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Tribuna:DEBATES
Tribuna
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La otra vía irlandesa

Hace dos años, uno de los más incontinentes portavoces de Herri Batasuna lanzó al vacío un reto que se quería histórico, pero que, como todos los envidos de la organización abertzale, estaba destinado a ser flor de una semana: "Ya tenemos nuestro Arafat; que pongan ellos su Rabin". El nacionalismo vasco radical es una. máquina de guerra contra la memoria. ¿Se reconocería hoy el entonces parlamentario europeo Karmelo Landa en el autor de aquella frase? Cabe dudarlo. Las apuestas de Herri Batasuna resultan siempre ruinosas. ¿Hay que recordar que, en vísperas de la caída del muro de Berlín, otro de sus eurodiputados se deshacía en elogios hacia la República Democrática Alemana? Antes, los receptores más crédulos -o más cínicos- de las tonterías de HB estaban en el nacionalismo democrático. Así, cuando Landa invocó la vía de los acuerdos de Oslo, a Xabier Arzalluz le faltó tiempo para plantarse en Tel Aviv, indagar, documentarse, hablar con tirios y fedayin, y todo para declarar, a la vuelta de un viaje para el que iba sobrado de alforjas, que el modelo era inaplicable en el País Vasco.Las alusiones de los nacionalistas radicales al proceso de paz del Ulster han sido más discretas que las que hicieron en su día al acuerdo Arafat-Rabin. Ya no pretenden tener preparado su Adams ni que otros aporten su Major. El embrollo palestino parece aconsejar cautela, y, en consecuencia, los eventuales voceros de HB evitan pronunciarse sobre la idoneidad de la solución irlandesa. Adivinan, sin duda, que el desenlace de la misma no, será algo muy distinto que lo que ya existe en el País Vasco. Con todo, subrayan que la tregua ha sido posible porque hubo negociaciones anteriores al alto el fuego del IRA. La vieja cantinela etarra -la negociación política como condición previa del abandono de la lucha armada- se presenta, de este modo, aparentemente justificada por el ejemplo ulsteriano. Si el eco de este argumento (que recupera retóricamente lo esquivado con anterioridad, es decir, la similitud del problema vasco y del irlandés) ha sido superior al de los esgrimidos con ocasión del tratado de paz entre la OLP y el Estado de Israel, ello se ha debido a dos circunstancias que no se daban en 1993.

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En primer lugar, a la deslegitimación del Estado provocada por las revelaciones sobre el terrorismo de los GAL, que en el País Vasco ha sido sencillamente catastrófica. En segundo, a la proliferación de movimientos pacifistas, algunos de los, cuales -ante todo Elkarri- han ampliado considerablemente la tradicional caja de resonancia de HB. Si la tesis de la negociacion sin condiciones ha ganado crédito entre los vascos, no será posible re batirla sin regenerar antes el Estado de derecho. Y ello exige no sólo una depura ción hasta el final de todas las responsabilidades penales derivadas del terrorismo de Estado, sino un relevo en el poder. El PSOE carece de la autoridad moral ne cesaria para dirigir la lucha contra ETA. Las groseras tentativas, por parte de al gún dirigente socialista vasco, de establecer distinciones éticas entre los fines de esta y los de los GAL, además de denotar una alarmante ausencia de convicciones democráticas, abonan la unanimidad nacionalista en la defensa de la tesis de la negociación incondicional.

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Sería, por tanto, desmedidamente ingenuo suponer que una argumentación razonable acerca de las diferencias entre las situaciones actuales del País Vasco y del Ulster pueda restar apoyo social adicha tesis. El PNV (que, como siempre, ha tanteado sobre el terreno la posibilidad de trasladar a su propio coto una experiencia ajena) es el primero en reconocer que los escenarios vasco y norirlandés tienen poco en común, lo, que no le impide mantenerse, de forma más o menos vergonzante, en la misma posición que las otras fuerzas abertzales (EA, HB y Elkarri). Así, por ejemplo, el pasado domingo, Juan María Atutxa, consejero de Interior del Gobierno vasco, se declaraba partidario de "contactos previos", que excluirían la negociación de temas políticos hasta que los terroristas se comprometiesen a cesar en su actividad armada. Ahora bien, el planteamiento que hace Atutxa del contenido de esas hipotéticas conversaciones con ETA es tan ambiguo (la situación de presos y exiliados, las responsabilidades contraídas con las víctimas) que resulta muy difícil imaginarse a la banda acudiendo a las mismas sin la contrapartida de, al menos, unas mínimas ofertas concretas.

Puestos a buscar paralelismos y analogías entre el País Vasco e Irlanda, convendría que los partidos nacionalistas democráticos se mirasen en la historia pasada de la isla, en los orígenes mismos del Estado irlandés, y repasasen una secuencia de acontecimientos que quizá les suene a algo próximo y conocido: la quiebra definitiva de la siempre cuestionada legitimidad británica tras la represión del levantamiento republicano de 1916, la posterior negativa de los diputados autonomistas y nacionalistas a acudir al Parlamento de Londres, la proclamación del Estado Libre de Irlanda en 1921 y, como colofón de todo ello, una guerra civil entre posibilistas y radicales que produjo, más muertes que todas las causadas por la represión del nacionalismo en los dos siglos anteriores. Para el bloque KAS ésta parece ser la única vía de construcción de las naciones: el baño dé sangre purificador. Los nacionalistas democráticos, y en especial el PNV, deben decidir si conviene a los intereses del país que dicen defender un apoyo, todo lo crítico que se quiera, pero leal, a la regeneración del Estado de derecho surgido de la Constitución de 1978, o si, por el contrario, merece la pena insistir en una estrategia deslegitimadora del mismo. El tórrido agosto de Xabier Arzalluz, que ha culminado en la pintoresca reivindicación de una Iglesia vasca autocéfala, no parece haber contribuido gran cosa a ese enfriamiento de la temperatura política que con toda razón, ha venido reclamando él mismo en los últimos tiempos. Por desgracia, cierta vía irlandesa sigue todavía abierta para el nacionalismo vasco.

Jon Juaristi es escritor y catedrático de Filología Española de la Universidad del País Vasco.

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