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Aniversario en el umbral del año 2000

El día 12 de junio de 1985, hace hoy 10 años, el Reino de España firmaba el Tratado de Adhesión a las Comunidades Europeas, tras seis años de negociaciones y 23 desde su primera solicitud. Diez años son un periodo suficientemente amplio para hacer el balance de la adhesión a una organización que ha dejado de ser una mera Comunidad Económica para transformarse en una Unión Europea. Es éste un buen momento para dar una visión desde fuera de España y desde una institución, el Parlamento Europeo, cuya vocación principal la constituye el ciudadano. Es importante que los españoles, a la hora de realizar este análisis, no se dejen llevar por sentimientos regionalistas o nacionalistas que trasladen a debates tan importantes como la pesca, la agricultura, el paro, la política exterior, etcétera, una sensación de frustración entre los ciudadanos. Se trata, por tanto, de desmitificar algunas seudoverdades afirmadas últimamente y de matizar el reciente europesimismo, poniendo las cosas en su sitio.Hay que recordar, además, que desde 1986 los españoles han destacado por su particular europeísmo dando muestras de una euroeuforia poco común. Así, en 1986 el 66% de los españoles encuestados evaluaba positivamente la pertenencia española a la Comunidad Europea. Todavía hoy, cuando el europeísmo atraviesa sus peores momentos, el 47% de los españoles sigue considerando que formar parte de la Unión Europea es algo positivo. Esto demuestra el espíritu de madurez de la sociedad española, de igual nivel que la del resto de las sociedades europeas capaces de enjuiciar lo positivo y lo negativo de los cambios que les afectan. El relativo europesimismo, así como el europtimismo, depende en gran medida, de la situación económica y social por la que atraviesa un país.

Un balance económico positivo. Existe entre el público europeo, y el español no es una excepción, una cierta desinformación sobre muchos temas que afectan a la Unión Europea. Una opinión muy extendida en España afirma que la pertenencia a la Unión Europea cuesta más de lo que beneficia. Sin, embargo, un análisis riguroso de ciertas cifras nos lleva a comprobar la realidad de la situación. En 1995 España ha contribuido al presupuesto comunitario con 838.117 millones de pesetas (más 19.000 millones para el Fondo Europeo de Desarrollo destinado a países terceros en desarrollo), y ha recibido de la Comunidad 1.535.449 millones. Existe, por tanto, un saldo neto para España de 678.452 millones de pesetas.

España recibe un flujo financiero constante por parte de la Comunidad a través de sus diferentes fondos. El FEOGA (Fondo Europeo de Orientación y Garantía Agrícola), cuya sección Garantía fue creada para fomentar, la competitividad de los agricultores y la reestructuración y reconversión de ciertos sectores, ha enviado a España 12.800 millones de ecus desde 1992, y el FEOGA Orientación, 1.500 millones de ecus desde igual fecha. Sólo en 1995 el FEOGA Garantía transferirá a España 832.754 millones de pesetas. Desde el ingreso en la Comunidad, las ayudas recibidas por cada agricultor se sitúan en el 25% de su renta. Ha habido ciertos ajustes y reconversiones en el sector, pero hoy España cuenta con una agricultura más profesionalizada y competitiva.

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Los fondos estructurales aportarán a España 504.169 millones de pesetas. El Tratado de Maastricht creó el Fondo de Cohesión, nacido de una idea española, el cual aportará a España el 53% de dicho fondo, lo que equivale a 142.000 millones de pesetas que irán destinados a proyectos de medio ambiente e infraestructuras de transporte. Con este fondo se construyen autopistas y autovías, se mejoran puertos y aeropuertos y se facilita la construcción de trenes de alta velocidad.

Otros sectores de la economía también se han visto afectados, y en muchos de ellos las ventajas comunitarias son tangibles. No se puede olvidar la relación entre competitividad e investigación y desarrollo, y por ello España recibirá hasta 1998, del IV Programa Marco de I+D, 76.000 millones de pesetas que irán destinados a universidades, empresas y centros de investigación. Si bien es cierto que en el sector siderúrgico la Comunidad ha presionado para reducirlo, dicho sector recibirá 600.000 millones de pesetas para su reconversión hasta el año 2000. El llamado Instrumento Financiero de Orientación Pesquera concederá a España 187.450 millones de pesetas para, entre otros aspectos, mejorar el equipamiento de puertos pesqueros, incrementar la competitividad de las empresas y proteger los recursos pesqueros.

Un balance no económico. Detrás de los números y los porcentajes hay siempre personas. Estas se ven afectadas por las decisiones que se toman en la Comunidad y en sus respectivos países. Hay beneficios que no son financieramente cuantificables. El aniversario que hoy conmemoramos supuso el anclaje definitivo de la joven democracia española en una unión de países libremente consentida y destinada a mantener la paz y promover el progreso económico y social dentro de un espacio solidario y sin fronteras. La pertenencia a la Comunidad ha cambiado ciertamente las pautas de comportamiento. España es hoy una sociedad moderna, más liberal y abierta, realidad percibida y valorada claramente por sus socios. El Tratado de Adhesión no fue sino el corolario de la democracia que se instauró tras el periodo de transición.

Frente a las voces que hoy se levantan pregonando el aislacionismo y cuestionando la pertenencia a los Quince, debemos afirmar rotundamente que ser miembro de la Unión Europea es la credencial y la garantía de que se forma parte de un conjunto que lidera -pero solidariamente- el mundo económico, cultural, social y político de la sociedad actual. El aislacionismo es un anacronismo, y la resistencia a la Unión sólo puede venir de sectores obsoletos de ideas trasnochadas. Ningún país puede hoy resolver por sí solo sus problemas de paro, de exportación de sus productos a mercados cada vez más abiertos, más internacionalizados y más competitivos, ni pretender contribuir sólo a la estabilidad política del continente y de sus vecinos, que es asunto de todos.

La Unión Europea ni es culpable de la crisis mundial, ni la puede resolver sola, ni es ella la que otorga más o menos competitividad a las empresas. Solamente con ideas comunes y coordinadas dentro de una Unión Europea con vocación internacional pueden abordarse las grandes cuestiones. Si la pertenencia a la Unión Europea es tan negativa, según dicen ahora algunos, ¿por qué se nos han unido recientemente países como Austria, Finlandia y Suecia, y otros de la Europa central, oriental, del norte y del sur llaman a nuestras puertas?

El escenario internacional actual se dibuja cada vez más por asociaciones de países de mayor o menor medida, y entre ellas debemos recordar algunas como la Asociación de Libre Comercio de América del Norte (ALCAN), la Asociación de Países del Sureste Asiático (ASEAN), la Asociación de Países del Sureste del Pacífico (APEC), el Mercado Común Centroamericano o el recientemente creado Mercosur (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay), como tendencia clara del interés y los beneficios de organizaciones regionales o continentales, demostrados por la construcción europea.

Desde el Parlamento Europeo se concibe una Europa que va más allá de sus directivas y sus aspectos económicos. La Unión Europea es una idea necesaria y de no retorno. El Parlamento Europeo pretende devolver Europa a los ciudadanos, y en la cita de la próxima Conferencia Intergubernamental de 1996, en la que se reformará el Tratado de Maastricht, abogará decididamente por instituciones más democráticas, transparentes y eficaces, y con mecanismos de decisión coherentes y más claros y comprensibles para el ciudadano.

España ha dejado ya su impronta en la Unión Europea a lo largo de estos 10 años. En lo que respeta al Parlamento Europeo, por ejemplo, los españoles recordarán que éste ya tuvo un presidente español, Enrique Barón, y que actualmente hay tres vicepresidentes españoles entre los 14 que tiene el Parlamento Europeo, Josep Verde i Aldea, José María Gil-Robles y Gil-Delgado y Antoni Gutiérrez. A España, aparte del Fondo de Cohesión ya citado, se debe la propuesta de ciudadanía europea plasmada en el Tratado de Maastricht. Gracias a este concepto, un ciudadano europeo puede hoy circular libremente por el territorio de los 15 Estados miembros; gozar de protección diplomática y consular en cualquier país aunque el Estado al que pertenezca no tenga representación; recurrir al Defensor del Pueblo europeo; votar ahí donde resida en elecciones europeas y a partir del año que viene en las municipales; o dirigirse a la comisión de peticiones del Parlamento Europeo para presentar sus reclamaciones. Ser ciudadano europeo implica que cualquier español puede realizar estudios en otros países o hacer oposiciones para trabajar en otra Administración nacional diferente a la suya, e implica que cualquier empresario español tiene ante sí un mercado potencial de 370 millones de ciudadanos, cuyos trámites aduaneros serán nulos.

A España toca ahora presidir la Unión Europea por segunda vez y con un equipo ya experimentado liderado por un presidente cuyo prestigio e influencia se han demostrado en Europa hace tiempo, y será un español el que presida el Grupo de Reflexión que prepara la Conferencia Intergubernamental para la reforma del Tratado de Maastricht. Durante esa presidencia de la Unión, cuya primera prioridad es la creación de empleo, se examinarán también extremos tan importantes como la Conferencia Euromediterránea, la reforma de las organizaciones comunes de mercados de frutas y hortalizas y de vino, y una nueva relación de compañerismo con los países de América Latina. Las relaciones de la Unión Europea con esa zona del mundo constituyen también una gran aportación de España a la dimensión internacional de la construcción europea, con un reequilibrio histórico de las relaciones con sus socios.

Los problemas a los que debe hacer frente España no provienen de la Unión Europea, pero desde luego ni el tema del fletán ni el tema de las fresas los hubiera resuelto España mejor fuera de la Unión, Europea. Con todo, estos ejemplos también demuestran que es necesaria la unión política que evite la falta de armonía y coherencia de todos los miembros de la Unión. La Unión Europea no es un fin en sí misma, sino el paso hacia la Europa del tercer milenio. Esta Europa es un proyecto único en la historia de la humanidad porque es pacífica, democrática y participativa. Si bien podemos no tener ahora todas las respuestas a las distintas inquietudes, desde el Parlamento Europeo intentarnos plantear y solucionar mediante el diálogo y el mayor consenso posible, dentro de un sano debate político, las cuestiones que más afectan a una futura Europa en la que tienen cabida todos los ciudadanos.

Klaus Hänsch es presidente del Parlamento Europeo.

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