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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cumbre de América

EL PRESIDENTE norteamericano, Bill Clinton, muy necesitado de éxitos allí donde los encuentre por el deterioro de su política ante la opinión de su país, ha enfocado la reunión de Estados americanos concluida el pasado fin de semana en Miami como una iniciativa de retórica envergadura.Las decisiones principales son, en el horizonte del siglo XXI, el establecimiento para el año 2005 de un gran mercado común continental que abarque desde el Ártico canadiense hasta el Antártico de la Patagonia, y en lo más inmediato, el inicio de conversaciones sustantivas con Chile para que la nación andina se sume al Tratado de Libre Comercio suscrito ya por Estados Unidos, México y Canadá. Lo más significativo, sin embargo, al menos a nivel de aspiraciones, es el tono de gran aliento que ha querido dar Clinton a la congregación de 34 jefes de Estado y de Gobierno en la ciudad de Miami. Todos menos la Cuba de Castro, a quien la diplomacia de Washington se ha negado a invitar.

Lo que propone el primer mandatario norteamericano es una especie de nueva versión de la Alianza para el Progreso que Kennedy diseñó en los años sesenta. Una acción conjunta basada en una relación por primera vez horizontal entre los Estados americanos. América Latina ha oído ya otras veces propósitos semejantes, que se ha llevado el viento, aunque también es cierto que sus propios mandatarios poco han hecho para favorecer las buenas intenciones norteamericanas.

El presidente Clinton ha conseguido dar un acento de sinceridad a sus palabras, que ahora hay que traducir a las realidades de los años noventa. Lo que en los sesenta fue un esfuerzo, insuficiente, a la postre baldío, pero generoso, de ayuda directa a la democracia y el desarrollo en América Latina, hoy es una oferta a sumarse al convite de la economía interrelacionada y sin trabas, a gozar del bienestar que promueve el mundo de la oferta y de la demanda. La América Latina que, en cualquier caso, recibe hoy esa invitación es mucho más segura, democrática, incluso desarrollada que aquella a la que se dirigió Kennedy. Más capaz de operar sobre las posibilidades de su propio destino.

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Todo ello es, en conjunto, esperanzador, salvo por la ausencia total de Cuba, no sólo entre los participantes, también en las conclusiones de la cumbre. Que en una reunión continental celebrada en Miami, segunda ciudad cubana del mundo, no se hable de Cuba no deja de ser un contrasentido. El empeño norteamericano por incluir una condena explícita del régimen castrista en la declaración final fue anulado por la determinación de México y Brasil de evitar cualquier pronunciamiento en este sentido. Así, la cumbre de América ha acabado como si Cuba no existiera. Esta cuarentena no parece la mejor fórmula para que el sistema cubano evolucione hacia la democracia.

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