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En memoria de Jose Mario Armero

La extinción de una vida tan viva como, la de José Mario Armero, al tiempo que nos sume en absoluta orfandad espiritual, nos colma también de extraña y sorprendente sabiduría al depararnos la constatación dé la mínima frontera que separa la vida y la muerte. Es casi lo mismo.Desde hace más de tres años en que tuvo su inesperado derrame cerebral me, he sentido tan a merced de la desaparición como quizá él se haya sentido de la recuperación. Más de treinta años de entrañable amistad y colaboración profesional conllevan un grado de identificación incapaz de prever cualquier suerte de interrupción.

De José Mario como hombre público pueden dar fe sus múltiples colaboraciones en prensa y radio, sus publicaciones sobre la política exterior de España, su entrañable y generosa dedicación al mundo del circo y su inigualable y singular coleccionismo de todo lo relacionado con la España del siglo XX.

Tuvo una desmedida pasión por la información y Por la amistad. Nunca por el poder ni por el dinero. Por eso no fue a veces comprendido. Su falta de vanidad jamás le produjo el menor resentimiento en este sentido.

Aprovechó sus dotes para armonizar contrarios porque, además, como hombre comprensivo y tolerante, conocía las debilidades humanas.

Prestó inestimables servicios al Estado, a la Corona y a la democracia con riesgo de su vida, casi siempre de su conveniencia. Nadie supo una palabra de todo ello. Estoy seguro que cuando conozca estas líneas, fruto de mi vanidad de amigo, me lanzará alguna de aquellas miradas severas que cuando era necesario esbozaba.

Durante nuestra larga y continuada convivencia, no tuve ocasión de escucharle un reproche. Todo lo que tuvo lo puso siempre a nuestra disposición, pues le gustaba engrandecer a los suyos, y desconocía el mínimo sentimiento de sospecha, temor o recelo.

Ahora que nos ha dejado solos, creo que por primera vez en mi vida podría repetir con orgullo aquella frase de Montaigne cuando, inconsolado por la desaparición de sus gran amigo La Boetie, tuvo ocasión de legar a la posteridad aquella frase tan difícilmente repetible por su absoluto desprendimiento: "Él era yo y yo era yo".

Fernando Escardó es socio de] bufete de abogados de José Mario Annero.

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