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Gobernar en minoría

Mañana, por primera vez en 13 años González sentirá el peso de la soledad

A partir de mañana, con la anunciada devolución de los Presupuestos y por primera vez en sus 13 años de presidente, Felipe González gobernará temporalmente en minoría, sin apoyos estables, hasta la disolución de las Cámaras dentro de unos meses. Lo que para el líder socialista es una novedad fue, sin embargo, una constante para sus predecesores en el palacio de La Moncloa: Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo. E incluso su hasta ahora aliado, Jordi Pujol, sabe lo que supone manejarse con menos de la mitad de los escaños: gobernó en minoría su primera legislatura al frente de la Generalitat, de 1980 a 1984. En el restó de Europa han pasado también por ese trance en numerosas. ocasiones.El más reciente es el caso del, líder socialista portugués, Antonio Guterres que formará un Gobierno en solitario tras las elecciones del 1 de octubre. También hay situaciones curiosas como la del conservador Poul Schluter, quien, en los años ochenta, no consiguió la mayoría del Parlamento danés ni siquiera agrupando a cuatro partidos.

La primera condición para que un Gobierno minoritario pueda sobrevivir es que necesariamente tengan que ponerse de acuerdo todos los demás grupos parlamentarios para obtener la mayoría. En ese caso, si la abstención de uno solo de ellos pone por delante los escaños del Gobierno, las posibilidades de estabilidad son altas.

Esa circunstancia la vivió Adolfo Suárez. En las dos primeras elecciones de la democracia (1977 y 1979) la UCD quedó sólo a una decena de diputados de la mayoría absoluta. Suárez siempre encontró algún aliado coyuntural para sacar adelante sus medidas de gobierno. Incluso en la ley más compleja de la democracia: la Constitución.

Desde el principio, Adolfo Suarez distribuyó a los posibles aliados por materias: en las leyes que tenían que ver con el sistema ,de valores (concepción de la libertad, Código Civil, etcétera), el primer interlocutor fue siempre Jordi Pujol. En los temas de desarrollo autonómico y régimen local, pedía el teléfono de Felipe González. Cuando el líder socialista se mostraba reacio, Suárez iniciaba conversaciones con Santiago Carrillo. Sabía que, antes o después, González se sumaría al consenso. Esto ocurrió en acuerdos tan trascendentales como los Pactos de La Moncloa. El apoyo de Fraga venía dado generalmente. Al líder de Alianza Popular le resultaba muy difícil no secundar muchas de, las iniciativas de un Gobierno de centro derecha.

En los primeros años de la democracia la flexibilidad política era muy grande, y los aliados de ayer podían votar en contra mañana para volver a ser aliados pasado mañana. Cuando el Gobierno tenía la iniciativa, en todos los proyectos de ley que enviaba al Parlamento, resultaba casi imposible no encontrar un socio adecuado.

Los problemas surgieron en la otra mitad del trabajo legislativo: las cuestiones de procedimiento o las tareas de control del Gobierno en los problemas cotidianos.

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Los conflictos pesqueros con, Marruecos, por ejemplo, produjeron. siempre unanimidad en el arco parlamentario. Desde Fraga hasta Carrillo, todos los diputados pedían la comparecencia del. Gobierno para dar explicaciones. En esos casos el Gobierno tenía que acceder a las peticiones de la oposición y vivía un auténtico calvario.

Escasos momentos dulces

-Algunos momentos dulces se rompieron de forma abrupta. Calvo Sotelo disfrutó de uno de ellos con el PSOE, con el. que había firmado el Acuerdo Nacional de Empleo y el Pacto Autonómico. Pero todo se hizo trizas con la adhesión a la OTAN.

En Cataluña, Jordi Pujol consiguió una especie de cuadratura del círculo en 1980: gobernó con los apoyos externos de Esquerra Republicana y UCD.

La relación con Esquerra, entonces bajo la batuta de Heribert Barrera, era histórica. Con Suárez se produjo un acercamiento a raíz de la aprobación del estatuto de autonomía en 1979. Además, la UCD contaba a menudo con CiU en Madrid entre el 80 y el 82.

Aquella primera legislatura fue la de la aprobación de las leyes que daban contenido al autogobierno catalán. Siempre que pudo, Pujol intentó niveles de consenso muy altos. Por esta razón, los apoyos con los que fueron aprobadas las leyes presentan todas las combinaciones políticas imaginables.

En algunos casos, como el Plan Territorial, la ley se consensuó con tantos grupos que terminó por ser contradictoria y de imposible aplicación. No obstante, la legislatura se consumió en su integridad.

Entonces había al menos tres fuerzas políticas dispuestas a agotar los plazos legales. Ahora la situación de Felipe González es bien distinta. Todo el arco parlamentario. le pide que disuelva las Cortes. No parece ser esa su intención, al menos por ahora.

Mañana, cuando el Parlamento devuelva al Gobierno el proyecto de Presupuestos Generales para 1996, González aprenderá a qué sabe quedarse en minoría.

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