De la mojigatería a la demagogia
A principios de los años sesenta, un catedrático de Literatura del instituto femenino de mi ciudad mandó retirar los ejemplares de La Celestina de la biblioteca del centro por considerar la obra de Rojas inconveniente para la formación moral de las alumnas. El suceso me pareció tan extraviado que, como profesor en ciernes, me prometí incitar a mis estudiantes a la lectura de este libro a lo largo de mi actividad profesional. Y así he venido haciéndolo durante más de treinta años.Hoy leo en EL PAÍS (5 de noviembre de 1996, página 31) que el profesor don Jesús Martínez, en defensa de las "destrezas básicas" de los educandos de secundaria, lanza una consigna que, bajo apariencia reformista, me retrotrae a aquellos tiempos indecorosos: "Menos leer La Celestina y más trabajo de campo", dice.
Me cuesta identificarme con educadores dispuestos a rechazar la lectura de las grandes fabulaciones de su idioma y de su cultura. Y, sobre todo, lamento que la mojigatería del pasado y la demagogia educativa del presente confluyan en una misma negación. Temo que -al menos en la enseñanza pública- prescindir de La Celestina sea como quitar el pan a los pobres.-