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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un lunar ajeno

Fue un programa equilibrado a pesar de los descuadres musicales y el peso de algunas bailarinas que hacen peligrar el tabloncillo, con un buen trabajo menor de Duato, Duende, discreto pero con sensitivo control plástico; un gran Kilian de entre sus obras maestras, Forgotten land (bailado con corrección y, donde Catherine Allard, que domina ese estilo, estuvo intensa), y finalmente The vile parody of address de Forsythe, que quedará, al menos en los libros, como un buen ejemplo de deconstrucción compositiva.The vile parody of address trajo sorpresas, como que Duato sacara del congelador a Esther Oliva para hacer una sustitución, y así el público vió los pies más bonitos de la velada. Esther, que sigue en espléndida forma y vive casi en el banquillo, es un talento que se malgasta en la venganza. Estuvo muy bien Catherine Habasque en su primera variación, rápida dentro de la tensa síncopa que exige Forsythe, y Toni Fabre dió un recital de virtuosos giros excéntricos, mientras Patrick de Bana, que vulgariza todo lo que toca a golpe de cadera zumbona, se excedió en su exhibicionismo barato, desdoró el producto, pero ya se sabe que su omnipresencia es obligada.

Compañía Nacional de Danza

Duende: Nacho Duato / Claude Debussy; The vile parody of address: William Forsythe / J. S. Bach; Forgotten land: Jiri Kilian /Benjamin Britten. Director artístico: Nacho Duato. Teatro de Madrid. 14 de abril.

Gran dignidad y entereza la de los primeros bailarines Ricardo Franco y Raúl Tino en sus hieráticos y nada fáciles papeles, más cerca de la cariátide que del bufón: ellos dan el sentido último de la pieza, la farsa que se impone sobre el sueño, los monólogos del cuerpo y de la voz.

The vile... es un juego teatral donde están secretamente instalados Samuel Beckett y Robert Wilson: el hambre con las ganas de comer, juntas, en una amarga tela de juicio donde el coreógrafo se pone a sí mismo contra la cuerdas. Los solos se machacan sobre el piano de Gould, son evoluciones concéntricas, alardes, maniobras en la oscuridad interior.

La misma regla de tres que usa Duato para anatemizar cualquier posibilidad de repertorio académico en territorio español, se puede aplicar a la excelente obra de Forsythe. Si para el valenciano es inútil la hipótesis de un Lago de los cisnes local, para otros The vile parody es un lunar de oro ajeno a la piel que lo luce. En Francfurt o La Haya, donde orgánicamente repertorio y estética están en esa vena teatralizante, y existe una aclimatación entre intérpretes y público, allí tiene sentido.

Es que no se puede comprar coreografía como quien va a las rebajas de un gran almacén. Al final sale caro, y el fraude moral vestido de alta cultura y rabiosa modernidad toca hasta la buena voluntad del creador. Duato intenta alfabetizar a su público, pero en arte, todo esfuerzo manipulador de este tipo es nefasto y tan reprobable como esa práctica oscura, la vil parodia de programar.

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