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Defensa e indiferencia

El papel del niño que grita "¡el emperador está desnudo!" es siempre un papel ingrato. En el viejo cuento las fuerzas vivas y el pueblo, los ricos y los pobres, los sabios y los ignaros, unidos todos en una sana alegría y admiración sincera, celebran al paso del cortejo el nuevo ropaje del emperador. En realidad nadie lo ve, pues el tal ropaje no existe, pero nadie se atreve a decirlo por miedo a ser tachado de ciego o de tonto. 0, peor aún, ser acusado de impío: cuando una tribu alcanza la unanimidad en algo, aunque sea en un asunto nimio, resulta arriesgado turbar el fervor general con herejías.Pues bien, en esa inopia hipnótica estamos en lo tocante a la defensa nacional. Todo el mundo -es decir, las diez mil personas, civiles y militares, que en España conocen o deben conocer estas cuestiones- sabe cosas inquietantes, pero pocos, muy pocos se atreven a mencionarlas en público. Y los que lo hacen o no tienen acceso más que a publicaciones especializadas o se dirigen al gran público en un tono partidista de efectos contraproducentes.

Sin embargo, los hechos -tercos, según Lenin- están ahí, bien visibles y preocupantes, con independencia de las opiniones ideológicas de cada uno. España gasta en defensa el 1,2% de su PIB, menos que ningún otro país de la Alianza Atlántica, salvo Luxemburgo, el cual, claro, no está en el mismo vecindario que nosotros. Es más, quienes no acepten el ejemplo de la OTAN por considerarla belicista pueden acudir al anuario The military balance, del IISS, y comprobarán que con algunas excepciones estadísticamente irrelevantes España es la nación que menos dinero dedica a defensa en toda Europa. Somos, de hecho, una anomalía en ese grupo de casi medio centenar de Estados.

Sabido es que en 1991 el PSOE y el PP se comprometieron a aumentar gradualmente el presupuesto de defensa hasta alcanzar en el año 2000 el 2% del PIB, pese a cuyo consenso desde entonces el porcentaje no ha hecho más que disminuir, pasando del 1,57% en 1991 al 1,19% en 1995 tras los últimos recortes y congelaciones, o sea, 812.000 millones. A este paso, pronto al contribuyente le costarán más caras las televisiones públicas -ya andan por el medio billón anual- que su defensa. Pero, como señala Ignacio Cosidó en su reciente libro El gasto militar, "más grave aún resulta el hecho de que el mismo modelo de fuerzas armadas que se pretendía implantar gastando un 2% del PIB se pretende ahora llevar a cabo gastando poco más del 1%. Con ello sólo se consigue que cuanto más escasos sean los recursos de que dispone el Ministerio de Defensa mayor sea también la ineficacia con la que se utilizan esos recursos

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Mientras esto ocurre a la vista de cuantos quieren mirar, aumenta la objeción de conciencia e incluso los mozos que no se niegan a hacer la mili la encuentran cada vez más inútil y molesta. La reacción de las autoridades militares es doble. Por un lado, intentan ablandar la mili (nada de ejercicios arriesgados, servicio en plazas de la región de origen del recluta, etcétera), con lo, que la hacen todavía más aburrida y desaniman al muchacho mejor dispuesto. Hoy las quintas se licencian habiendo disparado un total de 20 cartuchos por soldado, lo cual será cómodo, seguro y barato, pero no mejora la moral de nadie. Por otro lado, los oficiales tienden a dejar a la tropa en manos de los suboficiales y de los cabos. Y empiezan a darse casos de poca presencia de los mandos en los cuarteles.

A todo esto, la opinión pública, el Gobierno y casi todos los partidos políticos le han tomado gusto a las misiones militares de paz. Cada día serán más difíciles de desempeñar por un Ejército menguado, poco entrenado y mal equipado. Algunos sondeos indican que la opinión pública_es partidaria a la vez de disminuir los gastos militares y de aumentar las operaciones militares de paz. Es cierto que tal esquizofrenia posmoderna no es privativa de la sociedad española, pero nosotros hemos llegado más lejos en la incongruencia que otras naciones europeas. De todos modos, es curioso observar a los políticos europeos discutiendo con ahínco de hipotéticas intervenciones militares para las que carecemos de medios aun entre todos, operaciones que luego se desechan por motivos de oportunicad política.

¿Cómo se ha podido llegar a esta situación de inerme dejadez europea y en particular española? Conviene ante todo constatar que no es culpa exclusiva de ningún gobierno, corriente política o estamento social, civil o militar. Las causas son múltiples, históricas y bastante generales. Por eso, porque son hondas y difusas, resultará difícil enderezar la situación.

Algunas causas son comunes a toda Europa occidental. Durante medio siglo hemos vivido bajo la protección militar norteamericana, pero los americanos se están yendo, casi se han ido ya, y nosotros no queremos enteramos o, peor aún, los empujamos a que acaben de irse. Ese juego nuestro -pueril y peligroso- es ya viejo: en 1986, cuando Estados Unidos decidió tomar represalias contra el coronel Gaddafi, sus bombarderos tuvieron que ir de Escocia a Trípoli dando la vuelta por el estrecho de Gibraltar, pues ni Francia ni España les franquearon su espacio aéreo. Veremos lo. que contestan los americanos si un día les pedimos ayuda por algún problema grave en el Magreb.

Otra causa del desinterés general europeo por la defensa es la idea del peace dividend, la idea, en sí razonable, de que el final. de la guerra fría debe suponer un trasvase de recursos del presupuesto de defensa a otras partidas contables. Lo que no es razonable es llevar eso al extremo de privar a Europa de una mínima capacidad militar común, hasta el punto de que se encuentre maniatada ante un conflicto a fin de cuentas menor, como es el balcánico, y no sólo por falta de voluntad política, sino por insuficiencia de medios. Por primera vez en la historia una gran potencia económica, la Unión Europea, no ha sabido dotarse de medios militares suficientes. La Serenísia República se ocupó al menos de contratar a mercenarios.

Pero en España concurren, además, circunstancias propias que debilitan nuestra voluntad defensiva. Durante los siglos XIX y XX las Fuerzas Armadas estuvieron muy implicadas en las luchas políticas nacionales, no siempre por iniciativa propia y no siempre en apoyo C . te los conservadores, como suele creerse, pero a estos efectos da igual. El caso es que des(le hace doce o quince años los militares intentan profesionafizarse y la sociedad civil se desentiende de ellos hasta un punto impensable en el resto de ]Europa. ¿Quién conoce a un personaje español, alguien que mande, un político, periodista, banquero, que haya seguido el ejemplo del Rey animando a un hijo suyo a irse a una academia militar? Sin embargo, los sondeos muestran paradójicamente que la institución militar es una de las más apreciadas.

Apreciada pero no entendida. De otro modo no se explica el coro bienintencionado de alabanzas al teniente de la Legión muerto, en Bosnia en 1993, fundadas siempre en que llevaba plasma a un hospital, como si su muerte no hubiese sido igual de honrosa de haberse producido con una granada en la mano. Y es que la sociedad española, siempre amiga de la cuadratura del círculo, quiere un Ejército que se comporte profesionalmente, pero no un Ejército profesional. Cierta burguesía cree que la mili es buena para disciplinar a los jóvenes (a los de los otros; los propios tienen que hacerla enchufados o no hacerla); cierta izquierda teme a un Ejército profesional por pretoriano; ciertos militares temen el paro; todo el mundo piensa que un Ejército profesional sería más eficaz, pero también se cree -sin hacer demasiados números- que sería más caro.

Ésa es otra de las asignaturas pendientes. de izquierdas y derechas. Ambas han hecho honrados esfuerzos por abandonar muchos prejuicios. Pero en el país sigue flotando la creencia ingenua de que la izquierda se ocupa de cosas como el medio ambiente, y la derecha de cosas como la defensa. En realidad, ni la una ni la otra prestan gran atención a ninguna de las dos cuestiones, y ello por una misma razón: ni la ecología ni la defensa acarrean votos.

Quizá el principal motivo de nuestra indiferencia hacia la defensa sea que casi nadie explica a los españoles los riesgos crecientes que corren. Cuando alguien lo hace, siempre le objeta algún sesudo funcionario: "Es cierto lo que dices, pero imprudente decirlo. La política internacional hay que hacerla lejos de los periódicos para no complicar las relaciones con el extranjero". Olvida el burócrata que lo que era verdad con el despotismo ilustrado no lo es con la democracia sin ilustrar. Pues, ¿cómo podrán los políticos tomar medidas costosas o incómodas si sus electores no están bien informados y convencidos de que son necesarias?

Marqués de Tamarón Santiago de Mora-Figueroa, es director del Instituto de Cuestiones Internacionales y Política Exterior (Incipe).

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