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Operar

Nunca he rezado tanto ni tan intensamente como ayer, antes y durante la operación de transparencia informativa, perdón, de apendicitis crónica que le fue realizada a Su Santidad. De hecho, no pedí la salud papal -que metas tan al tas no se encuentran al alcance de una- ni, mucho menos, la salva ción de su alma, si la cosa se torcía, que va incluida en el cargo. Recé por los médicos que le intervenían y por el anestesista, para que todo fuera bien y los pobres no pasaran a la historia vaticana como los hombres que acabaron con un pontificado con el que no ha podido ni la tarifa económica de Mundicolor.Ahora bien, siendo delicado lo de ayer, que tenía como desvalido, paciente al máximo representante de la Iglesia, ni comparación con la que les espera a quienes operen a Yeltsin cuando le llegue su horita. Ahí sí que le puede temblar el pulso al más pintado, y será necesaria una infraestructura como la que le pusieron a Cassius Clay para que acertara, con el pebetero olímpico para que al cirujano no se le vaya el pinrel y acabe poniéndole un by pass en la cirrosis.

Esta sensibilidad exagerada, este sinvivir por la integridad de los cirujanos que realizan operaciones a personalidades de fuste, sin duda es el resultado del cercano temor que siempre experimentamos los españoles cuando nos enterábamos de que a Franco lo iban a operar, un suponer, de anginas -porque cuando le intervenían de otra cosa, nunca nos lo contaban-, y lo primero que se murmuraba en los hogares era un "no quisiera estar yo en el lugar del médico". Cuando el paciente es un dictado, tremenda responsabilidad si lo dejas morir, y más tremenda aún si lo otro sucede.

Hay días en que ser sólo periodista produce alivio.

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