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Centenario de André Breton, el gran agitador del arte del siglo XX

El creador del surrealismo tuvo un papel determinante en la poesía y la pintura

"Era el amante del amor en un mundo que cree en la prostitución". Así definía a André Breton su amigo Marcel Duchamp, que sin duda hubiese considerado que a Breton no podía gustarle que conmemorasen el centenario de su nacimiento. El escritor Julien Gracq cree que "desde su inicios el surrealismo estaba en conflicto con la historia y era poco amigo de la memoria" en la medida en que suponían "obstáculos a una obertura perfecta ante lo eventual, la página en blanco" y, en definitiva, la disponibilidad ante el presente y la utopía. A los 100 años de su nacimiento su figura cobra nuevo relieve.

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Creador del arte de los demás

"Todas las ideas que triunfan corren hacia su pérdida" decía el propio Breton cuando quería explicar la actitud de su grupo surrealista, su voluntad de expulsar a diestro y siniestro -Gracq sostiene y argumenta que no expulsaba, sino que era abandonado, lo que presenta al poeta bajo una luz más favorable- de no tolerar a los que se instalaban en la fórmula.Mientras el grupo estuvo integrado por personalidades que podemos considerar "fundadoras", mientras mantuvo su continuidad en el debate político-artístico, mientras dicho debate se desarrolló en términos políticos y artísticos y no a tiros o a base de hornos crematorios, Breton pudo ejercer de Papa entre iguales. Luego, en 1946, cuando regresa a París tras su exilio en México y los EE UU, ya nada es igual.Quienes acogen a Breton en el café de la rue Blanche, durante la llamada época de entreguerras, entre 1920 y 1940, son jóvenes cuya creatividad él, con su prestigio y leyenda, coacciona y limita involuntariamente. Pero no es eso lo más grave: la guerra, los campos de exterminio, han puesto límites a la voluntad de absoluto de los surrealistas. En 1938, Breton, ante la escisión del mundo, ante un pacifismo que ampara todas las cobardías y un espíritu guerrero que no oculta sus ansias expansionistas, sólo puede gritar que, no acepta "¡ni vuestra guerra, ni vuestra paz!".

Para André Breton, hijo de gendarme, nacido un 19 de febrero, de 1896, en la localidad francesa de Tinchebray, era fundamental la idea de que nunca más había de repetirse la guerra de 1914 a 1918, que el mundo que había permitido aquella carnicería tenía que desaparecer y por eso puso "el surrealismo al servicio de la Revolución".

El efecto del grupo

A diferencia de los intelectuales románticos que él admiraba, individualistas y aislados, Breton y los surrealistas sólo pueden concebir su acción en tanto que grupo, con la ayuda de los amigos, de una falange de exquisitos que son el trasunto artístico del partido leninista, de las minorías conscientes capaces de provocar y dirigir el gran cambio. En 1919 publica Les champs magnetiques pero lo hace en colaboración con Philippe Soupault.En 1921 se encuentra con Freud y en 1924 se publica el Manifeste du surréalisme, al que seguirá otro en 1930, siempre con el objetivo de difundir la buena nueva del "automatismo psíquico puro a través del cual, expresar, ya sea verbalmente, ya sea de cualquier otra forma, el funcionamiento real del pensamiento". En 1935 su voluntad de reconciliar sueño y realidad deja de pasar por el partido comunista, y de ahí que rompa -orompan con él y lo que representa- Louis Aragon y Paul Eluard.

Antes ya había sucedido lo mismo con Tristan Tzara y su gratuito dadaísmo o con Antonin Artaud y su reclamación metafísca. En 1942, en el exilio, dará a conocer un tercer manifiesto.

La obra de Breton queda un poco oculta tras la figura del agitador. No deja de ser un síntoma de su generosidad, sorprendente en un hombre al que tantos acusan de autoritario. Poisson soluble (1924), Lettre aux voyantes (1925) Introduction au discours sur le peau de la realité (1927), Nadja (1929), L'Amour fou (1937) son algunos de los grandes textos bretonianos, testimonio de un período de creatividad extraordinario que, siempre según Gracq, "no ha cambiado la vida pero si la ha oxigenado considerablemente".

Fallecido en 1966, a los 70 años, pocos meses después de la reedición de su estupenda Anthologie de l'humour noir, un concepto del que es inventor, Breton se ahorró el asistir al célebre Mayo 1968 que, el entonces primer ministro y luego presidente Geoíges Pompidou, resumió diciendó.que "en el fondo todo eso era Bretón".

Ese "todo eso" se refería a la imprevista explosión libertaria que recorrió las calles de París resquebrajando las fachadas de un orden tan ensimismado en sus mitos que no veía como todo cambiaba a su alrededor. Para Julien Gracq no es imposible imaginar que al poeta le hubiese molestado asistir a la "banalización inevitable, casi a su caricatura", de las ideas que amaba. Lo ocurrido en la URSS, pero también en cualquier lugar en que la mítica revolución se ha institucionalizado, le había vacunado ante la hipótesis de una explosión surrealista de las inasas. En el fondo, a Breton no le gustaba el éxito. Es probable, también que la atención que han dado los distintos medios de comuncación a su figura, especialmente en Francia, con suplementos y programas especiales de radio y televisión le hubiese hecho poca gracia.

El primer libro de Breton, esa evocación de los "campos magnéticos", resume a la perfección el papel desempeñado tanto por el personaje como por el surrealismo, un movimiento que ha trastornado sobre todo la poesía y la pintura, las dos prácticas artísticas por las que más interés demostró Breton. Quería que las palabras "hiciesen el amor", que "el inconsciente estaba estructurado como un lenguaje" que había que revelar, que el amor y la poesía eran escudos protectores contra todas las miserias del mundo.

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