Negociar en Cataluña
A Paco Tomás y Valiente, ya sin vozEl problema catalán, decía Ortega, "es un problema perpetuo, un factor continuo de la historia de España, que aparece en todas sus etapas, tomando en cada una el cariz correspondiente". Habría que ir muy atrás para encontrar sus orígenes. Mas, dejando otros antecedentes, lo cierto es que el nacionalismo catalán renace en el siglo XIX, tras el largo silencio que siguió a su derrota por Felipe V en 1714. El romanticismo nóvecentista resucitó en Cataluña una lengua popular y culta que sirvió de vehículo a un valioso movimiento literario, la renaixença, expresión del vitalista espíritu catalán. A finales de siglo, la industria de Barcelona, bien gestionada y a salvo de la competencia exterior merced al proteccionismo arancelario que estableció Cánovas, convirtió a la capital en un rico emporio que' contrastaba con la postración de la España pobre. La pérdida de Cuba y- Filipinas, que cerró estos mercados a España, distanció a la burguesía catalana del Estado central e hizo aflorar en ella un nacionalismo que, apoyado en la lengua y en la economía, urgió a la vez la modernización del Estado español 'y el autogobierno local. La Liga Regionalista de Prat de la Riba y Cambó colaboró en Madrid a lo primero y ensayó en Barcelona una mancomunidad dotada de poderes restringidos. Sin embargo, los temores catalanes se vieron cumplidos- la debilidad y el atraso del Estado español mermarán la prosperidad de Cataluña, que será también presa del desorden público y la inestabilidad social.
Primo de, Rivera suprimió el autogobiemo catalán; mas con ello no hizo sino dar nuevas fuerzas al nacionalismo, que hace una vigorosa reaparición durante la II República. Tras no pocos forcejeos, Cataluña obtiene en 1932 un Estatuto de autonomía que encauza otra vez las reivindicaciones nacionalistas dentro del Estado español. El hundimiento de la República acabó con esa segunda experiencia. La frágil consistencia del Estado republicano arruinó las expectativas catalanas de orden y de progreso. Orden y progreso de los que disfrutó Cataluña durante el régimen de Franco, pero a costa de la libertad de sus valores culturales y de la pérdida de sus instituciones de autogóbierno. El nacionalismo pudo así servir de nexo de unión en la lucha antifranquista a fuerzas políticas catalanas muy diferentes entre sí, aún presentes en la escena. Tras la muerte de Franco en 1975, el autogobierno volvió a encontrar un masivo apoyo popular, que, tras la Constitución de 1978, plasmó en la- aprobación por referéndum en 1979 de un nuevo estatuto, que constituyó a Cataluña en la primera comunidad autónoma dentro del nuevo Estado español.
En términos generales, pienso que el nacionalismo catalán no ha negado a España ni ha definido a Cataluña como nación independiente. En él, la idea de nación remite más bien a una comunidad singular, definida por una cultura propia y por un centenario proceso histórico en el seno de España. Para él es consustancial ver en España "una patria rica en matices nacionales", como escribía Trias Pujol a Prieto Bances en 1935. Y si Cataluña ha hecho oír su voz frente a las debilidades estructurales del Estado español, ha sido sobre todo porque éstas se han traducido siempre en una reducción de su propia libertad y potencialidad de crecimiento. Para Cataluña es, en efecto, vital que el Estado español sea un Estado democrático moderno y ágil, fuerte en el interior y respetado en el mundo; porque cuanto más alto sea el vuelo del Estado, más ocasiones de prosperidad y expansión encontrará el espíritu catalán. En este ingrediente de progreso conjunto reside la comunidad de intereses de Cataluña con el resto de España.
Porque es lo cierto que ese Estado central robusto y democrático que Cataluña necesita a riesgo de asfixia, constituye también un progreso notorio para toda España. Pienso que Cataluña, región emprendedora y cosmopolita, no escatimará esfuerzos para lograrlo si así se le propone como objetivo, porque le va en ello su propia fortaleza y bienestar. Tal es el lugar que busca el catalanismo en el que hacer político español. Cataluña quiere vivir e n una España rica y plena, fecunda, alegre y viva, según canta el verso de sus poetas. Entenderlo así alejaría el diálogo del poder central con Cataluña de las perniciosas desconfianzas que han conducido en el pasado a posiciones de cálculo o de intransigencia.