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Tribuna
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Los hombres esponja

Antonio Elorza

En pleno marasmo poselectoral, tuve que visitar a un responsable de nuestra política educativa. Transcurrido un buen rato de cordial conversación, me fui dando cuenta de la inutilidad de argumentar. Se lo tragaba todo como si tal cosa y no se molestaba en replicar ni en desmentir. Evidentemente, las cosas que sucedían bajo su jurisdicción no le sucedían a él. Por muy bárbaro que fuese lo ocurrido, no podía intervenir y estaba satisfecho por ello. Al salir, pensé que ésta era una actitud muy común en nuestros políticos actuales. Nada sucede, salvo que un temporal les mueva la silla, y ni se molestan en responder de forma argumentada a las críticas. Lo suyo es permanecer donde están. Acordándome del artículo de Larra sobre los hombres-globo de su época, llegué a la conclusión de que la nuestra es la de los hombres-esponja, carentes de iniciativa e indiferentes a cuanto sucede, siempre que no quede en entredicho su posición de poder. Y la calificación es válida tanto para héroes como para villanos, tanto para el recompuesto y seguro Mariano Rubio como para sus antiguos amigos.Unos días más tarde, las revelaciones de Solchaga sobre la corrupción me confirmaron en ese juicio. Para empezar, la capacidad de absorción -mostrada por el ex ministro resultó casi ilimitada. Pasando por alto las piruetas de Rubio en ese tiempo, Solchaga nos cuenta que hasta 1990 todo iba bien y por eso el PSOE bajó la guardia. Sobre el tipo de crecimiento especulativo de que él mismo fuera patrón y los sospechosos volúmenes de inversión en las islas Vírgenes, Panamá y otros paraísos, amnesia total. Para Filesa, el quite es de calidad aún superior. Confiesa ingenuamente que aquí se hizo lo que en todas partes, sin advertir que en esas partes, salvo en la Tangentópolis italiana, y con los resultados conocidos para el partido de Craxi, no se alcanzó el tipo de extorsión desde el poder que representa Filesa, y los escándalos, en Bélgica, en Francia, fueron descubiertos y sancionados. El discurso del hombre-esponja se sitúa en las puertas de la inmoralidad.

Al hombre-esponja le cuadra el cinismo. Ningún ejemplo- mejor que Felipe González. Abraza a Berlusconi y se niega a acudir al congreso socialdemócrata alemán para no retratarse con un perdedor. No es la primera vez, y tampoco un signo de lucidez: en 1980 evitó por la misma razón fotografiarse con Mitterrand y a los pocos meses éste ganaba las elecciones presidenciales. En cualquier caso, si en el plano moral su capacidad de absorción es similar a la de Solchaga, en el político resulta netamente superior. Con la ayuda de Pujol, ha logrado ultracongelar la situación tras las elecciones, e incluso evitar la menor explicación. Sin duda, nos castiga por no haberle votado. ¿Quién es nadie para pedirle que plantee una moción de confianza?

Hay, en fin, esponjas fósiles. Siempre en estas páginas, tras el 12-J, Julio Anguita nos recordó su existencia al evocar la base de sus planteamientos políticos: como si aún no hubiera acabado la guerra entre rojos y blancos, él se sitúa del otro lado de una imaginaria alambrada (como lo hace en el orden simbólico Aznar desde su Quintanilla de Onésimo: del antisemitismo integrista al antiabortismo). Anguita se alza contra la sociedad capitalista in toto, esgrime la Biblia y propone nada menos que la construcción del socialismo, por fortuna sin más precisiones. Puesto a tragarse sapos y culebras, engulle sin más la historia del "socialismo real". Y nos dice que eso es la izquierda.

Claro que hay otras variantes de la misma etiqueta. La más novedosa nos la ofrecerán pronto Nicolás Sartorius y Santiago Carrillo, reunidos en una misma plataforma doctrinal por Alfonso Guerra.

Esponjas inertes sobre un fondo.

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