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La alta sociedad

Entre las treinta familias más importantes de Francia, más de la mitad eran ya importantes hace un siglo y, algunas, desde el siglo XVIII. Esta es la conclusión a la que han llegado recientemente dos investigadores franceses en su libro Grandes fortunes que acaba de publicar la editorial Payot. Los autores, Michel Pinçon y Moninque PinQon-Charlot, iban buscando en,qué ha quedado el movimiento de la la clase obrera y se toparon con que lo más organizado, sólido y permanente eran los grandes burgueses. Los Peugeot, Sclilumberger, Martell, Vuitton, Rostchild, Hennessy, Cointreau, Hermés, Guerlain o Cliandon-Moët gozan no sólo de una espléndida salud, sino de los medios para reproducirla interminablemente. Dentro de cada una de estas familias se opera con unas reglas que recuerdan en buena parte a la clase nobiliaria, pero sin perder por ello la cualificación profesional y el alto sentido del dinero. De no haber contado con alguna disciplina espiritual y mercantil es impensable que el prestigio de sus nombres y sus fortunas hubieran resistido el embate de dos guerras mundiales, una revolución comunista, varias asonadas populistas y las violentas sacudidas del capitalismo. Pero buena educación y disciplina es lo que no les falta.Los niños se educan en varios idiomas, en varias religiones, en conocimientos múltiples. No son internacionales, sino cosmopolitas. Puede que posean un chalet en Sitiza, otro en Deauville, pasen las navidades en Gstaad, febrero en Saint Moritz y, los veranos, en un palacio tunecino, pero en cualquiera de esos lugares se sienten como en casa. Las fafflilias emigran juntas, se recrean juntas y, al cabo, se casan entre ellas. Puede existir alguna limitación implícita para las bodas como, por ejemplo, entre los bordeleses, no poner en peligro la perennidad de la plantación vinícola pero, en general, se sienten libres en la selección de pareja aunque no lo parezca. Es decir, eligen con libertad dentro de su mundo todo el mundo y conocen gracias a las asistencias a playas, estaciones de esquí, teatros, museos, hipódromos, campeonatos de golf, bodas, bailes o conciertos a los demás de su clase. Cada uno es potencialmente riquísimo, pero lo más importante es la adscripción a la dinastía ilustre donde los ancestros persisten como vivos. La conversación sobre la muerte y la herencia son dos temas tabú entre los altos burgueses. Cada participante de la familia se siente parte de una comunidad materializada en el traspaso de nombres desde abuelos a nietos o en los bautismos, vistiendo a los bebés con las ropas de sus antepasados. En todas las etapas de la vida la familia se manifiesta cómo una realidad que trasciende la categoría de cada individuo.Supone todo ello una accesis que se refleja también en la conservación de los castillos, a pesar de su costoso mantenimiento, y de las viñas, no importa si resultan ruinosas. La tierra y la fortaleza son emblemas capitales en la identificación de cada clan. En esto son muy conservadores. Son, en general, muy conservadores, pero ni un punto reaccionarios. A ninguno de ellos se le ocurrirá entregar su voto a Le Pen o a formaciones por el estilo. Evidentemente odian el comunismo, pero como constatan los autores de Grandes fortunes, están apegados como en una creencia ideológica fundamental. "Nos hemos sentido soprendidos al comprobar", dicen, "el alto grado de conciencia y de organización que rige en su seno. Nada comparable incluso, a lo que sucedía entre la clase obrera en el periodo marxita más activo". Y agregan: "Las fortunas mismas son gestionadas de forma colectiva y las grandes familias constituyen una fraternidad, solidarios y conscientes de que su clase no lograría pervivir ni reproducirse sin la entrega de uno al beneficio de todos". Llamativamente, en vísperas del siglo XXI, mientras los obreros aparecen descoyuntados políticamente, sindicalmente, culturalmente y hasta familiarmente, la única Internacional unida es la que forman los grandes burgueses.

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