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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Autonomía a la filipina

EL PRESIDENTE de Filipinas, Fidel Ramos, y el líder del Frente Moro de Liberación Nacional, Nur Misuari, firmaron ayer en Manila el fin de una disidencia que databa de 1972 y que, tras la paulatina extinción de las guerrillas comunistas, era la mayor asechanza militar contra el Estado. La presencia musulmana en las Filipinas se concentra en el sur de la isla de Mindanao, donde cuenta con cinco millones de seguidores, un tercio de la población total de la isla.Los musulmanes filipinos se han sentido siempre alejados del resto de la población porque, según sus anales, el islamismo llegó a las islas antes de la conquista española, y en ningún momento fueron plenamente sometidos por la potencia colonizadora ni, mucho menos, evangelizados. El mismo hecho de que se hayan integrado en el Frente Moro hace alusión al nombre que los conquistadores españoles dieron a aquellos irredentos del Pacífico sur, en referencia a los musulmanes del norte de África.

A los pocos años de la independencia, que data de 1945, la minoría musulmana comenzó la agitación por obtener un estatuto separado, que en algunos momentos se planteó como clara aspiración secesionista. El Frente Moro, moderado en cuanto a la expresión del sentimiento islámico, ha recogido históricamente el apoyo mayoritario de la población, desde su creación a comienzos de los setenta. Y en los últimos tres años los enfrentamientos militares han sido especialmente graves, hasta constituir un importante drenaje de recursos para la recobrada democracia filipina tras el derrocamiento del dictador Ferdinand Marcos.

El éxito del Gobierno filipino,que reconoce la formación de una región autónoma al sur de la isla, debe ser matizado. De un lado, otros grupos menores de la disidencia islámica, entre los que parece significativa la influencia integrista, no sólo no se han sumado al acuerdo, sino que acusan al Frente Moro -que en los ochenta recibió ayuda económica del régimen libio- de traicionar los ideales islámicos. Y, de otro, no toda la población cristiana, que forma cerca de dos tercios del total de Mindanao, celebra el acuerdo, que califica como una entrega a intereses clientelares o feudales. En este sentido, la parte no escrita del acuerdo parece tanto un pacto económico como político. El Gobierno de Manila entrega a Misuari la dirección de un. consejo provisional, que organizará un plebiscito en las 14 provincias bajo su jurisdicción y, previsiblemente, dirigirá la región autónoma cuando ésta se instale dentro de tres años. Como las poblaciones de una u otra religión no se hallan separadas geográficamente de forma nítida, la paz hará que un número notable de cristianos -la inmensa mayoría católicos- quede bajo la nueva autoridad islámica.

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La democracia ha realizado progresos fundamentales en Filipinas durante los mandatos de Corazón Aquino y de su sucesor, Fidel Ramos, pero no tanto como para ignorar que una elección convocada desde el poder tiene enormes posibilidades de alzarse con el santo y, la lismosna.Y eso es lo que cabría temer en el nuevo reparto del poder religioso en Mindanao.

Todo ello no obsta para que Manila haya obrado con tacto y prudencia al cooptar a la principal disidencia musulmana en la zona, aceptando que los problemas nacionales del Estado unitario filipino sólo podían resolverse con el reconocimiento del hecho diferencial musulmán. Que las autonomías nacionales se tengan que basar en la separación religiosa no es, exactamente, el ideal de la democracia según Occidente, pero era inevitable que la realidad de una identidad sentida como distinta se terminara por imponer en el ordenamiento democrático al que se orienta este archipiélago, que toma su nombre del rey español Felipe II, bajo el que se produjo la conquista y la subsiguiente cristianización de las islas.

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