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El primer canguro gigante humano

El británico Jonathan Edwards pasó por primera vez sin ayuda del viento de los 18 metros

"He leído en un libro de animales que ciertos canguros gigantes eran capaces de lograr saltos de seis metros. Tres brincos hacen 18 metros. Pero yo, seguramente, no seré jamás un canguro gigante" dijo Victor Saneiev tras su tercer título olímpico en 1972. Efectivamente, nunca lo fue; le faltó medio metro para ello. Pero el futuro canguro gigante humano ya había nacido; tenía seis años, vivía en Londres, se llamaba Jonathan y era hijo del predicador Edwards. Ayer se convirtió en el primer hombre en saltar oficialmente más de 18 metros. Su primer salto ya fue récord mundial: 18,16 metros; el segundo, también, 18,29.Jonathan Edwards tiene 29 años y ha tardado siete en madurar como atleta. Su evolución se vio retrasada, primero por sus creencias religiosas, que le impedían competir en domingo -llegó a renunciar a la final de os Mundiales de Tokio-91 -, y después por las propias características del triple salto, prueba que sólo es posible dominar con perseverancia y obstinación, virtudes que forman parte de la personalidad de Edwards.

Hay otro rasgo que forma parte de la singularidad de Edwards: es blanco, que no es cuestión baladí cuando se habla del triple salto. Prueba de ello es que de los siete primeros clasificados sólo había uno de su raza, él.

Salió a la pista como favorito. Cuatr6saltos demás de 18 metros este año (18,43, 18,39, 18,08 y 18,03), aunque invalidados por la fuerza del viento con que contó a favor, y un récord mundial (17,98), en Salamanca, eran suficientes avales como para que en las apuestas locales no se admitiera únicamente su nombre como ganador; había que acertar además del primero, Edwards, por supuesto, el segundo.

Edwards frunció el ceño, pidió levemente el apoyo del público y se lanzó a explorar unos límites jamás alcanzados por el hombre sin la ayuda de agentes externos, el viento en este caso. Hizo una carrera rapidísima, llegó fresco y relajado a las últimas zancadas, se impulsó con la pierna izquierda para iniciar un vuelo rasante de escaso ángulo buscando un salto que fuera prolongación de la carrera, volvió a apoyar el pie izquierdo en el suelo, dio un zarpazo para no perder velocidad, cayó con el pie derecho e hizo entonces uso de toda su potencia para elevarse y realizar un salto clásico.

Nada más caer se levantó corriendo, alzó los brazos y dio saltos de alegría. Sabía que había caído más allá de los 18 metros sin necesidad de examinar la marca dejada sobre la arena. Miró el anemómetro: 1,3 metros por segundo de viento a favor. El récord iba a ser, válido. Redobló sus manifestaciones jubilosas. Durante un minuto compuso toda clase de gestos. Era la imagen viva de mister Bean trasladada a un estadio. Se produjo el anuncio de la marca y a extenderse entre los espectadores la sensación de que se estaba asistiendo a una de las pruebas por la que se recordarán los Mundiales de Gotemburgo 95.

Así fue. Aún quedaba más. Media hora después, Edwards volvió a colocarse en el pasillo de saltos para llegar más lejos aún. Pero la celebración no fue la misma. El (canguro gigante humano ya existía, que era lo importante; lo único que hizo a continuación fue estirar un poquito más sus tremendas zancadas, como cuatro centímetros cada una de ellas.

Edwards había destrozado cualquier teoría sobre el triple salto. La de que los límites de un especialista se sitúan en multiplicar por dos lo que es capaz de saltar en longitud y añadirle 1,80 metros, no le llevarían más que a los 17,80 metros, distancia que ha rebasado repetidas veces esta temporada. Hasta el año pasado podía serle válido dicho teorema, pero siete años después de permanencia en la alta competición ha perfeccionado de tal manera la complicadísima técnica del triple salto, que ha dejado de tener rivales en el mundo.

Tiene, por lo pronto, velocidad -corre los 100 metros en 10.30 segundos-, potente morfología -1,81 metros de estatura por 70 kilos de peso-, fuerza elástica -salta ocho metros en longitud-, y coordinación para encadenar con perfecto equilibrio las tres secuencias de su especialidad: salto a la pata coja -Se bate y se cae con el mismo pie-, brinco -se salta con un pie y se cae con el otro- y salto propiamente dicho -hacia arriba, en parábola, para caer lo más lejos posible-

Hasta este año no ha conseguido hacerlo todo bien y ahora le llueven títulos -es el primero que consigue, récords y una regularidad sobre saltos de más de 17,70 metros -no los saltó ni el segundo clasificado-, que le llevan, necesariamente por encima de los 18 en cuanto no comete ningún error técnico. Ayer no los cometió. "El secreto es mantener la velocidad durante los saltos", dijo tras el récord.

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