El joven esplendor
Desde 1964 mi vida profesional ha tenido mucho que ver con Editorial Planeta, desde que trabajaba con la ayuda de unas tijeras en el archivo del futuro Larousse hasta que comparto con Carvalho un pequeñísimo territorio de ese impresionante imperio editorial. A lo largo de más de 30 años he visto crecer empresarialmente al viejo Lara y física e intelectuamente a sus hijos. Si la campechanía y la distancia corta caracterizan las relaciones con el patriarca, con los hijos se mantenía la calidad personal de la relación y era evidente que estaba ante dos delfines conscientes y capaces ante el imperio que heredaban. Aunque tuve más largo trato con José Manuel, atribuible a los discutibles privilegios de la edad, Fernando ha sido en buena medida mi editor durante casi 10 años y en nuestros encuentros consiguió hacerme superar mi prejuicio de que el editor es el peor enemigo del autor hasta que no se demuestre lo contrario. La brutalidad de su muerte la siento por él, por su familia en pleno, y de manera muy especial por el viejo Lara y su mujer, María Teresa, que se han visto tan salvaje e irreparablemente mutilados, sin otro consuelo posible que la buena memoria dejada por Fernando, su rastro de joven esplendor sobre la hierba.
