Mi brujo favorito
Terminada la Liga, Arsenio Iglesias dará en la final de Copa su última lección. A pesar de su aureola de brujo, no recurrirá a las conocidas pócimas de tiza y somnífero con que muchos de sus colegas acostumbran a envenenar el césped. Tampoco hará uno de esos diabólicos ensalmos italianos en los que la táctica se confunde con el tedio. Al contrario que algunos de sus colegas más famosos, no utilizará la excusa de que, para ser felices, los espectadores sólo necesitan la dudosa emoción que solemos llamar incertidumbre.Quienes mejor le conocen están convencidos de que por un momento saldrá de su prudencia y dedicará sus últimos noventa minutos a demostrar que el fútbol no es una conjura de contables, sino más bien una oportunidad romántica para la sorpresa. Tienen una buena razón para pensar así: desde sus años y sus leguas, Arsenio sabe muy bien que en los grandes acontecimientos no sólo se lucha por un trofeo. Dado el impulso de emulación que proyectan en los demás, con ellos también están en juego nuestros próximo cincuenta domingos.
En esta situación, quizá convenga decir que la verdadera figura de Arsenio ha estado oculta bajo su propia fábula gallega. Su recia personalidad de comandante y su inconfundible estilo de curandero nos han hurtado algunos otros rasgos esenciales en su fisonomía. Así, por ejemplo, no hemos tenido en cuenta que el entrenador medio es, un dinámico padre de familia que se encomienda a San Arrigo Sacchi, cuando no a San Clemente, y suena con un golpe de fortuna, o mejor con una repentina llamada telefónica de Núñez o de Agnelli. Frente a él, Arsenio Iglesias parece un rezagado de la generación de posguerra: muy bien podría haber sido arrebatado de una convención de veteranos de Verdún, de un barco de inmigrantes en viaje de vuelta, o incluso de un autobús del Inserso. La cuestión es que casi no nos hemos dado cuenta, pero en vez de estar en manos de papá, uno de los mejores equipos de Europa ha estado en manos del abuelo.
En su poder, el Depor ha demostrado que el fútbol tiene valores intemporales como la defensa en línea, el pase al claro o el regate en corto. Gracias a él hemos recuperado el debate entre la libertad y la disciplina, y viendo jugar a Fran y Mauro Silva hemos caído en la tentación de pensar que la calidad es preferible al orden.
En la final de Copa no esperamos de él una lección de estrategia. Si acaso, su inseparable gesto fatalista, seguido de la vieja petición a los muchachos: Corred un poco más, carallo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.