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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Duelo en la cumbre

Sangre y vino (Blood and Wine)

Dirección: Bob Rafelson. Guión: Nick Villiers y Alison Cross. Fotografía: Newton Thomas Sigel. Música: Michael Lorenc. Producción: Jeremy Thomas, EE UU, 1996. Intérpretes: Jack Nicholson, Michael Caine, Stephen Dorff, Jennifer López, Judy Davis, Harold Perrineau Jr. Estreno en Madrid: Excelsior, Real Cinema (V.O), Benlliure, Palacio de la Prensa, Roxy A, Liceo.

¿Qué se oculta bajo la plácida apariencia de una familia bien avenida? Digamos, del maduro e interesante dueño de una exclusiva tienda de vinos franceses de Florida y de su segunda esposa. Tal vez a él le guste el dinero más de lo que reconoce, o a ella, empinar el codo más de la cuenta; o al hijastro del vinatero esconder detrás de una pasión desmedida por la pesca el desprecio que le provoca el señor que duerme con su madre. Tal vez él no ceje en su empeño de enriquecerse a cualquier precio, digamos al de tener tratos con un impresentable ladrón en el ocaso de la vida, o ligarse a una cubana joven y hermosa sólo para que le facilite el acceso a su objeto de predicción: un costoso collar de diamantes.La respetabilidad de la familia y su brutal contraportada, las tensiones internas a que son sometidos sus miembros: he ahí uno de los grandes temas, por lo menos desde el primer filme estrenado en España, Mi vida es mi vida, del cine de Bob Rafelson, un independiente de la vieja escuela que, a pesar de sus flirteos con la industria -La viuda negra, incluso la versión actualizada de El cartero siempre llama dos veces-, siempre termina haciendo lo que desea.

Tiene una buena baza: su amistad con Jack Nicholson, su compinche y actor fetiche, que se remonta a 30 años. Y tiene muchas otras. cosas más; un excelente pulso narrativo, incluso la maestría para resolver con la precisión de un cirujano secuencias complicadas -hay aquí especialmente una, la del accidente en la carretera, espléndida-. Y tiene algo esencial a la hora de rodar una película efectiva: una sabia, inmejorable capacidad para manejar a los actores, para sacar de ellos lo mejor de que son capaces... a veces hasta el punto de enamorarse imprudentemente de las criaturas que éstos interpretan.

Es el caso: un filme sórdido y rotundo, en el que abundan las secuencias de agresiones con daño físico, siempre elegantemente puestas en escena -barras de hierro, almohadones para asfixiar, un palo de golf, piernas quebradas; siempre el cuerpo a cuerpo, jamás un arma de fuego, algo realmente extraño en un thriller estadounidense-; unos personajes presa de sus delirios de grandeza, como el que encarna Nicholson, que sólo despiertan en el espectador la repulsión, son tratados por Rafelson, no obstante, con una comprensión y un respeto que parece excesivo.

Pero más allá de ello, lo cierto es que Sangre y vino es uno de esos sólidos, confortables e inquietantes thrillers de la vieja escuela que a uno le gustaría frecuentar más en las salas de cine. Un excelente guión que abunda en sorpresas, subtramas cargadas de ironía y de interés, resoluciones brillantes y unos actores superlativos, incluso los jóvenes: hay que tener mucho oficio para aguantar planos con monstruos como Nicholson o Michael Caine sin que se desmejore el ademán.

Éstos son, no cabe duda, los auténticos amos de la función. Hablar aquí y ahora del oficio de Caine parece baladí, y hasta los miopes miembros del jurado del reciente festival de San Sebastián se dejaron encandilar por un trabajo de secundario dorado y le dieron, no hay reproches, la Concha de plata por su trabajo. Pero no conviene olvidar a Nicholson, un actor tan frecuentemente preso de sus delirios megalómanos que, no obstante, siempre está ajustado, centrado y atento con Rafelson. Virtud de gran histrión, claro está; pero impagable trabajo de director que hace que este duelo en la cumbre se encuentre entre los mejores que ambos inmensos profesionales nos han brindado en mucho tiempo: aunque sólo fuese por ellos, el filme ya valdría la pena.

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