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Tribuna
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Una perversión colectiva

Cuando, en marzo de 1921, Julián Besteiro tuvo una intervención en el Parlamento español acerca de la existencia de un posible terrorismo de Estado, estaba en un estado de ánimo depresivo. Mientras se producían los hechos que pretendía denunciar, había llegado a constatar no sólo "una marcada indiferencia", sino incluso "una especie de satisfacción" en la sociedad española. Llegó a pensar si no era él mismo, disonante del juicio general, quien tenía "una sensibilidad enfermiza" que le llevaba a denunciar lo que otros consideraban perfecto. Pero, finalmente, concluyó que, en hacerlo, estaba "el principio de la salvación y la curación de los males", el peor de los cuales era que esa aceptación se instalara en la sociedad española como una especie de permanente perversión colectiva.El caso Gal reproduce lo sucedido en 1921 y testimonia los tortuosos caminos por los que se produce la liberación de ese pecado. En un principio, sólo un puñado de personas denunció una situación inaceptable desde cualquier punto de vista. El único partido nacional que no puede reprocharse nada, llegados al momento actual, es Izquierda Unida. El propio pueblo español parece no haberse dado cuenta de la gravedad del crimen de Estado hasta que ha visto hasta qué punto estuvo acompañado del robo. Hemos tenido que tolerar que repugnantes asesinos, primero convictos y sólo después confesos, se convirtieran en protagonistas de nuestra vida pública. Muchos, además, han pasado de la denuncia a la condena en tan sólo segundos, sin darse cuenta que de este modo ratificaban la magnitud, de esa perversión colectiva. Hoy mismo, la denuncia de Damborenea parece causar regocijo en ciertos medios de comunicación que hace horas tan sólo todavía justificaban el indulto a Amedo.

La rueda de prensa de Damborenea no puede sumar un punto en el aprecio de su persona. Ahora sabemos no sólo que es un delincuente, sino que es capaz de convertir el propio acto en que lo confiesa en otro delito más. Presentar a los GAL como una línea o estrategia política es exactamente lo mismo que hacer ese género de apología del terrorismo que es tan habitual cuando HB se presenta ante los medios de comunicación y, por tanto, debiera ser perseguido con las armas de la Ley en la mano.

Tanto la acusación de Damborenea como la respuesta del presidente corresponden al género literario de la imprecación y no de la denuncia. Sin embargo, lo decisivo no es esa falta de datos concretos, sino el hecho de que el escándalo, una vez más y de un modo que de nuevo supera todas las expectativas, aparece instalado en el primerísimo plano de la vida nacional. Bordea la irresponsabilidad demente tratar a toda una sociedad así, incluso aceptando que cometió ese pecado de perversión colectiva. La presidencia europea ha, quedado convertida de modo automático en una ridícula minucia ante una cuestión mucho más apremiante.

Los tribunales decidirán en su momento lo que proceda, pero de entrada, cabe hablar ya de responsabilidades políticas. El nivel de exigencia de las mismas va creciendo, como demuestra el caso Cañellas, en que el PP ha sabido responder a las expectativas publicas. En una cuestión muchísimo más grave, como los GAL, hay unas responsabilidades políticas que sustanciar, aunque sólo fuera por omisión. Afectan, de forma abrumadora, al presidente, pero también a la cúpula dirigente del PSOE, que ha aceptado y promovido el aval de Vera y el blindaje de Barrionuevo con esa alegre inconsciencia con que la clase política practica el sólo pensar en sí misma. Lo fundamental, claro está, es el juicio ético, pero resulta digno de admiración el océano de estupidez consistente en pensar que el GAL no acabaría por descubrir sus entresijos.

La única buena noticia de las últimas semanas es la no presentación de González como cabecera de lista y, por desgracia, resulta ser presunta. Ahora, sin embargo, es tan inevitable como que la noche suceda al día. Sería un nuevo insulto al pueblo español, ya maltraído de antaño, la pretensión de que ni siquiera pudiera elegir en unos comicios que parecen ya deseables de forma angustiosa a pesar de la insustancialidad argumental de quienes los han pedido hasta ahora. Hoy es el propio PSOE y no la oposición quien empuja hacia ellos.

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