Petersburgo una cadena de acontecimientos políticos de dimensiones colosales, que puso patas arriba el curso de este siglo. El estratega, alma y cabeza de aquel Octubre que convulsionó al planeta, era un judío ucraniano de 37 años llamado Bronstein, que 14 años antes cambió su alias de estudiante sublevado (Pero, que significa Pluma) por el nombre de un campesino muerto llamado Trotski, con cuyo pasaporte sorteó el acoso de la policía política zarista, la Ojrana, y huyó a Europa occidental.Casi 22 años después de Octubre, Bronstein-Pero-Trotski murió en su fortaleza casera de Coyoacán, México, asesinado por un atildado individuo que se hacía llamar Jacques Mornard, diplomático belga; aunque otras veces se autopresento como Jackson, comerciante canadiense. Llevaba consigo, cuando logró situarse detrás de la nuca de Trotski, tres armas: un cuchillo, una pistola y un zapapico de montañero. Usó este con precisión y por el lado puntiagudo, lo que indica prontitud de decisión y adiestramento, pues su tarea iba más allá que matar a un hombre experimentado en sortear la muerte. Su encargo era ciertamente matar, pero si erraba -como erraron las 400 balas con que David Alfaro Siqueiros y sus pistoleros estalinistas convirtieron en un colador la cama del líder de Octubre, que escapó con un rasguño en un dedo- no podía fallar al menos un golpe: el destinado al cerebro de Trotski: si este sobrevivía, que no sobreviviese su portentosa inteligencia, única del mundo que Stalin -déspota aniquilador del bolchevismo, que encarnaba su víctima- no toleraba que siguiese funcionando.

Asaltar los cielos

Dirección: Javier Rioyo y José LuisLópez-Linares. España, 1996. Madrid: cine Alphaville.

Hay varias versiones de cómo y quién descubrió la identidad de Mornard, pero la más verosímil es que fue Julián Gorkín, exiliado español conocedor de rostros y entretelas del partido comunista, quien al ver la fotografía del asesino llamó al policía Salazar, encargado de investigar el homicidio y le dijo que su hombre era un español llamado Ramón Mercader, hijo de Caridad del Río, una dirigente del PSUC, estalinista fanática y agente de la GPU, policía política soviética que años más tarde se convirtió en el KGB. La investigación confirmó el bote pronto de Gorkín, pero el asesino lo negó hasta que, tras 20 años de condena, salió de la cárcel mexicana, volvió a Moscú y allí murió con honores de héroe de la Unión Soviética por haber destrozado los sesos de quien la creó.

Asaltar los cielos saca de un pozo sin fondo aquella patética marioneta humana e indaga con hondura y soltura en un enigma que todavía tiene zonas imprecisas, como casi todo lo concerniente a Trotski, cuyo rastro y memoria fueron literalmente borrados y barridos por Stalin de la historia soviética. De ahí que el documento de Rioyo y Linares -que se han quemado las pestañas en los muchos años que les ha llevado componer esta joya documental- sobre Mercader y la inquietante personalidad de su madre, Caridad del Río, es un filme indagatorio formalmente muy bien logrado y con contenidos apasionantes.

La transparencia (precisa y concernida) de Rioyo y Linares nos lleva más allá de donde nos llevaron Losey y Weiss. Asaltar los cielos arroja luz en ese pozo que, aunque los libros que ha provocado llenan bibliotecas, aun sigue casi inexplorado. Su aportación a la tarea de despejar el camino que conduce a desvelar el silencio que precedió y siguió al alarido -"Nunca dejo de oír ese grito", cuentan que, contaba el asesino en letanía obsesiva, tal vez expiatoria- de Trotski al sentir que el zapapico de Mercader penetraba en su cerebro, tiene toda la pinta de indispensable. Insisto: indispensable, pues no hay otra palabra que defina una hazaña de cine documental que rescata, con seriedad y humildad artesanal, hilos hasta ahora no entretejidos de un acontecimiento conmovedor e inabarcable.

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