La antesala del olvido
En un texto de sus Prosas apátridas, esas desgajadas de ese diario que Julio Ramón Ribeyro ha ido escribiendo toda la vida, mientras; viajaba por el mundo con una maleta llena de libros, una máquina de escribir y un tocadiscos portátil, en ese texto se pregunta qué quedará de tanto libro escrito con pasión, con amor, con pena. Se pregunta Ribeyro qué hay que poner en una obra para que dure, para que no parezca dormida en los nichos de madera, en esas antesalas del olvido que son, pensaba, las librería,;. Ayer mismo, en este periódico, Mario Vargas Llosa hablaba de la muerte del Gran Escritor, con mayúsculas, ese faro cívico que ilumina a la ciudadanía: ya no hay escritores así, a los que llevar por las calles en silencio, en esos duelos en los que se paraliza una generación.Hace años, también aquí, otro tocado por los dioses, Gabriel García Márquez, hablaba de lo decisivos que eran los grandes escritores de segunda, aquéllos cuya literatura nos hacen más llevadera la mediocridad de nuestras vidas. Tal vez, sí, los árboles de las avenidas de nuestra época ya no se inclinan en último adiós al cortejo del gran escritor. Los lectores de gente como Ribeyro quizá podamos enmendar esa. página de sus Prosas apátridas: mientras haya un puñado de lectores y de amigos que recuerden sus cuentos, escribir como Ribeyro siempre tendrá sentido.
